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jueves, 8 de septiembre de 2011

RENOVAR LA TEORÍA CRÍTICA Y REINVENTAR LA EMANCIPACIÓN SOCIAL


RENOVAR LA TEORÍA CRÍTICA Y
REINVENTAR LA EMANCIPACIÓN SOCIAL
(Encuentros en Buenos Aires)

Boaventura de Sousa Santos
CLACSO


Prólogo


DURANTE UNA LUMINOSA SEMANA  DE  ABRIL  DE  2005  visité por primera vez Argentina, respondiendo a una invitación del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y de la Emba- jada  de Portugal en Buenos Aires. Fue una semana intensa en la que incluí varias conferencias y seminarios en la Universidad de Buenos Aires (UBA), Facultad de Derecho y Facultad de Ciencias Sociales, y en  la  Universidad de  General Sarmiento, y encuentros con  mo- vimientos  sociales y  organizaciones  no  gubernamentales. Incluí, además, encuentros de trabajo con  abogados populares defensores de derechos humanos y el lanzamiento de dos  libros en la Feria del Libro de Buenos Aires: Reinventar la democracia. Reinventar el Es- tado,  publicado por CLACSO, y La universidad en el siglo XXI: para una reforma democrática y emancipadora de la universidad, publi- cado por el Laboratorio de Políticas Públicas de Buenos Aires y la editorial Miño  y Dávila.

De todas estas intervenciones, se destacaron los  tres semina- rios que desarrollé en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA entre el 12 y 14 de abril. Asistieron, con una asiduidad gratificante, cerca de 250 personas entre alumnos de posgrado, profesores e investigadores de la UBA y de muchas otras universidades del país, así como miem- bros de organizaciones sociales. Este público diverso –poco  frecuente en el ámbito de una universidad– me lleva a agradecer especialmente a la Facultad de Ciencias Sociales por habilitar esta oportunidad para exponer mis  ideas y debatirlas delante de  un  auditorio  tan vasto, y poder participar en un debate tan vivo y enriquecedor.

Había propuesto, de común acuerdo con  mis  colegas argen- tinos, los temas para los tres seminarios. El desarrollo de estos te- mas, así  como los  debates posteriores, se  convirtieron en  los  tres capítulos de este libro: “La sociología de las ausencias y la sociolo- gía de las emergencias: para una ecología de saberes”, “Una  nueva cultura política emancipatoria” y “Para una democracia de alta in- tensidad”. Cada  uno  de los capítulos, producto de cada seminario, es una unidad donde se sintetizan reflexiones epistemológicas, teó- ricas y políticas, respectivamente.

Estimulado por  un  público tan  numeroso, diverso y atento, fui mucho más  allá de una mera síntesis de mi pensamiento. De este modo, al final  de cada exposición se generaron debates muy  intere- santes que  me  instigaron a explorar cuestiones nuevas. Los jóvenes debatieron muchas de mis posiciones, tanto porque acordaban como porque estaban en desacuerdo, y quedé impresionado por  esa  poco frecuente combinación de lucidez intelectual y entusiasmo político.

Este libro no hubiese sido  posible sin mediar la amistad, em- peño y solidaridad intelectual de un  grupo de colegas que  decidie- ron otorgar su  valioso tiempo para convertir estos seminarios en accesibles para el público lector. A todos mi agradecimiento since- ro. Norma Giarracca, Juan Pegoraro y Pedro Krotsch, profesores e investigadores del Instituto Gino  Germani, con el apoyo del decano Federico Schuster, aguardaron con  paciencia durante años que  yo pudiera aceptar la invitación para visitar Argentina y, por ende, la Facultad de Ciencias Sociales. Cuando acepté el convite, ellos  mis- mos  fueron quienes programaron los seminarios con  la invalorable colaboración del Secretario de Investigación y Posgrado, Pablo Ala- barces, quien se enfrentó a una difícil  tarea porque estos se vieron sobrepasados por los pedidos de inscripción. Del mismo modo, un especial agradecimiento a Norma Fernández, de la Universidad Nacional de  Córdoba, quien realizó la  grabación de  los  seminarios. Ella,  junto a Norma Giarracca, se encargó de la desgrabación y de transformar las exposiciones en textos coherentes, tarea que  facili- tó mucho mi propia revisión. A la generosidad de estas dos colegas, a las que  mucho admiro, debemos los lectores y yo este libro.

Last but not  least, mi agradecimiento sincero a Atilio Boron, Secretario Ejecutivo de  CLACSO.  Después de  conocer y admirar por largos años su obra, pude beneficiarme también de su destreza administrativa. Su  empeño fue  el que  hizo  posible mi  visita a Ar- gentina, programada de tal forma que  pude aprovechar de la mejor manera los  pocos e intensos días  que  viví en  Buenos Aires. Él fue quien involucró a la Embajada de Portugal, y la Agregada Cultural de  esa  institución, Marta Pires, fue  quien se  convirtió en  la  guía segura de mis  derroteros por Buenos Aires. Finalmente, debo a Ati- lio Boron el interés de CLACSO en  llevar a cabo esta publicación. Espero que  este libro no desmerezca la dedicación y solidaridad de tantos colegas y amigos.


Capítulo I


La Sociología de las Ausencias
y la Sociología de las Emergencias:
para una ecología de saberes


ESTOS TRES  SEMINARIOS son  para mí  un  intento de dar  cuenta de  un  trabajo que  está  en  curso y tiene el título general de  “Rein- ventar la emancipación social”. Esto significa, por  un  lado,  que  hay emancipación social, y en segundo lugar, que  hay  que  reinventarla. Probablemente vamos a tener que discutir lo que es la emancipación social, y por  qué  necesitamos reinventarla. Pienso que  esta  cuestión tiene tres  grandes dimensiones: una epistemológica, que  vamos a discutir aquí;  otra más  teórica, que  discutiremos más  adelante;  y otra más  política, que  veremos luego.

Por consiguiente aquí me  concentro en  la dimensión epis- temológica, y en  señalar por qué  he  decidido trabajar este tema. El problema es que  la emancipación social es un concepto absolu- tamente central en  la modernidad occidental, sobre todo porque esta ha  sido  organizada a través de  una tensión entre regulación y emancipación social, entre orden y progreso, entre una socie- dad  con  muchos problemas y la posibilidad de resolverlos en otra mejor, que  son  las  expectativas. Entonces, es  una sociedad que por primera vez crea esta tensión entre experiencias corrientes de la  gente, que  a veces  son  malas, infelices, desiguales, opresoras, y la  expectativa de  una vida  mejor, de  una sociedad mejor. Esto es nuevo, puesto que  en  las  sociedades antiguas las  experiencias coincidían con  las  expectativas: quien nacía pobre, moría pobre; quien nacía iletrado, moría iletrado. Ahora no:  quien nace pobre puede morir rico, y quien nace en  una familia de iletrados puede morir como médico o doctor.

Esta discrepancia entre experiencias y expectativas es fun- damental para entender lo  que  pensamos, y cómo pensamos la emancipación social en la sociedad moderna. El problema es que –y esto lo veremos mejor luego–  esta discrepancia entre experien- cias   y  expectativas, entre  regulación y  emancipación, hoy  está rota. De alguna manera vivimos en sociedades con  una doble cri- sis: crisis de regulación y crisis de emancipación. La discrepancia entre experiencias y expectativas también está rota, porque está invertida: las  expectativas para la  gran mayoría de  la  población mundial no son  más  positivas que  las experiencias corrientes; por el  contrario, resultan más   negativas. Veinte años atrás, cuando nosotros mirábamos la  primera página de  los  periódicos y esta decía “reforma de la salud” o “reforma de la educación”, era para mejor. Hoy  día,  cuando abrimos el periódico y vemos una noticia sobre reforma de  la salud, la educación o la seguridad social, es ciertamente para peor.

En  efecto, hay  una inversión en  esta discrepancia de expe- riencias y expectativas, y por ello  algunos piensan que  no  tiene sentido hablar de emancipación social: llegamos al “fin de la His- toria”, y lo  que  queda es  celebrarlo. Nosotros, por el  contrario, pensamos que  hay  que  continuar con  la idea  de la emancipación social; no  obstante, el problema es  que  no  podemos seguir pen- sándola en términos modernos, pues los instrumentos que  regula- ron la discrepancia entre reforma y revolución, entre experiencias y expectativas, entre regulación y emancipación, esas  formas mo- dernas, están hoy  en crisis. Sin  embargo, no  está en crisis la idea de que  necesitamos una sociedad mejor, de que  necesitamos una sociedad más  justa. Las  promesas de  la modernidad –la libertad, la igualdad y la solidaridad– siguen siendo una aspiración para la población mundial.


Nuestra situación es algo  compleja: podemos afirmar que  te- nemos problemas modernos para los cuales no  tenemos soluciones modernas. Y esto  le da a nuestro tiempo el carácter de transición: te- nemos que  hacer un  esfuerzo muy  exigente por  reinventar la eman- cipación social.

Más  adelante intentaré hablar más  de  la  parte teórica. Yo, que  tengo como destino trabajar en  un  país  semi-periférico como Portugal, hacer mi trabajo de campo en América Latina y África, y al mismo tiempo pasar parte de mi tiempo en un  país  hegemónico como Estados Unidos, puedo decir que  no  hay  actualmente una sola  idea  nueva producida por las  ciencias sociales hegemónicas. Las  ciencias sociales están pasando una crisis, porque a mi  juicio están constituidas por la  modernidad occidental, por este marco de  tensión entre regulación y emancipación que  dejó  afuera a las sociedades coloniales, donde esa  tensión fue  reemplazada por la “alternativa” entre la  violencia de  la  coerción y la  violencia de  la asimilación.  Algunas corrientes  de  las  ciencias sociales miraron, sobre todo, la regulación –los estructural-funcionalistas. Los otros, los  marxistas, los  críticos, se  centraron más  en  la  emancipación, pero la  idea  fue  siempre una visión eurocéntrica de  esta tensión, y por lo tanto colonialista. La  crisis de  este paradigma es general y por eso  cubre, con  ámbitos distintos, todas las  corrientes hasta ahora en  vigor. Por tanto me  parece correcto que  se hable de una crisis general de las ciencias sociales.

Además, nuestras grandes teorías de  las  ciencias sociales fueron producidas en  tres o  cuatro países del  Norte. Entonces, nuestro primer problema para la gente que  vive en  el Sur es que las teorías están fuera de lugar: no  se adecuan realmente a nues- tras realidades sociales. Siempre ha sido  necesario para nosotros indagar una manera en  que  la  teoría se  adecúe a  nuestra reali- dad. Pero hoy  el  problema es  todavía mayor, porque nuestras sociedades están viviendo en un  marco de globalización y vemos más  claramente la debilidad de las teorías sociales con  las cuales nosotros podemos trabajar. Por ejemplo, el Foro Social Mundial ocurrió a  pesar de  las  teorías críticas, y no  debido a  ellas;  no estaba en  las  previsiones de  las  políticas de  izquierda la  expe- riencia del FSM.


Hoy  vivimos un  problema complicado, una discrepancia entre teoría y práctica social que  es dañina para la teoría y tam- bién  para la práctica. Para una teoría ciega,  la práctica social es invisible; para una práctica ciega,  la  teoría social es  irrelevan- te. Y esta es  una situación por la  que  atravesamos si  intenta- mos  entrar en el marco de la articulación entre los movimientos sociales. Ayer mismo  estaba  en  un  programa con  dirigentes de movimientos sociales, de  asambleas barriales, de  piqueteros, de empresas recuperadas, y  discutíamos  exactamente  esto: no  es simplemente un  conocimiento nuevo lo que  necesitamos; nece- sitamos un  nuevo modo de producción de conocimiento. No ne- cesitamos alternativas, necesitamos un  pensamiento alternativo de las  alternativas.

Esto es  todavía más  exigente, y por  eso  necesitamos hacer una reflexión epistemológica, ya que  en  nuestros países se ve cada vez más  claro que  la comprensión del mundo es mucho más  amplia que  la  comprensión occidental del  mundo. Y por  eso  nos  falta  un conocimiento tan  global como la globalización. Este  es el contexto donde nos  encontramos hoy:  es un  desafío enorme para las  nuevas generaciones de científicos sociales.

Fue en este contexto que llevé a cabo un ejercicio: juntar cien- tíficos sociales del  Sur  e intentar realizar un  proyecto que  se llamó “Reinventar la  emancipación social a  partir del  Sur”  (es  decir, de los  países periféricos y semi-periféricos del  sistema mundial), para procurar que  las ciencias sociales se pudieran juntar y organizar in- ternacionalmente fuera de los centros hegemónicos.

Ustedes conocen la  división del  trabajo: si van  a Estados Unidos o a Europa, ven a los estudiantes (por ejemplo, en la Uni- versidad de  Wisconsin, donde trabajo) haciendo investigaciones sobre Argentina, Bolivia, Ecuador  o  Mozambique. En  nuestros países, ¿cuántos estudiantes trabajan sobre la  realidad de  otros países? Nosotros trabajamos sobre nuestra realidad; ellos  hacen el  trabajo  global, y  nosotros estamos de  alguna manera locali- zados. Es  una división de  trabajo eficaz  en  las  ciencias sociales, porque después las  grandes organizaciones internacionales  mi- ran al  mundo a  través de  los  ojos  de  los  científicos sociales del centro, del  Norte. Por ende, las  teorías sociales reproducen las desigualdades entre Norte y Sur. Por lo  tanto, organicé un  pro- yecto que  juntó a seis  países –Portugal, Colombia, Brasil, África del  Sur, India y Mozambique– con  cerca de  sesenta investigado- res sociales. Los  libros están saliendo, en  español también. Hay cinco ya en portugués, en italiano, en inglés. El primero se llama Democratizar la democracia1  y el segundo se llama Producir para vivir2.  El tercero, Reconocer para liberar3. El cuarto, Sembrar otras soluciones4 y el quinto, Trabajar  el mundo5. A pesar de ser el coor- dinador, yo no  desarrollé un  marco teórico fuerte; intenté juntar a científicos sociales de otros países para, conjuntamente, charlar y pensar un  proyecto.

Y surgió un  proyecto en el cual  intentamos ver cuáles son  las contradicciones entre Norte y Sur  más  persistentes. El primer tema fue  la democracia, porque hay  mucha innovación democrática que está  emergiendo del Sur  y no del Norte; sin embargo, la teoría de la democracia sigue  siendo producida en el Norte. El segundo tema fue la  producción no  capitalista, las  formas de  economía solidaria, de economía social, de economía popular, que son tan  importantes hoy en el Sur.  El tercer tema, que  a mi  juicio va a constituir un  enfren- tamiento entre Norte y Sur,  es el del  multiculturalismo: la diversi- dad  cultural, la ciudadanía cultural, los derechos indígenas, etc. Y el cuarto es la cuestión de los conocimientos rivales, o sea, la capacidad que  tiene el Norte para negar la validez o la existencia misma de los conocimientos alternativos al conocimiento científico –conocimien- tos  populares, indígenas, campesinos, etc.–  para transformarlos en materia prima para el desarollo del conocimiento científico. Esto se nota mucho en  la biodiversidad, y surge, entonces, la necesidad de repensarlo. Finalmente, otro tema de enfrentamiento es, a mi juicio, el del  nuevo internacionalismo obrero; al terminar el antiguo (que de hecho no lo era,  puesto que  internacional ha sido  el capital, no el movimiento obrero), están emergiendo muchas iniciativas Sur/Sur de articulación entre los sindicatos o comisiones obreras de trabaja- dores de la misma multinacional.

Estos temas me  llevaron a una reflexión epistemológica. Pri- mero, no  es fácil  desarrollar un  proyecto internacional fuera de los centros hegemónicos, pues vivimos mucho dependiendo de sus  au- tores. En  segundo lugar, cuando trabajas en  el Sur,  lo que  vemos es que  las  ciencias en  general, y las  ciencias sociales en  particular, conviven con  diferentes culturas. Si vamos a India, por  ejemplo, la sociología convive con  el hinduismo, como aquí convivimos con  los presupuestos de la cultura occidental, y en África con tantas culturas africanas. No hay  ciencia pura, hay  un  contacto cultural de produc- ción  de ciencia.

Eso  es  muy   importante, ya  que  nosotros aprendemos con nuestra epistemología positivista que  la ciencia es independiente de la cultura; sin embargo, los presupuestos culturales de la ciencia son muy  claros. Por  tanto, vamos a discutir cómo podemos, en  lo que respecta a la ciencia, ser  objetivos pero no  neutros; cómo debemos distinguir entre objetividad y neutralidad. Objetividad, porque po- seemos metodologías propias de las ciencias sociales para tener un conocimiento que  queremos que  sea  riguroso y que  nos  defienda de dogmatismos; y al mismo tiempo, vivimos en sociedades muy  injus- tas  en relación a las cuales no  podemos ser  neutrales. Debemos ser capaces de efectuar esta  distinción, que  es muy  importante.

La  tercera idea  resultante fue  que,  aún si nos  quedamos en las ciencias sociales, la comprensión del mundo es mucho más  am- plia  que  la  occidental. Los  colegas de  África del  Sur, de  India, de Mozambique, tienen una manera de  ver la sociología, la sociedad, el mundo, muy  distinta de  la que  existe en  el Norte. Entonces me pareció que,  probablemente, lo más  preocupante en  el mundo de hoy  es que  tanta experiencia social queda desperdiciada, debido a que  ocurre en  lugares remotos. Experiencias muy  locales, no  muy conocidas ni legitimadas por las ciencias sociales hegemónicas, son hostilizadas por los medios de comunicación social, y por eso  han permanecido invisibles, “descredibilizadas”. A mi  juicio, el primer desafío es enfrentar este desperdicio de  experiencias sociales, esta riqueza inagotable de experiencias sociales que  es el mundo: tene- mos  unas teorías que  nos  dicen que  no  hay  alternativa, cuando en realidad hay  muchas alternativas. La gente sigue  luchando por co- sas nuevas, y ellos sí piensan que  hay alternativas nuevas. Entonces debemos ver cómo vamos a enfrentar este problema.

La  otra cuestión importante de  este  trabajo con  los  sesenta investigadores fue que  durante mucho tiempo en las ciencias socia- les realmente nos quedamos –todavía hoy– en una discusión que nos parecía absolutamente central, la  discusión entre estructura y ac- ción.  ¿Cuál  es  la  importancia de  esto?  Nosotros nos  preocupamos mucho por  estas distinciones, pero casi  nos  olvidamos de  que  una preocupación  exclusiva por  las  condiciones objetivas nos  condujo a  una trampa: desmoralizamos la  voluntad de  transformación so- cial. Si las condiciones objetivas son tan  poderosas, ¿cómo podemos transformar la sociedad?

Se nos  plantea un  gran problema: cómo intensificar la volun- tad.  En  otras culturas es más  fácil.  Probablemente ustedes recuer- den  películas de China o India donde, con  una concentración yoga, los personajes pueden, a través de una intensificación enorme de la voluntad, destruir un  pedazo de  madera con  una mano. Es  decir: no  hay  condiciones objetivas si  la  voluntad es  fuerte. En  nuestra cultura, por  el  contrario, no  tenemos posibilidad de  esto;  nuestra voluntad está  muy  relacionada con  las condiciones objetivas, lo que no me parecería mal  si se complementara con  otra reflexión que  las ciencias sociales han dejado afuera: la distinción entre acción rebel- de y acción conformista. Estoy más  interesado en  esta  distinción  y en cómo crear subjetividades rebeldes que  en seguir discutiendo los conceptos de estructura y acción toda la vida.

Este también es un reto que me ha llevado a mirar el aspecto epistemológico del  que  les quiero hablar hoy.  Después de  lo ante- rior, queda claro que  no  podemos buscar la solución para algunos de  estos problemas en  las  ciencias sociales, porque si las  usamos de  manera convencional ellas  son  parte del  problema y no  de  la solución. Tenemos que  reinventar las ciencias sociales, porque son un  instrumento  precioso; después de  trabajarlas epistemológica- mente, debemos hacer que  ellas  sean parte de la solución y no  del problema. Es  decir: no  se trata de un  problema de las  ciencias so- ciales, sino  del tipo de racionalidad que  subyace a ellas.  En  efecto, la  racionalidad que  domina en  el Norte ha  tenido una influencia enorme en todas nuestras maneras de pensar, en nuestras ciencias, en nuestras concepciones de la vida  y el mundo.

A esa  racionalidad –siguiendo a Gottfried Leibniz– la  llamo indolente, perezosa. Es una racionalidad que no se ejerce mucho, no tiene necesidad de ejercitarse bastante, y de ahí  que  hice  este  libro publicado en España, llamado La crítica de la razón indolente. Contra el desperdicio de la experiencia6. Entonces,  lo que  estoy  intentando hacer aquí hoy  es una crítica a la razón indolente, perezosa, que  se considera única, exclusiva, y que  no  se  ejercita lo suficiente como para poder mirar la  riqueza inagotable del  mundo. Pienso que  el mundo tiene una diversidad epistemológica inagotable, y nuestras categorías son  muy  reduccionistas.

La  razón indolente se  manifiesta de  diferentes formas. Dos me  parecen particularmente importantes: la razón metonímica y la razon proléptica.

La razón  metonímica. Metonimia es una figura de la teoría li- teraria y de la retórica que significa tomar la parte por el todo. Y esta es una racionalidad que fácilmente toma la parte por el todo, porque tiene un  concepto de totalidad hecho de partes homogéneas, y nada interesa de lo que  queda por fuera de esa  totalidad. Entonces, tiene un concepto restringido de totalidad construido por partes homogé- neas. Este modo de la razón indolente, que llamo razón metonímica, hace algo que,  a mi juicio, es uno  de los dos aspectos del desperdicio de la experiencia: contrae, disminuye, sustrae el presente. O sea,  te- nemos una concepción del presente que  es contraída, precisamente porque la concepción de racionalidad que poseemos no nos  permite tener una visión amplia de  nuestro presente. Un  gran filósofo ale- mán, Ernst Bloch, decía: si vivimos siempre en el presente, ¿por qué es tan pasajero, tan fugaz? En  nuestro concepto, el presente es un momento, pero es  un  momento, entre el pasado y el futuro, en  el cual  vivimos siempre, nunca lo hacemos en el pasado ni en el futuro. Entonces, este concepto de  razón metonímica contrae el presente porque deja  por fuera mucha realidad, mucha experiencia, y al de- jarlas afuera, al tornarlas invisibles, desperdicia la experiencia.

La razón  proléptica es la segunda forma. Prolepsis es una fi- gura literaria, muy  vista  en  las  novelas, donde el narrador sugiere claramente la idea  de que  conoce bien  el fin de la novela pero no va a decirlo. Es conocer en el presente la historia futura. Nuestra razón occidental es muy  proléptica, en el sentido de que  ya sabemos cuál es el futuro: el progreso, el desarrollo de lo que tenemos. Es más  cre- cimiento económico, es un tiempo lineal que  de alguna manera per- mite una cosa  espantosa: el futuro es infinito. A mi  juicio, expande demasiado el futuro. La razón indolente, entonces, tiene esta  doble característica: en  cuanto razón metonímica, contrae, disminuye el presente; en cuanto razón proléptica, expande infinitamente el futu- ro. Y lo que les voy a proponer es una estrategia opuesta: expandir el presente y contraer el futuro. Ampliar el presente para incluir en él muchas más  experiencias, y contraer el futuro para cuidarlo.

Ustedes vieron esta cosa  espantosa que  es  la  discrepancia entre nuestro futuro individual y el futuro de nuestra sociedad. No- sotros sabemos que  nuestro futuro es limitado porque nuestra vida es  limitada; por eso,  los  que  podemos, cuidamos nuestra  salud, nuestra dieta; cuidamos nuestro futuro porque es limitado. Con  la sociedad no pasa lo mismo: no es necesario cuidar del futuro de la sociedad porque es infinito. Lo que  estoy proponiendo es que  mi- remos el futuro de nuestras sociedades casi  como si fuera nuestro futuro personal. Hay  que  contraer el  futuro, y al  mismo tiempo, ampliar el presente. Es un procedimiento epistemológico que  espe- ro podamos ver juntos cómo hacer.

Vamos a empezar por la razón metonímica, o sea, por esta idea de totalidad que  es muy  reduccionista porque contrae el presente al dejar afuera mucha realidad que no es considerada relevante y que se desperdicia. Se basa en dos ideas: una de ellas es la simetría dicotómi- ca, que oculta siempre una jerarquía. Nosotros vivimos en un conoci- miento perezoso que es, por naturaleza, un conocimiento dicotómico: hombre/mujer, norte/sur, cultura/naturaleza, blanco/negro. Son  dico- tomías que parecen simétricas, pero sabemos que ocultan diferencias y jerarquías. Podemos interrogarnos acerca de si en China o en India hay una racionalidad más  amplia. Yo respondo que sí, pues no tienen el mismo tipo de racionalidad. La cuestión es a dónde nos  conduce una racionalidad tan restringida como la nuestra.

Una  cosa  es clara: nuestras formas de racionalidad emergen de la periferia del mundo. Ustedes tienen que ver que hay una angus- tia, una inquietud en Occidente: ser la periferia del Oriente. El cono- cimiento oriental es mucho más  global, más  holístico, es totalidad, no es dicotómico. Todas estas dicotomías son  vistas  de otra manera en Oriente, porque no existen como dicotomías, existen como partes que son articuladas en totalidades cósmicas, mucho más  amplias, en multiplicidades de mundos (donde los hay de este mundo y de mun- dos  eternos), multiplicidades de tiempos –tiempos circulares, tiem- pos  lineales, tiempos de  metempsicosis, o sea  de  la reencarnación. Es una racionalidad más  compleja, que  nosotros vemos totalmente limitada por  nuestra forma de racionalidad. Nuestra racionalidad se basa en  la idea  de la transformación de lo real,  pero no  en  la com- prensión de lo real.

Y este  es nuestro problema hoy:  la transformación sin  com- prensión nos está  llevando a situaciones de desastre. Un gran filósofo alemán, Franz Wieacker, decía: la ciencia occidental hace preguntas, pero no puede preguntarse por el fundamento de sus preguntas. Esto me  parece muy  verdadero para las  ciencias sociales. Entonces, la razón metonímica tiene esta  doble idea  de  las  dicotomías y de  las jerarquías, por  lo que  no  es posible pensar por  afuera de las  totali- dades: no puedo pensar el sur  sin el norte; a la mujer sin el hombre; no puedo pensar al esclavo sin  el amo. Pero  lo que  debemos buscar es  si en  estas realidades no  hay  cosas que  están por  fuera de  esta totalidad: qué  hay  en la mujer que  no depende de la relación con  el hombre; qué hay en el sur que no depende de la relación con el norte; qué  hay  en el esclavo que  no  depende de la relación con  el amo. Es decir, pensar por  afuera de  la totalidad. No  es fácil,  pero es lo que propongo, porque estas totalidades de reducción nos han conducido a esta  contracción del presente.


¿Cómo se hace, en qué  consiste, la contracción del presen- te? Se hace a través de la reducción de la diversidad de la realidad a  algunos tipos –concretos, muy  limitados, reducidos– de  reali- dad. ¿Cómo se puede demostrar que  realmente por fuera de  esta realidad queda mucha otra realidad? Propongo, para combatir a la razón metonímica, utilizar una Sociología de  las  Ausencias.

¿Qué  quiere decir esto? Que  mucho de lo que  no existe en nuestra sociedad es producido activamente como no  existente, y por eso la  trampa  mayor para nosotros es  reducir la  realidad a  lo  que existe. Así, de inmediato compartimos esta racionalidad perezosa, que  realmente produce como ausente mucha realidad que  podría estar presente.

La Sociología de las Ausencias es un procedimiento transgre- sivo,  una sociología insurgente para intentar mostrar que  lo que  no existe  es producido activamente como no existente, como una alter- nativa no  creíble, como una alternativa descartable, invisible a  la realidad hegemónica del mundo. Y es esto lo que produce la contrac- ción  del presente, lo que  disminuye la riqueza del presente. ¿Cómo se producen las ausencias? No existe  una única manera, sino  cinco modos de producción de ausencias en nuestra racionalidad occiden- tal que  nuestras ciencias sociales comparten.

La primera es la monocultura del saber y del rigor: la idea  de que el único saber riguroso es el saber científico, y por lo tanto, otros conocimientos no tienen la validez ni el rigor del conocimiento cien- tífico.  Esta monocultura reduce de  inmediato, contrae el presente, porque elimina mucha realidad que  queda afuera de las concepcio- nes  científicas de la sociedad, porque hay  prácticas sociales que  es- tán  basadas en conocimientos populares, conocimientos indígenas, conocimientos campesinos, conocimientos urbanos,  pero que   no son  evaluados como importantes o rigurosos. Y como tal,  todas las prácticas sociales que se organizan según este tipo  de conocimientos no  son  creíbles, no  existen, no  son  visibles. Esta monocultura  del rigor se basa, desde la expansión europea, en una realidad: la de la ciencia occidental.
Al constituirse como monocultura  (como la  soja), destruye otros conocimientos, produce lo que llamo “epistemicidio”: la muer- te de conocimientos alternativos. Reduce realidad porque “descredibiliza” no  solamente a los conocimientos alternativos sino  también a  los  pueblos, los  grupos sociales cuyas prácticas son  construidas en  esos  conocimientos alternativos. ¿Cuál  es  el modo en  que  crea inexistencia esta  monocultura? La primera forma de producción de inexistencia, de ausencia, es la ignorancia.

La  segunda monocultura es  la del tiempo lineal,  la  idea  de que  la historia tiene un  sentido, una dirección, y de que  los países desarrollados van adelante. Y como van adelante, todo lo que existe en  los países desarrollados es, por definición, más  progresista que lo que  existe en  los países subdesarrollados: sus  instituciones, sus formas de  sociabilidad, sus  maneras de  estar en  el  mundo. Este concepto de monocultura del  tiempo lineal incluye el concepto de progreso, modernización, desarrollo, y, ahora, globalización. Son términos que  dan  idea  de un  tiempo lineal, donde los más  avanza- dos  siempre van  adelante, y todos los  países que  son  asimétricos con  la  realidad de  los  países más  desarrollados son  considerados retrasados o residuales. Entonces, la segunda forma de producción de  ausencias es  la  residual, lo que  ha  sido  llamado pre-moderno, simple, primitivo, salvaje, etc. Ya puede observarse cuál  es la im- plicación de esta monocultura: en este modelo, es imposible pensar que  los  países menos desarrollados puedan ser más  desarrollados que  los desarrollados en  algún aspecto. Se pueden pensar algunos aspectos que  son  totalmente funcionales para los países del Norte; los países menos desarrollados por ejemplo pueden tener paisajes mejores para el turismo, pero nada más.

La  tercera monocultura es  la de la naturalización de las dife- rencias  que  ocultan jerarquías, de las cuales la clasificación racial, la étnica, la sexual y la de castas en India son hoy las más  persistentes. Al contrario de la relación capital-trabajo, aquí la jerarquía no es la causa de las diferencias sino  su consecuencia, porque los que son  inferiores en estas clasificaciones naturales lo son  “por naturaleza”, y por eso la jerarquía es una consecuencia de su inferioridad; de este modo se na- turalizan las diferencias. Esta es otra característica de la racionalidad perezosa occidental: no  sabe  pensar diferencias con  igualdad; las di- ferencias son  siempre desiguales. Por consiguiente, el tercer modo de producir ausencia es “inferiorizar”, que  es una manera descalificada de alternativa a lo hegemónico, precisamente por ser inferior.


La  cuarta  monocultura de  producción  de  ausencia es  la monocultura de la escala  dominante. La  racionalidad metonímica tiene la idea  de  que  hay  una escala dominante en  las  cosas. En  la tradición occidental, esta escala dominante ha  tenido, histórica- mente dos  nombres: universalismo y, ahora, globalización. ¿Qué es el universalismo? Sencillamente, es toda idea  o entidad que  es válida independientemente  del  contexto en  el que  ocurre. Por su parte la globalización es una identidad que se expande en el mundo y, al expandirse, adquiere la prerrogativa de nombrar como locales a las entidades o realidades rivales. Es decir, no  hay  globalización sin localización. Cuando globalizas el McDonald’s, localizas tus co- midas: las  tornas étnicas, locales. Y no  hay  universalismo sin  par- ticularismo. Y aquí, en estas dos  formas, hay  una manera de crear ausencias que  es  lo particular y lo local.  La  realidad particular  y local  no tiene dignidad como alternativa creíble a una realidad glo- bal,  universal. Lo global y universal es hegemónico; lo particular  y local  no cuenta, es invisible, descartable, desechable.

La última monocultura es la monocultura del productivismo capitalista, que  se aplica tanto al trabajo como a la naturaleza. Es la idea  de que  el crecimiento económico y la productividad men- surada en  un  ciclo  de  producción determinan la  productividad del trabajo humano o de la naturaleza, y todo lo demás no cuenta. Esta es  una manera contraria a toda otra forma de  organizar la productividad. Por ejemplo, para los indígenas o los campesinos, la productividad de la tierra no es definida en un  ciclo  de produc- ción  sino  en  varios, porque la  tierra está productiva este año, al año  siguiente no se la cultiva para que  descanse, y luego  volvemos a empezar. Toda  la selva  está organizada de esta manera. Enton- ces, hay  otra lógica productiva que  no cuenta. La lógica producti- va es una novedad de la racionalidad occidental que  existe desde hace casi cien  años, cuando nacieron los productos químicos en la agricultura y la tierra pasó a ser productiva en un ciclo  de produc- ción,  porque los fertilizantes cambiaron el concepto de producti- vidad de la naturaleza, que  apareció al mismo tiempo que  el con- cepto de productividad en el trabajo. Todo  lo que no es productivo en  este contexto es  considerado improductivo o estéril. Aquí,  la manera de producir ausencia es con  la “improductividad”.


Hay  cinco formas de  ausencia que  crea esta razón meto- nímica, perezosa, indolente: el ignorante, el residual, el inferior, el local  o particular, y el improductivo. Todo  lo que  tiene esta de- signación no  es una alternativa creíble a las  prácticas científicas, avanzadas,  superiores,  globales, universales,  productivas.  Esta idea  de que  no son  creíbles genera lo que  llamo la sustracción del presente, porque deja  afuera como no existente, invisible, “descre- dibilizada”, mucha experiencia social. Si  queremos invertir esta situación –a través de la Sociología de las Ausencias– hay  que  ha- cer que  lo que  está ausente esté presente, que  las experiencias que ya  existen pero son  invisibles o  no  creíbles estén disponibles; o sea,  transformar los objetos ausentes en  objetos presentes. Nues- tra sociología no  está preparada para esto, nosotros no  sabemos trabajar con  objetos ausentes, trabajamos con  objetos presentes; esa  es la herencia del  positivismo. Estoy proponiendo, pues, una sociología insurgente.

Si es así,  esta  falta, esta  ausencia, es un  desperdicio de expe- riencia. La manera en que  procede la Sociología de las Ausencias es sustituir las  monoculturas por  las  ecologías, y lo que  les propongo son cinco ecologías, donde podemos invertir esta  situación y crear la posibilidad de que  estas experiencias ausentes se vuelvan presentes. Las cinco ecologías son  las siguientes.

La  ecología  de los  saberes.  No  se  trata de  “descredibilizar” las  ciencias ni  de  un  fundamentalismo esencialista “anti-ciencia”; nosotros, como científicos sociales, no  podemos hacer eso.  Lo que vamos a intentar hacer es un  uso  contrahegemónico de  la ciencia hegemónica. O sea,  la posibilidad de que  la ciencia entre no  como monocultura sino  como parte de una ecología más  amplia de sabe- res, donde el saber científico pueda dialogar con  el saber laico,  con el saber popular, con  el saber de los indígenas, con  el saber de las poblaciones urbanas marginales, con  el saber campesino. Esto no significa que  todo vale  lo mismo. Lo  discutiremos con  el tiempo. Estamos en  contra de  las  jerarquías abstractas de  conocimientos, de las monoculturas que  dicen, por principio, “la ciencia es la úni- ca, no hay  otros saberes”. Vamos a partir, en esta ecología, de afir- mar que  lo importante no  es ver cómo el conocimiento representa lo real, sino  conocer lo que  un  determinado conocimiento produce en  la realidad; la intervención en  lo real. Estamos intentando una concepción pragmática del saber. ¿Por qué?  Porque es importante saber cuál  es el tipo de intervención que  el saber produce. No hay duda de  que  para llevar al  hombre o a la  mujer a la  luna no  hay conocimiento mejor que  el científico; el problema es que  también sabemos hoy  que  para preservar la biodiversidad, de nada sirve la ciencia moderna. Al contrario, la destruye. Porque lo que  ha  con- servado y mantenido la biodiversidad son  los  conocimientos indí- genas y campesinos. ¿Es  acaso una coincidencia que  el 80%  de  la biodiversidad se encuentre en territorios indígenas? No. Es porque la naturaleza allí  es la Pachamama, no  es un  recurso natural: “es parte de nuestra sociabilidad, es parte de nuestra vida”;  es un  pen- samiento anti-dicotómico. Entonces lo  que  tengo que  evaluar es si  se  va  la  luna, pero también si  se  preserva la  biodiversidad. Si queremos las dos  cosas, tenemos que  entender que  necesitamos de dos  tipos de  conocimiento y no  simplemente de  uno  de  ellos.  Es realmente un  saber ecológico el que  estoy proponiendo.

La segunda es la ecología  de las temporalidades. Lo impor- tante es saber que  aunque el tiempo lineal es uno, también existen otros tiempos. Los campesinos, por ejemplo, tienen tiempos esta- cionales muy  importantes. En  comunidades de  África, el tiempo de  los  antepasados es fundamental. He  vivido  la experiencia con las autoridades tradicionales en África: si estamos en una reunión, los antepasados forman parte de esa reunión; no están “antes”, es- tán presentes. Y lo he  vivido  también en  la selva,  con  los Ticunas en  Colombia y Brasil. Es  otra concepción del  tiempo, porque los que  están “antes” están con  nosotros; es  una concepción mucho más  rica. Debemos entender esta ecología de temporalidades para ampliar la contemporaneidad, porque lo que hicimos con la racio- nalidad metonímica es pensar que  encuentros simultáneos no son contemporáneos. El campesino africano o latinoamericano puede encontrarse con  el ejecutivo del  Banco Mundial: es un  encuentro simultáneo, pero no contemporáneo, porque el campesino latino- americano o africano es  “residual” y el ejecutivo es  “avanzado”. Lo  importante, entonces, es  reconocer que  el campesino es  a su manera tan contemporáneo como el ejecutivo, y eliminar el con- cepto de residualidad. Para esto hay  que  dejar que  cada forma de sociabilidad tenga su propia temporalidad, porque si voy a reducir todo a la temporalidad lineal, estoy obviando todas las otras cosas que  tienen una lógica distinta de la mía. Cuando el subcomandan- te Marcos dice  “pudimos estar callados durante 500  años”, para nosotros es  incomprensible. También les  puedo contar historias maravillosas de  diferentes tipos de  temporalidad que  muestran cómo es realmente necesario tener esta ecología. En  un  proyecto en  el  que  estábamos trabajando en  Colombia, había una lucha muy  grande por la  explotación de  petróleo en  la  Sierra Nevada de  Santa Marta, donde viven  los  U’was, un  pueblo indígena que amenazó con  suicidarse colectivamente si se explotaba el petróleo en  sus  tierras por una razón sencilla: el petróleo es  sangre de  la tierra, y la sangre de la tierra es su propia sangre; sin sangre no se vive. En  el siglo  XVII,  cuando los españoles intentaron colonizar esta región, las familias de los U’was realmente se mataron: caye- ron de  un  acantilado al  lago,  y quedó sólo  un  grupo de  familias para mantener la tradición. Esta era una amenaza muy  grande,  y en  cierto momento el ministro de  Medio Ambiente de  Colombia decidió hablar con  los “taitas”, los jefes indígenas. En  helicóptero llegó  a  la  Sierra Nevada para reunirse con  ellos  y averiguar por qué  no  aceptaban la  explotación de  petróleo diciendo que  eran territorios sagrados. En  la reunión, el ministro habló y los  taitas calladitos. El  ministro preguntó por qué  no  hablaban, si era que no  querían hablar con  él.  Hasta que  un  taita dijo:  “no,  nosotros queremos, el problema es que tenemos que consultar con los ante- pasados”. El ministro preguntó qué  tiempo llevaría esto, y el taita contestó: “mira, depende de  la luna, eso  lo consultamos a la no- che”.  Y quienes conocen su etnología saben que  esto es cierto, que no era una farsa, era lo que pensaban. El ministro dijo que él no se podía quedar de noche, que  el helicóptero no tenía luces  suficien- tes, y que  ya había perdido dos  horas de su  tiempo conversando. Se  fue  y los  taitas siguieron sin  hablar. Y claro, al  día  siguiente los diarios de Bogotá decían: “Los taitas no  quieren hablar con  el ministro”. Sí querían hablar, pero en  su  tiempo… La ecología de las temporalidades es, a mi  juicio, imprescindible.

La tercera es la ecología del reconocimiento. El procedimiento que  propongo es descolonizar nuestras mentes para poder producir algo  que  distinga, en una diferencia, lo que  es producto de la jerar- quía y lo que  no  lo es.  Solamente debemos aceptar las  diferencias que  queden después de  que  las  jerarquías sean desechadas. O sea: mujer y hombre son  distintos después de  que  nosotros utilicemos una sociología ecológica para ver  lo que  no  está  conectado con  la jerarquía. Las diferencias que  permanezcan después de eliminar las jerarquías son  las que  valen.  Más  adelante vamos a hablar del prin- cipio  de igualdad y el principio de la diferencia.

La cuarta es la ecología  de la “trans-escala”, muy  importante hoy  para el FSM  y para nuestro trabajo, y que  constituye la posibi- lidad de articular en nuestros proyectos las escalas locales, naciona- les  y globales. Nosotros, como científicos sociales, fuimos criados en la escala nacional, como la política, como todo. Los antropólogos trataban un  poco  lo local;  los sociólogos y los científicos políticos, lo nacional. En  este marco, todo lo que  es local  será embrionario si  puede conducir a  lo  nacional: los  movimientos locales son  im- portantes si pueden tornarse nacionales. Pero hoy  tenemos que  ser capaces de  trabajar entre las  escalas, y de  articular análisis de  es- calas locales, globales y nacionales. Es  muy  difícil, porque nunca observamos fenómenos en las ciencias sociales. Observamos escalas de fenómenos, y por eso muchos de los discursos de los ejecutivos, o  de  las  agencias transnacionales, tienen una escala para ver los fenómenos que  no es la nuestra, o que  no es la de los obreros o los campesinos. Por lo tanto, hay  que  analizar cómo es  posible ver a través de las escalas.

Y finalmente está  la ecología  de las productividades. En  el dominio de la quinta lógica, la lógica productivista, la sociología de las ausencias consiste en la recuperación y valorización de los sistemas alternativos de producción, de las organizaciones económicas popu- lares, de las cooperativas obreras, de las empresas autogestionadas, de la economía solidaria, etc.,  que  la ortodoxia productivista capita- lista  ocultó o desacreditó.

Los  movimientos de  campesinos por el acceso a la tierra  y a la propiedad de esta, o contra mega-proyectos de desarrollo (por ejemplo, las  grandes represas que  obligan a la  deslocalización de muchos miles de personas); movimientos urbanos por el derecho a la vivienda; movimientos económicos populares; movimientos indígenas para defender o recuperar sus  territorios históricos y los recursos naturales que  en  ellos  fueron descubiertos; movimientos de  las  castas inferiores en  la India con  el objetivo de  proteger sus tierras y sus  bosques; movimientos por la sustentabilidad ecológi- ca; movimientos contra la privatización del agua o contra la priva- tización de  los  servicios de  bienestar social: todos ellos  basan sus pretensiones y luchas en la ecología de las productividades.

Quiero dedicarme ahora a analizar la crítica de la razón pro- léptica. Las  ecologías nos  van  a  permitir dilatar el  presente con muchas más  experiencias que  son  relevantes para nosotros. Aho- ra vamos a intentar contraer el futuro: sustituir un  infinito que  es homogéneo, que  es  vacío  –como decía Walter Benjamin– por un futuro concreto, de utopías realistas, suficientemente utópicas para desafiar a la realidad que  existe, pero realistas para no  ser descar- tadas fácilmente. La crítica de la razón proléptica es hecha por otra sociología insurgente, la Sociología de  las  Emergencias. Mientras que  la  razón metonímica es  confrontada con  la  Sociología de  las Ausencias, la  razón proléptica es  enfrentada por la  Sociología de las Emergencias.

Intentaremos  ver cuáles son  las  señales, pistas, latencias, posibilidades que  existen en  el presente que  son  señales del  futu- ro, que  son  posibilidades emergentes y que  son  “descredibilizadas” porque son  embriones, porque son  cosas no  muy  visibles. A noso- tros, en las ciencias sociales, por ejemplo, no nos  gustan las pistas, las señales. Trabajamos con indicadores. Pero los médicos, en la sa- lud,  trabajan con  pistas, señales; los  detectives también. Nosotros somos muy  escépticos acerca de las posibilidades de la emergencia. Entre la nada y el todo –que  es una manera muy  estática de pensar la realidad– les propongo el “todavía no”. O sea,  un  concepto inter- medio que  proviene de un  filósofo alemán, Ernst Bloch: lo que  no existe pero está emergiendo, una señal de futuro.

Así, en esta Sociología de las Emergencias tenemos que  ha- cer una ampliación simbólica, por ejemplo, de  un  pequeño movi- miento social, una pequeña acción colectiva. A veces  somos culpa- bles de “descredibilizar”: “esto no es una democracia local,  no tiene sustentabilidad”.  Por  el  contrario, sin   romanticismos,  debemos buscar credibilizar, ampliar simbólicamente las  posibilidades de ver el futuro a partir de aquí. Y esta Sociología de las Emergencias no tiene mucho tiempo para abordar esta nave;  de alguna manera, la razón metonímica debe  ir un  poco  en paralelo con  la distinción. La razón que  es enfrentada por la Sociología de las Ausencias tor- na  presentes experiencias disponibles, pero que  están producidas como ausentes y es  necesario hacer presentes. La  Sociología de las  Emergencias produce experiencias posibles, que  no  están da- das  porque no existen alternativas para ello, pero son  posibles y ya existen como emergencia.

No se trata de un futuro abstracto, es un futuro del cual  tene- mos  pistas y señales; tenemos gente involucrada, dedicando su vida –muriendo muchas veces–  por  esas  iniciativas. La Sociología de las Emergencias es la que  nos  permite abandonar esa idea  de un  futuro sin  límites y reemplazarla por  la de  un  futuro concreto, basado en estas emergencias: por  ahí  vamos construyendo el  futuro. Lo  que estoy  proponiendo es un  doble procedimiento: ampliar el presente y contraer el futuro, a través de procedimientos y herramientas que estamos discutiendo.

El último problema es que la Sociología de las Ausencias y la Sociología de las Emergencias van a producir una enorme cantidad de realidad que  no  existía antes. Vamos a confrontar con  una rea- lidad mucho más  rica, todavía mucho más  fragmentada, más  caó- tica. ¿Cómo encontrar  sentido en  todo esto? Si  nosotros mismos estamos rechazando el concepto de  progreso como tiempo lineal, como idea  de que  hay  un  sentido único de la Historia, ¿es posible pensar un  mundo nuevo sin estar seguros de que  surgirá? No tene- mos  recetas para ese  mundo. Por eso,  ya no  se trata del  concepto del socialismo científico: es otra idea  mucho más  abierta. Tampoco es la idea  de Rosa  Luxemburgo, “socialismo o barbarie”. Rosa  abrió la propuesta de Marx, al decir: la del socialismo no es la única posi- bilidad, está la posibilidad de la barbarie, y hay que luchar para que una de  ellas  sea  la  que  se  realice. Nosotros estamos todavía más abiertos: hoy  decimos que  otro mundo es posible, un  mundo lleno de alternativas y posibilidades.

Esta fragmentación nos  va a llevar  a otra cuestión: ¿cómo ge- nerar sentido a partir de esto?  ¿Cuál  sería la receta de la razón indo- lente que  nosotros hemos compartido en la ciencia occidental? Una respuesta sencilla sería: vamos a crear la teoría general de estas co- sas, de todas estas experiencias. Yo les digo que no. No es posible hoy una epistemología general, no es posible hoy  una teoría general. La diversidad del mundo es inagotable, no hay teoría general que pueda organizar toda esta  realidad. Estamos en un  proceso de transición, y probablemente lo posible sea  aquello que  llamo un  universalismo negativo: en este  momento, en este  tránsito, no necesitamos de una teoría general. No es posible, y tampoco es deseable, pero necesita- mos de una teoría sobre la imposibilidad de una teoría general. Esta- mos  de acuerdo en que  nadie tiene la receta, nadie tiene la teoría.

Esto va a crear otra manera de entender, otra manera de arti- cular conocimientos, prácticas, acciones colectivas, de articular suje- tos colectivos. Pero  no nos  podemos quedar con  una fragmentación total, porque entonces ¿cómo se produce sentido? ¿Cómo es posible articular, por  ejemplo, el movimiento feminista con  el indígena, el campesino, o los urbanos? No puedo reducir toda la heterogeneidad del  mundo a una homogeneidad que  sería de  nuevo una totalidad y que  dejaría afuera a muchas otras cosas. Entonces no  es posible la teoría general. Pero  ¿cómo producir sentido? Mi propuesta es un procedimiento de traducción.

La traducción es un proceso intercultural, intersocial. Utiliza- mos  una metáfora transgresora de la traducción linguística: es tra- ducir saberes en otros saberes, traducir prácticas y sujetos de unos a otros, es buscar inteligibilidad sin  “canibalización”, sin  homoge- neización. En  ese  sentido, se trata de una traducción al revés  de la traducción lingüística. Intentar saber lo que  hay  de común entre un movimiento de mujeres y un  movimiento indígena, entre un  movi- miento indígena y otro de afrodescendientes, entre este  último y un movimiento urbano o campesino, entre un  movimiento campesino de África  con  uno  de Asia, dónde están las  distinciones y las  seme- janzas. ¿Por  qué?  Porque hay que crear inteligibilidad sin destruir la diversidad. Un  ejemplo sencillo: los movimientos indígenas de este continente nunca hablan de emancipación social sino  de dignidad y respeto, que son dos conceptos básicos. El movimiento obrero habla todavía de  emancipación y de  lucha de  clases. Las  feministas usan mucho el concepto de liberación, también los afrodescendientes. Es necesario no  preferir una palabra a otra, sino  traducir  dignidad y respeto en  emancipación o en  luchas de  clases, ver  cuáles son  las diferencias y cuáles las  semejanzas. ¿Por  qué?  Porque hay  muchos lenguajes para hablar de la dignidad humana, para hablar de un  fu- turo mejor, de una sociedad más  justa. Creemos que ese es el princi- pio fundamental de la epistemología que les propongo y que llamo la Epistemología del Sur,  que  se basa en esta  idea  central: no hay  justi- cia social global sin justicia cognitiva global; o sea,  sin justicia entre los conocimientos. Por  tanto hay que  intentar una manera nueva de relacionar conocimientos; es por  ello  que  les  propongo el procedi- miento de la traducción. Por  ejemplo, con  el concepto de “derechos humanos” hago una traducción intercultural entre este  concepto –que es de hecho un concepto occidental–, el concepto de umma7  del Islam y el concepto de dharma8 en el hinduísmo: son  tres  conceptos distintos para hablar de  la dignidad humana. Todos tienen proble- mas, todos están incompletos, pero hay  que  hacer la traducción en- tre ellos,  mirar su relatividad, su incompletud.

En nuestra concepción, por ejemplo, hay una simetría trampo- sa entre derechos y deberes, porque en nuestra cultura generalmente hablamos de derechos humanos pero no de deberes humanos. La si- metría es que  no podemos conceder derechos a quienes no podemos exigir deberes, sólo  podemos otorgar derechos a quienes tienen de- beres. Por eso en nuestra cultura de derechos humanos la naturaleza no  tiene derechos: porque tampoco tiene deberes. Las  generaciones futuras no tienen derechos, porque tampoco tienen deberes. Esto no es así en el concepto de umma ni en el de dharma, pero estos concep- tos tienen otros problemas: miran la dignidad en términos colectivos y también hay  que  mirarla en términos individuales. Nunca he visto sufrir a una sociedad físicamente; sufren hombres y mujeres, hay  un elemento individual en el sufrimiento humano que es innegable, y eso debe  ser visto por los derechos humanos.

No hay  ninguna cultura que  sea  completa, y entonces hay  que hacer traducción para mirar la diversidad sin  relativismo, porque los que  estamos comprometidos con  cambios sociales no podemos ser re- lativistas. Pero hay  que  captar toda la riqueza para no desperdiciar la experiencia, ya que  sólo  sobre la base  de una experiencia rica no des- perdiciada podemos realmente pensar en una sociedad más  justa. Este procedimiento de traducción es un proceso por el cual  vamos creando y dando sentido a un mundo que no tiene realmente un sentido único, porque es un  sentido de todos nosotros; no  puede ser un  sentido que sea  impartido, creado, diseñado, concebido en el Norte e impuesto al resto del mundo, donde están las tres cuartas partes de las personas. Es un  proceso distinto, y por eso lo llamo la Epistemología del Sur. Tiene consecuencias políticas –y naturalmente teóricas– para crear una nueva concepción de dignidad humana y de conciencia humana.


DEBATE

PREGUNTA DEL  PÚBLICO

Por  lo  que  tengo entendido, la  metonimia se  ha  definido desde la lingüística, y ha  sido  retomada por  el estructuralismo y el psicoa- nálisis. Tiene  que  ver  con  plantear las  relaciones por  contigüidad, donde lo que  se deja  afuera es lo que  no  es contiguo; supongo que por  eso usted lo plantea como reduccionista. Si es así,  todo el plan- teo  que  hizo  sobre tener en cuenta la ausencia, ampliar el universo simbólico del presente y traer el futuro tiene mucho que ver, para mí, con la metáfora, incluso con la idea de traducción, donde no hay una equivalencia unívoca entre un  discurso y otro, sino  que  se trata de encontrar semejanzas y diferencias. Me preguntaba, entonces, si se podía hablar en ese sentido de una racionalidad metafórica.

RESPUESTA DEL  AUTOR

Tengo alguna dificultad con  la  idea   de  que  podamos hablar de una racionalidad metafórica, sobre todo porque, normalmente, en nuestro tiempo de transición esa es una manera de descalificar a la racionalidad: es metafórica, no es real, no es literal. Pienso de una manera distinta, por otro camino, porque me parece que  esos son  demasiado occidentales, dentro de  una pluralidad epistemo- lógica, de  un  saber que  es el científico; y yo estoy buscando una ecología más  amplia del saber. Todo  el conocimiento empieza por ser metafórico. Cuando hablamos de  corriente eléctrica, ¿alguno de nosotros se da cuenta de que  esto es una metáfora? Pero origi- nalmente lo es: cuando inventaron la electricidad, no sabían cómo llamarla; lo que  conocían eran las  corrientes del  río, que  les  pa- recieron semejantes. Empezó metafóricamente a llamársela así,  y hoy está “literalizada”. La ciencia no se produce sin metáforas; mi debate con  los  positivistas, muy  fuerte, es  precisamente porque pienso que  la propia ciencia de la vida  –la biología, por ejemplo– no funciona sin  metáforas. No hay  que  desperdiciar experiencias; si hay  traducción de  un  origen lingüístico, si es un  concepto que además se  utilizó de  una manera hegemónica, es  otra reproduc- ción  de  la razón perezosa. Traducir así  es “canibalizar”, y lo que estoy proponiendo es una traducción recíproca: yo traduzco y tú traduces, y  nos  traducimos recíprocamente. Es  una manera de buscar los conceptos que  existen y transformarlos. Pertenece a la teoría general del lenguaje. Nosotros no podemos pensar lo nuevo si no es con  conceptos de lo viejo, del lenguaje, de lo que  tenemos, y aún cuando queremos nombrar cosas nuevas debemos hacerlo a partir de  cosas que  son  viejas.  Hay  que  reconocer eso  sin  limitar nuestra capacidad de  imaginación epistemológica. Lo  que  estoy proponiendo es un  ejercicio de  imaginación epistemológica y de imaginación democrática: las  dos  son  formas de  la  imaginación sociológica del siglo  XXI.

PREGUNTA DEL  PÚBLICO

Si nosotros tenemos que  trabajar para que  dialoguen dos  formas de conocimiento y, a veces,  queremos las dos  cosas, la biodiversidad  y llegar a la luna, ¿qué  ocurre si una cosa  destruye a la otra? ¿Cómo es posible el diálogo?


RESPUESTA DEL  AUTOR

Esta es una cuestión importante. Cuando hay  incompatibilidad, hay formas de incompatibilidad que  son  falsas y otras que  son  reales. Un ejemplo de incompatibilidad falsa:  en los años sesenta hubo en India y otros países una “revolución verde”, un  intento de  incrementar la producción agrícola a través de la sustitución de los granos que produ- cían  (maíz y arroz) por otros que consideraban más  productivos, y así también buscar otra forma de estructura agraria y usar agroquímicos. En  Bali  –una isla  de  Indonesia– había un  sistema de  irrigación del arroz ancestral, milenario, organizado y administrado por los sacer- dotes de la diosa Dewi Danu, que es la diosa de las aguas del hinduís- mo en esa región. Cuando llegaron los agentes de la revolución verde, ayudados por los directivos del Banco Mundial, dijeron que esa forma de irrigación era ilógica, irracional, parte de lo que  los antropólogos llamaban “el culto o magia del arroz”, o sea,  que  era mágica. Decían: “¿cómo vamos a tener una agricultura capitalista fuerte con  sacerdo- tes administrando el sistema de irrigación?” Lo desmantelaron todo y lo sustituyeron por un  sistema tecnológico con  ingeniería de irriga- ción  nueva: fue  un  desastre total, porque en las montañas de Bali  es muy  difícil  organizar otro sistema diferente al tradicional. La pérdida de la producción fue tan desastrosa que  las autoridades de Indonesia decidieron eliminar el nuevo sistema de irrigación y volver al anterior. Mientras tanto, unos científicos de las nuevas ciencias –es parte de la disputa epistemológica que  tenemos, que  son  las ciencias de la com- plejidad, las teorías del caos,  los sistemas autoorganizados, los nuevos modelos de  la acción computacional– hicieron un  estudio sobre los sistemas de irrigación de Bali a través de modelación computacional, y llegaron a la conclusión de que  el sistema tradicional era el mejor para esa realidad. O sea, se trataba de una falsa  incompatibilidad: fue un conocimiento científico deficiente y errado lo que declaró la incom- patibilidad. Pero hay otras incompatibilidades reales, y pienso que no existe otra posibilidad que  tratar de conocer las diferencias de poder entre cada grupo que está por detrás de cada práctica. La epistemolo- gía que propongo hace una distinción muy  clara entre juicios cogniti- vos y juicios ético-políticos, pero los dos están siempre presentes. Los juicios cognitivos son los que administran cierta forma de saber, pero decidir sobre el tipo de intervención en lo real no es cognitivo, ésa es la trampa de los ingenieros, los técnicos, que  dicen, “esta es la única solución técnica”. No, es producto de un juicio ético y político. Es una disputa política, y si realmente hubiera una incompatibilidad entre ir a la luna y preservar la biodiversidad deberíamos tener un  debate global en la tierra para decir si necesitamos esto o aquello, a dónde va el dinero, cuál  es el reconocimiento que  vamos a dar a cada una; son disputas políticas más  globales que necesitamos traer a la epistemolo- gía. No hay otra posibilidad; a través de la argumentación no podemos tener argumentos automáticos que  digan “este es el que  vale porque está sustentado por conocimientos científicos”, porque ya sabemos en demasía que  esto no es así. Pienso que  es otra conversación de la hu- manidad –como diría John Dewey– la que necesitamos.

PREGUNTA DEL  PÚBLICO

Nosotros trabajamos con organizaciones campesinas y nos vemos muy  seducidos por su propuesta de la traducción, pero encontra- mos  que,  de  alguna manera, seguimos viendo y produciendo en nuestro contexto de  producción, y  aunque apuntamos a  hacer visibles  esas   experiencias silenciadas,  esos   saberes callados, a pesar de  eso,  seguimos escribiendo en  contextos donde somos siempre sociólogos, politólogos. Escribimos para otros cientistas sociales. A veces,  cuando nos  encontramos con  los  campesinos, tenemos justamente que  traducirnos a nosotros mismos. Enton- ces,  en  esta apuesta de  una teoría de  la  traducción, ¿no  habría también que  traducir o resignificar nuestros propios espacios de producción de esa  teoría de la traducción? ¿Tenemos que  seguir estando en las universidades? ¿Cuál  es el espacio académico pero también social (porque si no,  en sus  términos, no sería viable) de la teoría de la traducción?

RESPUESTA DEL  AUTOR

Agradezco mucho  la  pregunta porque estoy trabajando  bastante en  esta cuestión, que  es  muy  seria: cómo hacer la  traducción de una manera que  no  traicione los objetivos de la traducción, hacer una Epistemología del  Sur que  no  termine siendo otra forma de la  Epistemología del  Norte. Debemos estar totalmente vigilantes. Pienso que  este nuevo conocimiento tiene que  ser producido de otra forma, mucho más  horizontal, mucho más  autónoma, mucho más  compartida, y probablemente las universidades tengan que pa- sar por una refundación muy  fuerte. Y no  sé  si lograrán hacerlo. Por eso  he  propuesto en  el FSM  una Universidad Popular de  los Movimientos Sociales9, que es el intento de organizar en ese ámbito un  encuentro sistemático entre científicos sociales y líderes de los movimientos, para que nosotros podamos realmente pensar con los movimientos, los  dirigentes, los  activistas, en  otros contextos que los eruditos. Pero no se cambia el mundo de una vez, es importante hacer las dos cosas: trabajar dentro de la universidad convencional y crear instituciones paralelas. Durante mucho tiempo vamos a te- ner que  trabajar así. Esto es lo característico de un  tiempo de tran- sición: trabajas lo viejo para renovarlo hasta el límite. La universi- dad  tiene un  máximo de conciencia posible, hay  que  explorarlo. Y se puede hacer Ecología de Saberes dentro de la universidad. Para mí, es la extensión universitaria al revés: la extensión convencional es llevar la universidad hacia afuera; la Ecología de Saberes es traer otros conocimientos hacia adentro de  la  universidad, una nueva forma de  investigación-acción, donde la sociología latinoamerica- na tiene tradiciones muy  fuertes que  infelizmente han sido  bastan- te descartadas por las  nuevas generaciones de  científicos sociales de este continente. Entonces usted tiene razón: debemos encontrar otros espacios, espacios públicos no estatales donde compartir co- nocimientos, hacer trueque de  conocimientos y análisis.  Ayer es- taba en  una reunión con  movimientos sociales de  aquí, donde en
15 minutos cada uno  de los líderes presentó su trabajo, y no  quise hablar más  de  15  minutos para no  quitar tiempo al  debate, por- que  habitualmente el conocimiento teórico erudito tiene prioridad sobre el conocimiento práctico local.  El  debate posterior fue  ma- ravilloso. Pienso que  hay  que  encontrar formas que  incluyan más debate. Los  nuevos modos de  producción de  conocimiento exigen otros espacios. Hablaba también con  estudiantes de  derecho que decían que  hay  profesores muy   progresistas que  tienen relación con  movimientos sociales y demás, pero que  en las clases son  muy conservadores. ¿Por qué  esta esquizofrenia? Hay  que  traer al aula el derecho como un  fenómeno político de alta intensidad y contra- dictorio, como un  campo de disputa.


9 Ver <www.ces.uc.pt>.


PREGUNTA DEL  PÚBLICO

Por varios de sus conceptos, me pareció que se acercaba al concepto de complejidad de Morin. ¿Es así?

RESPUESTA DEL  AUTOR

Claro  que  el pensamiento de Edgard Morin ha sido  muy  importante para todos nosotros; pienso que  en América Latina también. Busca- mos  partir de ahí con otros insumos, con otras preocupaciones, por- que,  probablemente, lo que  estoy  indagando ahora no  es lo mismo que  buscaba Morin cuando empezó. Todos tenemos los problemas de  nuestro tiempo. Yo estoy  buscando una epistemología adecua- da  para entender al FSM,  una globalización alternativa, los conoci- mientos que se juntan, y no estoy  pensando solamente en traducción entre diferentes culturas, sino  por  ejemplo entre poesía y ciencia. Porque cuando estuvimos en  Mumbai para el IV Foro Social Mun- dial,  ¿cuál es la gran forma de comunicar la lucha cuando no  com- partes la  lengua? Hay  miles de  lenguas en  India, los  33.000 dalits –las  castas más  inferiores– cantaban, danzaban, la música era  una expresión de emancipación social. Nuestra cultura es totalmente “lo- gocéntrica”. Por  eso,  el ministro de Colombia tuvo  que  irse,  porque el silencio no  nos  va bien, nosotros somos una cultura de palabras. Hay  otras culturas que  cultivan el silencio u otras formas: la poesía, la espiritualidad. ¿Cómo vamos a mirar la cuestión de la espirituali- dad, por  ejemplo, con  tantos movimientos que  son  progresistas, que luchan contra la indignidad del capitalismo, que  quieren una socie- dad  no  capitalista pero formulan sus  reivindicaciones en  términos que  parecen religiosos? Tú  que  vienes de  una cultura donde hubo laicización y secularización, donde ser religioso puede ser reaccionario,  a menos que  se trate de la Teología de la Liberación (que  ahora con  este  Papa será  aún más  difícil). En nuestras ciencias sociales no somos capaces de mirar la espiritualidad porque no hay indicadores para eso,  como no  hay  indicadores para la felicidad… pero necesi- tamos una epistemología que  dé cuenta de eso.  Lo que  es nuevo, al contrario de la movilización moderna –sobre todo la sindical o de los partidos– es que hoy la movilización exige razones para movilizarse, no  puede ser  un  comité o dirección central quien lo decide; no,  la gente quiere discutir razones, y buscar razones para la movilización, y exige otra epistemología. El autoritarismo de la ciencia positivista estaba conectado en cierta manera con  el autoritarismo en política, incluso en la izquierda. Entonces, todo esto  tiene que ser construido al mismo tiempo, lentamente, y realmente a partir del riesgo. No te- nemos otra opción, son  nuestros cuerpos que  están incorporados en una historia. Es la materialidad de nuestro cuerpo, a partir de la cual intentamos pensar lo que  está  fuera del cuerpo. Sólo  ese es el límite de lo que  podemos pensar.

PREGUNTA DEL  PÚBLICO

¿Cómo solucionar el gran problema de  nominar, de  ser  fieles  a la novedad, con  los viejos  términos con  que  nos  movemos?

RESPUESTA DEL  AUTOR

Esa es la pregunta más  dilemática. No hay posibilidad, hay que tener una vigilancia epistemológica muy  grande, hay que discutir, hay que ver  dónde necesitamos crear conceptos nuevos, conceptos nóma- das,  hay  que  luchar siempre contra el reduccionismo. Existen tres grandes errores de esta  razón indolente que  domina la epistemolo- gía positivista: el reduccionismo, el determinismo y el dualismo. Sus tres  grandes ejes.  Hay  que  luchar contra cada uno  de ellos,  y tienes necesidad de hacer transgresiones. Muchas veces buscas lo nuevo en los  intersticios, lo que  está  entre las  realidades, porque la realidad lingüística, como la realidad social, como la de nuestras subjetivida- des,  es un  palimpsesto. O sea: es un  conjunto de estratos geológicos de  nuestra sociabilidad, que  están articulados de  una manera muy


compleja. Muchas veces  tienes que  migrar de  un  campo a otro, de un  estrato a  otro, de  un  lenguaje a  otro, de  una ciencia a  otra; la transdisciplinariedad es, en parte, eso.  Además tenemos que  buscar conceptos que  vengan de  otros conocimientos. Por  ejemplo, si  yo quiero traducir “desarrollo” en una discusión con  gente de la India, tengo que empezar con el concepto de swadeshi, que era  el concepto de Gandhi para esa  idea, y que  es mucho más  amplio, porque es un concepto religioso también; no  es sólo  económico como el nuestro, tiene que ver con que si tus dioses no te agradan, inventa otros, pero tuyos. El hinduismo es la religión más  democrática, no es necesario un  Papa para beatificar o santificar, ellos  pueden como comunidad tener sus  propios santos y sus  propias divinidades. Hablan de  una lógica de proximidad, pero también espiritual, y entonces no es fácil traducirlo. Si uso  el concepto de swadeshi, me  dirán “tú eres  gand- hiano”. Nosotros tenemos siempre una gran ansiedad de pertenen- cia, y eso también hace difícil  pensar lo nuevo.


Capítulo II


Una nueva cultura política emancipatoria


LAS GRANDES TEORÍAS a las que  nos  acostumbramos –de alguna manera, el marxismo y otras corrientes y tradiciones– no  parecen servirnos totalmente en este momento. Nos sirven en parte, y pienso que  hoy  hay  una vuelta al marxismo en todo el mundo. Esto no me sorprende porque la crisis del marxismo, de alguna manera coinci- dió  con  la  “marxización” del  mundo: la  idea  de  que  el mundo era cada vez más  parecido a lo que  Marx  había diagnosticado. Las  di- ficultades aparecen al pasar del diagnóstico a una visión  del futuro, cuestión que  en el marxismo nos  trae muchos problemas.
Pero  hay otras dificultades. El materialismo histórico convir- tió al capitalismo en un  factor de progreso, en una fase  de progreso de  la  humanidad, y esto  nos  ha  traído problemas por  el hecho de que  esa  idea  ha  dejado afuera una cuestión que,  para nosotros, es fundamental: la cuestión colonial. El colonialismo no  ha  sido  bien tratado en  esa  teoría, y además, en  algunos textos de  Marx  vemos una justificación –sobre todo en India– del colonialismo como factor del  capitalismo: colonialismo es  capitalismo, y es  muy  importante que  recordemos esto.


La otra consecuencia fue invisibilizar, ocultar otras formas de opresión, de discriminación y de exclusión que,  para nosotros, hoy son  muy  importantes: el racismo, el sexismo, las  castas, etc.  Otra consecuencia problemática es que  el marxismo, de alguna manera, comparte el ideal  de la unidad del saber, de la universalidad del saber científico y de  su  primacía. Si  nosotros planteamos hoy  la  necesi- dad  de una ecología de saberes, estamos hablando de algo  distinto. Finalmente, toda la teoría crítica ha  sido  bastante monocultural,  y hoy estamos cada día más  conscientes de la realidad intercultural de nuestro tiempo. Por  esa razón, llegamos a la conclusión de que,  pro- bablemente, la razón que  critica no puede ser  la misma que  piensa, construye y legitima lo que  es criticable.
Necesitamos otro tipo de  racionalidad, y allí  empezamos a pensar un  tipo de  racionalidad más  amplia, precisamente para reinventar la teoría crítica de  acuerdo a nuestras necesidades de hoy.  Una  cosa  clara para nosotros es que  no hay  conocimiento en general; tampoco hay  ignorancia en general. Somos ignorantes de un  cierto conocimiento, y cuando sabemos, sabemos de  ciertos conocimientos, pero no de todos. Todo  conocimiento se distingue por su tipo de trayectoria, que va de un punto A llamado “ignoran- cia” a un  punto B llamado “saber”, y los saberes y conocimientos se  distinguen exactamente por la  definición de  las  trayectorias, por los puntos A y B. Podemos decir que  en la matriz de la moder- nidad occidental hay  dos  modelos, dos  tipos de conocimiento que pueden distinguirse de  la  siguiente manera: el  conocimiento de regulación y el conocimiento de emancipación. La tensión política es también epistemológica.
Tanto el conocimiento-regulación (CR) como el conocimien- to-emancipación (CE)  tienen un  punto A, que  es de  ignorancia,  y un  punto B, que  es  de  saber. La  ignorancia en  el CR es  caos,  ser ignorante es vivir en  un  caos  de  la realidad incontrolada e incon- trolable, ya sea  en la naturaleza o en la sociedad; y conocer, saber, es orden.  La trayectoria del CR va del caos  al orden. Saber es poner orden en  las  cosas, en  la  realidad, en  la  sociedad. Pero hubo en la matriz de  la sociedad occidental otro conocimiento, el CE,  que tiene un  punto A llamado colonialismo, o sea  la incapacidad de re- conocer al otro como igual, la objetivización del otro –transformar al  otro en  objeto– y el  punto B,  que  es  lo  que  podríamos llamar autonomía solidaria. Aquí el conocer va del colonialismo a la auto- nomía solidaria.
Estos dos  modelos están inscriptos en  la  matriz de  la  mo- dernidad occidental: pero el CR ha  dominado por  entero cuando la modernidad occidental pasó a coincidir con  el capitalismo. Las  po- tencialidades de  la  modernidad occidental pertenecen a  la  matriz colonial pero podrían imaginar otros horizontes distintos –el capita- lismo y el socialismo son  un buen ejemplo. Sin embargo, el CR pasó a dominar, y cuando lo hizo  fue  recodificando en  sus  propios tér- minos el CE. Lo que  era  conocimiento-saber (autonomía solidaria) pasó a ser en el CE una forma de caos  (la solidaridad entre las clases es peligrosa, la solidaridad en el pueblo es una forma de caos  que  es necesario controlar), y por lo tanto, lo que era “conocimiento” pasó a ser en el CR “ignorancia”. Y por  el contrario, lo que era  “ignorancia” en el CE pasa a ser “saber” en el CR, o sea: el colonialismo pasa a ser una forma de orden.
Esta es la manera en  que  intento ver lo que  pasó y por qué es  necesario  reinventar  el  conocimiento-emancipación.  Porque de alguna manera la ciencia moderna se desarrolló totalmente en el marco del  conocimiento-regulación que  recodificó, canibalizó, pervirtió las  posibilidades del  CE.  Y es  por eso  que  el  CE  tiene que  ser una ecología de  saberes, no  puede ser simplemente el sa- ber moderno científico que  tenemos: este es  importante, necesa- rio, pero tiene que  estar incluido en  una ecología de  saberes más amplia. Es  muy  importante entonces hacer este cambio, de  una epistemología basada solamente en  una forma de conocimiento a otra de ecología. Cuando hay  una ecología de saberes, la ignoran- cia no es necesariamente un  punto de partida, puede ser un  punto de llegada. Cuando un estudiante de la India entra a la universidad norteamericana, probablemente va a aprender muchas cosas, pero va a desaprender muchas otras.
Debemos hacer una nueva pregunta: si lo que  aprendes vale lo  que  desaprendes u  olvidas. Hay  conocimientos propios, y esto que puede parecer una cosa  marginal es un problema absolutamen- te central en  África, en  Asia  y también en  América Latina. Existe otra manera de ver la ignorancia, porque la utopía de una ecología de saberes es que  puedas aprender otros conocimientos sin olvidar tus propios conocimientos. Pero nuestra enseñanza en las universi- dades, nuestra manera de crear teoría, reprime totalmente el cono- cimiento propio, lo deslegitima, lo desacredita, lo invisibiliza. Por tanto, tenemos que  enfrentar  retos exigentes, como estoy propo- niendo en este seminario.
El primer reto  es reinventar las posibilidades emancipatorias que  estaban en este  conocimiento emancipador: una utopía crítica. Vivimos hoy  en  un  mundo dominado por  utopías conservadoras. Franz Hinkelammert las  ha  descripto muy  bien  como la  “radicali- zación del  presente”. La  utopía del  neoliberalismo es  conservado- ra,  porque lo que  hay  que  hacer para resolver todos los  problemas es  radicalizar el presente. Esa  es  la  teoría que  está  por  detrás del neoliberalismo. O sea:  hay  hambre en  el mundo, hay  desnutrición, hay  desastre ecológico; la razón de todo esto  es que  el mercado no ha  logrado expandirse totalmente. Cuando lo haga, el problema es- tará resuelto. Tenemos que  cambiar esta  utopía conservadora por una utopía crítica, porque aún las utopías críticas de la modernidad
–como el socialismo centralizado– se convirtieron, con el tiempo, en una utopía conservadora.
Estamos en  un  contexto donde es  necesario intentar otros aprendizajes de  utopía crítica. Sobre todo porque la  hegemonía cambió. Hasta ahora se basaba en la idea  del consenso, de que  algo es bueno para todos y no  solamente para los  que  directamente se benefician de ello; es bueno incluso para los que  de hecho van a su- frir con  eso.  La hegemonía es un  intento de crear consenso basado en  la idea  de  que  lo que  produce es bueno para todos. Pero hubo un  cambio en  esta hegemonía, y hoy  lo que  existe se debe  aceptar no porque sea bueno, sino  por que  es inevitable. Y por eso ya no es necesario el consenso. Lo importante es la resignación, aceptar lo que es inevitable, que no hay ninguna alternativa. Esto, a mi juicio, torna aún más  importante la necesidad de una utopía crítica, pero tiene también algunas dificultades.
Hay dos problemas teóricos muy  importantes: el del silencio y el de la diferencia. El silencio es el resultado del silenciamiento: la cultura occidental y la modernidad tienen una amplia experien- cia  histórica de contacto con  otras culturas, pero fue  un  contacto colonial, un  contacto de desprecio, y por eso han silenciado a mu- chas de  esas  culturas, a algunas de  las  cuales han destruido. Por eso,  cuando quieres intentar un  nuevo discurso o teoría intercul- tural, enfrentas un  problema: hay  aspiraciones en  los  oprimidos que  no  son   pronunciables, porque fueron consideradas impro- nunciables después de siglos  de opresión. No es posible el diálogo simplemente porque la  gente no  sabe  decir: no  porque no  tenga qué  decir, sino  porque sus aspiraciones son  impronunciables. Y el dilema es cómo hacer hablar al silencio a través de lenguajes, de racionalidades que  no  son  las  mismas que  produjeron el silencio en  el primer momento. Ese  es  uno  de  los  retos más  fuertes que tenemos: cómo hacer hablar al  silencio de  una manera que  pro- duzca autonomía y no la reproducción del silenciamiento.
La  diferencia es otro reto muy  importante, porque la tra- ducción tiene algunos problemas –además de  la  reciprocidad– como por  ejemplo la  idea   de  la  inconmensurabilidad.  En   un diálogo intercultural,  tienes que  producir una lucha contra dos frentes. Uno  es  la  política de  hegemonía: no  hay  otras culturas creíbles. El  otro  es  la  política de  identidad absoluta: hay  otras culturas, pero son  inconmensurables. No  nos  sirve ni  una polí- tica de  hegemonía ni  una política identitaria fundamentalista, pero, como siempre, una vía  nueva no  es  fácil,  porque a  veces tenemos que  encontrar lo que  es semejante, y lo semejante es un punto de partida, no  de llegada.
Un  debate interesante hoy  en  la  filosofía versa sobre la posibilidad de  una filosofía africana. Es  un  gran debate entre tradicionalistas y modernistas. Están quienes dicen que  hay  una filosofía africana conectada con  su  cultura y como tal no  es una filosofía que  puede dialogar con  la  filosofía occidental: son  los tradicionalistas. Hay  otros que  dicen que  no  hay  una filosofía africana, hay  una filosofía universal, y el hecho de  haber empe- zado en  Occidente (que  es  un  error, como sabemos empezó en África) es  sólo  una cuestión de  tiempo, mañana  los  africanos estarán con  Aristóteles, Platón: son  los modernistas. Aquí el pro- blema es  ver cómo vamos a  desarrollar una posición entre los que  quieren reconocer la  filosofía africana por un  lado,   y por otro, poder pensar que  hay  un  diálogo entre las  filosofías.


¿Cuál  es el tono donde estamos? ¿Cuál  es la dificultad para nosotros? Tenemos que  acostumbrarnos a ser transdisciplinarios. Empezamos con  un  concepto muy  sencillo, que  es  un  principio fundamental a toda la filosofía cartesiana: “pienso, luego  existo”. Un gran filósofo africano, Kwasi Wiredu, dice:  mira, yo vengo  de Nigeria, mi  pueblo es Akan  y en  mi  lengua africana yo no  puedo traducir esto, “pensar” en mi lengua es medir algo,  y no tiene sen- tido entonces ese concepto. Además el “soy” tampoco existe en mi lengua, nosotros siempre “estamos ahí”,  tengo que  decir siempre que  estoy en  un  territorio, en  un  lugar, en  una posición, y esta localización reduce de inmediato el presupuesto universalista del “pienso, luego  existo”.
Aquí  existe una  inconmensurabilidad,  y  muchos piensan que  es una debilidad de la filosofía africana no  poder dar un  con- cepto tan sencillo como el cogito  ergo sum. Pero nosotros tenemos que  estar más  allá  de eso. El debate hoy es cómo reconocerlo, cuá- les son  las ideas en la filosofía africana que  no pueden ser expresa- das  en la occidental. Y hay  muchísimas ideas: la de que  “nosotros” somos toda la humanidad, por ejemplo, en  una unidad muy  con- creta con  la  naturaleza; esto se  ve mucho también en  la  filosofía andina. Hay que encontrar otro tipo de diálogo entre las diferentes filosofías, y también aquí aparece el reto. Hay  que  conversar mu- cho  más, dialogar mucho más, buscar otra metodología de saber, enseñar, aprender.
El tercer reto  es distinguir entre objetividad y neutralidad. Es la idea  de que  debemos tener una distancia crítica sobre la realidad pero, al mismo tiempo, no podemos aislarnos totalmente de las con- secuencias y de la naturaleza de nuestro saber, porque está  contex- tualizado culturalmente; todo el saber es  local,  todos los  sistemas de saber son  locales, incluso las ciencias. Aquí el reto  viene  de algo muy  concreto que  se encuentra en  la ciencia moderna, una discre- pancia que  probablemente pasa desapercibida pero es muy  impor- tante: la capacidad de acción científica es mucho más  grande que  la capacidad de previsión de las consecuencias de la acción científica. Nosotros tenemos muchos problemas ecológicos, sociológicos, po- líticos, que  derivan de  esta  discrepancia: la acción científica de  un economista en un  país  es una cosa;  el análisis científico de las consecuencias de  esa  acción es  otra; las  consecuencias hacen mucho más  ruido. Hoy,  en la ciencia moderna, las  acciones científicas son siempre más  “científicas” que  las consecuencias de esas  acciones. Si quieres tener una actitud pragmática para mirar las consecuencias, para intervenir en la realidad, tienes que enfrentarte con esta  discre- pancia que  existe  en la ciencia moderna, pero no existe  de la misma manera en otros saberes.
El cuarto reto  es la necesidad de centrarnos en cómo desarro- llar subjetividades rebeldes y no sólo subjetividades conformistas. Así, la cuestión fundamental es cómo intensificar la voluntad, un proble- ma  también complicado para nuestra construcción teórica, porque hay  una dimensión que  llamamos racional de los argumentos; pero hay  también una dimensión mítica en  todos los  saberes, que  es la creencia, la fe en la validez de nuestros conocimientos. Todos nues- tros  conocimientos tienen un  elemento de  logos  y un  elemento de mythos, que  es la emoción, la fe, el sentimiento que  un  cierto cono- cimiento te crea  por  el hecho de  tenerlo, la repugnancia o el amor que  te provoca.
Hay una dimensión emocional en el conocimiento que  noso- tros  manejamos muy  mal,  y entonces debemos ver lo que  distingue las dos  corrientes de nuestra vida,  tanto en las sociedades como en los individuos: la corriente fría y la corriente caliente. Todos tenemos las dos: la corriente fría es la conciencia de los obstáculos, la corrien- te caliente es la voluntad de sobrepasarlos. Las culturas se distinguen por  la primacía que  dan  a la corriente fría  o a la corriente caliente. Pienso que la corriente fría es absolutamente necesaria para que uno no se engañe, y también la corriente caliente es muy importante para no desistir fácilmente. Actualmente, tenemos la idea  de que  es nece- sario encontrar cuadros teóricos y políticos que  sigan intentando no ser engañados, pero al mismo tiempo sin desistir, sin entrar en lo que llamamos la razón cínica, la celebración de lo que  existe  porque no hay nada más  allá.  Este  es otro reto.
Finalmente, existe un  quinto reto. El  objetivo de  la  Socio- logía  de  las  Ausencias, de  la  Sociología de  las  Emergencias y del procedimiento de  la  traducción es  el intento de  crear una episte- mología desde el Sur. Esta epistemología tiene una exigencia que no hemos incluido muy  fácilmente en nuestras teorías, el pos-colonialismo. Es la idea  de que  la modernidad occidental tiene una vio- lencia matricial –la violencia colonial– y ni  siquiera las  corrientes más  críticas de  un  posmodernismo de  oposición como las  que  he defendido en el pasado se dan  cuenta (es una autocrítica que  hago de mis  primeras formulaciones) de esta violencia matricial que  es el colonialismo.
¿Podemos decir que  el colonialismo pasó, y que,  con  muy pocas excepciones, sólo  hay  países independientes? No.  En  nues- tras teorías tenemos que  incluir la  perspectiva pos-colonial, que tiene dos  ideas muy  tajantes. La  primera es  que  el colonialismo político terminó, pero no  así  el colonialismo social o cultural; vi- vimos en sociedades donde no  se puede entender la opresión o la dominación, la desigualdad, sin  la idea  de  que  seguimos siendo, en muchos aspectos, sociedades coloniales. No es un colonialismo político, es de  otra índole, pero existe. Aníbal  Quijano, sociólogo peruano, habla de la colonialidad del poder. El otro principio del pos-colonialismo es  una primacía en  la  construcción teórica de las  relaciones Norte-Sur para intentar pensar el Sur por fuera de esa  relación. Hay  que  analizar muy  detalladamente esta relación para intentar crear alternativas, porque el Sur imperial es un  pro- ducto del Norte. Hay  un  Sur imperial y un  Sur anti-imperial, con- trahegemónico, emancipatorio.
Por ello,  para una Epistemología del  Sur es  necesario sa- ber lo que  es el Sur, porque en el Sur imperial está el Norte. Hay que  crear ese  Sur contrahegemónico, y el pos-colonialismo es,  a mi  juicio, muy  importante, pues tiene también una tercera idea: las  estructuras de  poder se  ven  mejor desde los  márgenes. De- bemos analizar las  estructuras de  poder de  la  sociedad a  partir de  los  márgenes, y mostrar que  el centro está en  los  márgenes, de  una manera que  a veces  escapa a todo nuestro análisis. Para esta concepción, colonialismo son  todos los  trueques, los  inter- cambios, las relaciones, donde una parte más  débil  es expropiada de  su  humanidad. Hay  muchas sociedades hoy  que  no  podemos entender realmente sin  esta idea  de  privación de  la  humanidad de la gente.
De esta teoría pos-colonial resulta otra cosa  importante: hay que  provincializar el Norte. Un  autor de  la  India, Dipesh Chakrabarty, escribió un  libro con  ese nombre10, pero pienso que  a noso- tros –los  de  lengua española o  portuguesa– no  nos  sirve, porque esta idea  de provincializar Europa la esencializa, y muchos de los estudios pos-coloniales dominantes  vienen de  autores que  perte- necen a la diáspora del  colonialismo inglés. Nuestro colonialismo es  ibérico, muy  distinto del  colonialismo anglosajón. Portugal, al mismo tiempo que  el  centro de  un  imperio, fue  una colonia in- formal de  Inglaterra. En  nuestras sociedades, el pos-colonialismo se  aplica, en  algunos aspectos, tanto a  los  colonizadores como a los colonizados. Por otro lado,  el colonialismo ibérico en  America Latina condujo a procesos de  independencia –las  independencias fueron conquistadas por los descendientes de los colonos y no  por los  pueblos originarios– que  nos  obligan a dar una atención muy especial a los  colonialismos internos. Tenemos que  ver cómo dis- tinguir nuestra historia, la del colonialismo ibérico, para ver cuáles son  las raíces de una lucha pos-colonial en nuestros países. Y este también es un  reto complicado.
Con  esto  cierro los retos que  están delante de nosotros, y va- mos  a intentar ver qué avances teóricos son posibles a la luz de estos retos. No estamos intentando crear un  pensamiento de vanguardia; lo  que  estamos haciendo es  comprender el mundo y transformar- lo junto con  los movimientos y las asociaciones que  comparten esa pasión con  nosotros. Es una pasión, una emoción, una corriente ca- liente que tiene que ser introducida en la racionalidad occidental. No podemos avanzar si no avanza la práctica.
El Foro Social Mundial ha  sido  muy  importante para permi- tirnos algunos avances en  la  teoría. Nos  ayuda a renovar la  teoría social y política en diferentes niveles.
Un  nivel  es una concepción más  amplia de poder  y de opre- sión.  Durante mucho tiempo –y este es también uno  de los límites de  nuestra tradición marxista, que  sigue  siendo muy  importante pero debe  ser objeto de una ecología de otros saberes– nos  vimos obligados a centrarnos en  una sola  forma de opresión o dominación:  la  del  capital-trabajo. El  FSM  nos  está enseñando que  hay diferentes formas de  opresión y de  poder; que  quizás no  es  po- sible  determinar, en  general, para todo el mundo, lo que  es  más importante en toda lucha. Los que  están en los movimientos y las asociaciones saben que,  a  veces,  la  prioridad de  una lucha y de una forma de  opresión no  se  determina en  general sino  contex- tualmente, en  las  condiciones concretas. Hemos aprendido bas- tante de  los  zapatistas, por ejemplo: cuando el  11  de  marzo de 2001  llegaron a la ciudad de México, ahí  ellos  eran el movimiento hegemónico, la  contradicción hegemónica de  México, porque es una lucha indígena que  intenta involucrar a  todas las  otras for- mas  de  lucha en  el país, que  tienen otras formas de  opresión. Y cuando finalmente logran hablar en  el Congreso, la que  habla es una mujer, la  comandante Esther, porque los  zapatistas quieren mostrar una articulación muy  fuerte entre la opresión indígena y la opresión de las mujeres.

Debemos tener una forma más  amplia. Entre los  científi- cos  sociales, cada uno  tiene su opción. La mía  es que  no  hay  que estar tan centrado en la estructura o la acción sino  en la rebeldía o el conformismo. Las  estructuras pertenecen a la corriente fría, que  es  necesaria, pero ha  habido hasta ahora una manera re- duccionista de ver estos obstáculos estructurales. Por eso,  en  mi trabajo yo distingo seis  espacios estructurales donde se generan seis  formas distintas de  poder. Son  espacios-tiempo, formas de sociabilidad que  implican lugares pero también temporalidades, duración, ritmos:

-  el espacio-tiempo doméstico donde la  forma de  poder es  el patriarcado, las relaciones sociales de sexo;

-  el espacio-tiempo de la producción, donde el modo de poder es la explotación;

-  el espacio-tiempo de la comunidad, donde la forma de poder es la diferenciación desigual, entre quien pertenece a la comu- nidad y quienes no;

-  el espacio estructural del mercado, donde la forma de poder es el fetichismo de las mercancías;


-  el espacio-tiempo de la ciudadanía, lo que  normalmente lla- mamos el espacio público: ahí  la forma de poder es la domi- nación, el hecho de que  hay una solidaridad vertical entre los ciudadanos y el Estado;

-  el espacio-tiempo mundial en cada sociedad, que  está  incor- porado en cada país,  donde la forma de poder es el intercam- bio desigual.

Estas son  las seis formas fundamentales de poder. Probablemente hay  otras, pero patriarcado,  explotación, fetichismo de  las  mer- cancías, diferenciación desigual, dominación e intercambio des- igual  son,  a mi  juicio, instrumentos analíticos que  pueden verse como modos de  producción de  poder y de  saber. Hay  un  sentido común que  se  crea en  cada uno  de  estos espacios-tiempo, cada uno  tiene su lógica de desarrollo. Ese  trabajo está desarrollado en el libro La crítica  a la razón  indolente. Pero lo importante es que si estamos intentando hacer una teoría política nueva, una demo- cracia radical de  alta intensidad, sabemos que  será solamente a través de  democratizar todos los  espacios. Entonces, mi  defini- ción  de  democracia es: sustituir relaciones de  poder por relacio- nes  de  autoridad compartida. Es  un  trabajo democrático mucho más  amplio del que  hasta ahora se pensaba.
La  segunda  innovación teórica  es:  necesitamos construir la emancipación a partir de una nueva relación entre el respeto  de la igualdad y el principio del reconocimiento de la diferencia. En  la modernidad occidental, ya  sea  en  las  teorías funcionalistas con- servadoras o en  las  teorías críticas, no  hemos tratado esto de  una manera  adecuada hasta  ahora, porque –sobre todo en  la  teoría crítica– toda la energía emancipatoria teórica fue  orientada por el principio de  la  igualdad, no  por el  principio del  reconocimiento de  las  diferencias. Ahora tenemos que  intentar una construcción teórica donde las dos  estén presentes, y saber que  una lucha por la igualdad tiene que  ser también una lucha por el reconocimiento de la diferencia, porque lo importante no es la homogeneización sino las diferencias iguales.


Esto no  es fácil,  tenemos que  intentar también una reno- vación teórica: las sociedades capitalistas tienen varios sistemas, pero los seis  espacios diferentes se pueden reducir a dos  formas de  pertenencia jerarquizada. Los  dos  sistemas son  el sistema de desigualdad y el sistema de exclusión. Los  dos  sistemas son  dis- tintos, y muy  a menudo tan solo  vemos el sistema de la diferen- cia,  porque el  sistema de  desigualdad es  un  sistema de  perte- nencia jerarquizada que  crea integración social, una integración jerarquizada también, pero donde lo que  está abajo está adentro, tiene que  estar adentro porque si no  el sistema no  funciona. El sistema típico de desigualdad en las sociedades capitalistas es la relación capital-trabajo: los  trabajadores tienen que  estar aden- tro, no  hay  capitalistas sin  trabajadores, y Marx fue  un  gran teo- rizador de esto.
Pero hay  un  sistema de  exclusión, de  pertenencia jerarqui- zada, donde lo que  está abajo está afuera, no existe: es descartable, es desechable, desaparece. La  Sociología de  las  Ausencias intenta traer hacia el centro de nuestra discusión el sistema de exclusión. Michel Foucault fue  de  gran importancia, con  sus  estudios sobre la normalización, para ver cómo se crea exclusión: un  otro que  se queda totalmente afuera. En  este momento tenemos que  analizar estas dos  formas de desigualdad/exclusión por varias razones. Pri- mero, porque lo  que  está pasando hoy  –sin  que  lo  sepamos muy bien, no  lo hemos teorizado– es que  cada vez más  gente pasa del sistema de  desigualdad al  sistema de  exclusión; de  estar adentro de una manera subordinada a estar por fuera, a salir del  contrato social, de  la sociedad civil:  son  los  desocupados que  no  tienen es- peranza de volver a ser ocupados; y los jóvenes en miles de guetos urbanos de las grandes ciudades.
El trabajo es actualmente un  recurso global sin  que  haya un mercado global de trabajo. Este  es para mí el factor sociológico que está  por  detrás de  este  intercambio cada vez  más  grande entre el sistema de desigualdad y el sistema de exclusión, porque esta  discre- pancia permite, de hecho, que el trabajo deje de ser un factor de ciu- dadanía y de inclusión (aunque subordinada) y pueda existir con  la más  total exclusión. Por  otro lado,  el segundo factor al que  tampoco le hemos dado importancia –debemos reconstruir la teoría a través de él– es que  hay  formas híbridas que  se conforman con  elementos de desigualdad y de exclusión: las  dos  más  importantes para noso- tros  son  el racismo y el sexismo.
El  racismo es  una forma de  exclusión, pero cada vez  más está en  el sistema de desigualdad: es la racialización de la fuerza de  trabajo, primero en  el  colonialismo, luego  en  la  emigración. Sabemos que  hoy  la etnización de la fuerza de trabajo, o la racia- lización –importar inmigrantes de  otras culturas en  Europa, por ejemplo– es una forma de devaluar la fuerza de trabajo, y los tra- bajadores inmigrantes comparten la  exclusión con  el sistema de desigualdad porque trabajan para él. Y en el sexismo es lo mismo: el  rol de  la  mujer primero en  la  reconstrucción de  la  fuerza de trabajo del  hombre, y más  tarde su  entrada subordinada dentro del mercado de trabajo.
Estos dos  sistemas tienen autonomía, pero se  confunden muchas veces,  y tienes formas extremas de  destrucción. El siste- ma  de exclusión tiene un  extremismo que  todos nosotros conoce- mos:  fue  por el exterminio de los judíos y los gitanos en  el Holo- causto, y que  hoy  tenemos en Sudán, como lo tuvimos en Ruanda y Burundi. El  sistema de  desigualdad también tiene una forma extrema: la  esclavitud. El  problema es  que  las  formas extremas siguen existiendo, no  son  parte del  pasado sino  del  presente: sa- bemos hoy que  el trabajo esclavo es cada vez más  floreciente en el mundo. Hay  oficinas de las Naciones Unidas para detectarlo, y en Brasil tienen ahora la función de identificarlo, porque existe una determinación de que  todas las propiedades agrícolas donde haya trabajo esclavo pueden ser expropiadas por la  reforma agraria.
¿Se imaginan la lucha política que  eso significa?
Nosotros también tuvimos una idea  errónea –y por eso  me he expresado en contra del concepto de progreso–, la de esa  forma lineal que  hacía pensar que  todo pasaba de una fase a otra fase me- jor. No: la opresión, tal como la emancipación, la subjetividad, es un palimpsesto donde las formas más  extremas de desigualdad y de exclusión conviven con otras más  inclusivas y menos extremas. Por eso hay  que  tener una teoría sociológica, política, que  dé cuenta de estas especificidades.


El  tercer avance teórico que  el  FSM  nos  permite  ver –el primero es  un  concepto más  amplio de  opresión, el segundo es esta nueva relación entre el principio de  igualdad y el del  reco- nocimiento de  la  diferencia– es  toda la  relación entre inconfor- mismo, rebeldía,  revolución y transformación social.  Y aquí hay un  aspecto importante, la relación entre acción directa y acción institucional, entre las  acciones ilegales pacíficas y las  acciones institucionales. Entre la legalidad y la ilegalidad tenemos que  re- construir una dialéctica porque las clases dominantes siempre la han tenido: imponen la legalidad pero nunca la han cumplido, su hegemonía se basa en una dialéctica a veces nada sutil entre lega- lidad e ilegalidad, entre legalidad e impunidad, entre legalidad e inmunidad. Creo que  si queremos pensar la emancipación social tenemos que  entrar en eso.
La otra cuestión que  el FSM  nos  trae con  bastante fuerza es que,  probablemente, no  debemos martirizarnos tanto, porque ello no es muy  productivo, en discusiones generales, sobre las ventajas relativas de una estrategia reformista o una revolucionaria. Las dos están en  crisis en  su  forma moderna, hay  que  repensarlas, y pro- bablemente necesitamos de  otros términos. Los  movimientos que se reúnen en el FSM  se dicen revolucionarios, se dicen reformistas o ni  una cosa  ni  otra, porque los  dos  son  eurocéntricos, producto de  Occidente. Hay  que  crear otra forma de  insurgencia. Cuando empiezas a tener un  conocimiento de la práctica global, de la glo- balización alternativa, te das  cuenta de que  lo que  antes pensabas como universal, de hecho, es local,  es occidental. He tenido debates que  me  han impactado mucho, porque cosas que  yo consideraba que eran un patrimonio universal no lo son,  y eso a mi juicio es algo que  también tenemos que  discutir.
Finalmente, el  otro gran reto en  que   nos   ayuda el  FSM –porque esto es  una reconstrucción teórica mía  y de  otros com- pañeros pero basada en  toda la  práctica que  va  emergiendo en el mundo– es que  estamos viviendo una nueva forma de  interna- cionalismo, y las  teorías sociales no  están preparadas para eso: no  son  internacionales, y menos internacionalistas; al contrario. Entonces, si  hay  un  nuevo internacionalismo  en  curso hay  que dar cuenta de él, y ver cómo puede ser contrahegemónico, por lo cual  lucho. Tiene  que  convivir y entrar en conflicto con  el interna- cionalismo de la globalización neoliberal.
Aquí  los movimientos parten de dos  ideas que  me  parecen muy  importantes: una es la desnacionalización del Estado. El rol del Estado es un campo de disputa, pero hoy de hecho hay un pro- ceso  muy  claro de desnacionalización: cada vez más  las  políticas en los países parecen ser imposiciones externas. Si lo son  o no  es a  veces  dudoso, porque las  clases dominantes internas se  apro- vechan de  esas  imposiciones para tener una nueva acumulación primitiva, como fue  la última forma en muchos países: la privati- zación de bienes públicos. Si ustedes van a África –probablemente en  Argentina pase  lo  mismo– ven  esto: ¿cómo es  posible que  el presidente de Mozambique sea  el hombre más  rico de África? Se trata de un  ex guerrillero de la lucha anticolonial, que  ha compra- do  gran parte de  los  bienes que  fueron privatizados después de que  el FMI  obligó a Mozambique a privatizar todo. En  África del Sur tenemos también algo  de esto, con  la African  renaissance que es de hecho la creación de un  capitalismo negro, un  fenómeno in- teresante: la idea  de  reconstruir una clase  capitalista racializada para revalorizarla, frente a la desvalorización de  los  inmigrantes negros en Europa.
La otra idea  que  nos  obliga a trabajar bastante en términos teóricos y políticos es  la  desestatización de  la  regulación social. La crisis de la regulación social sustituye una forma de regulación centrada en el Estado por otra donde el Estado es un  socio. Se está desestatizando, por ejemplo, a través de  institutos públicos de  re- gulación. Muchos países tienen esta característica: los reguladores son  regentes de los regulados, y eso da otra idea  de la importancia del Estado hoy.  La debilidad del Estado es producida por un  Esta- do  suficientemente fuerte para producir su  propia debilidad. Esta centralidad del Estado en su proceso de descentración es algo  que se nos  escapa. Se necesita un trabajo teórico muy  importante sobre esta cuestión.
La  otra dimensión de  este  nuevo universalismo que  está  en curso es la idea de que tenemos que producir teoría y prácticas trans- escalares, donde las  escalas locales se articulen con  las  escalas na- cionales y con  las  globales. En  esto  la teoría y la práctica nos  han demostrado que,  a  veces,  las  trayectorias son  distintas: de  alguna manera, en  1994  los  zapatistas pasaron casi  directamente de  lo lo- cal  a  lo  global y después a  lo  nacional. Otros van  de  lo  local  a  lo nacional y después de ahí  a lo internacional, como el caso  del MST en  Brasil. Hay  diferentes trayectorias, pero es muy  importante que consideremos en nuestro trabajo teórico la necesidad de relacionar las diferentes escalas.
Y aquí concluyo: si estos son  los  retos y los  avances que  es posible tener en  cuenta, tenemos que  ver cómo articular la teoría que  estamos intentando desarrollar con  una nueva política, y en un  contexto donde sólo  nos  quedan   instrumentos hegemónicos. Estamos en  un  contexto donde legalidad, derechos humanos, de- mocracia son  realmente instrumentos hegemónicos, y por lo tanto no  van  a lograr por sí mismos la emancipación social; su  rol, por el contrario, es impedirla. Lo central en  nuestra cuestión es saber si  los  instrumentos hegemónicos pueden tener un  uso  contra-he- gemónico. ¿Cómo crear y hacer un  uso  contra-hegemónico de  la legalidad? ¿Cómo hacer un uso  contra-hegemónico de los derechos humanos y de la democracia?
Yo creo  que la ecología de saberes que les propongo va a tener muchas posibilidades de  enfrentar este  problema, sobre todo para sobrepasar algunas tradiciones funestas y nefastas en la teoría y en la práctica crítica de la modernidad.


DEBATE

PREGUNTA DEL  PÚBLICO

Yo soy  de  la Universidad de  Fortaleza en  Brasil. Uno  de  los  prin- cipales retos que  venimos trabajando desde el derecho como fac- tor de  cambio social tiene que  ver con  la legitimidad. En  nuestra intervención desde un  proyecto de  ciudadanía activa percibimos una asimetría de  pautas que  dificulta la búsqueda de  legitimidad, porque desde la universidad tenemos nuestras propias pautas y la comunidad tiene un  ritmo diferente al nuestro. Más  allá  de la traducción bilateral –en  doble sentido– de la que  usted habla, quería tener indicaciones, señales, de  cómo trabajar la legitimidad en  la comunicación de los saberes de la universidad con  los saberes y las necesidades de la comunidad.

RESPUESTA DEL  AUTOR

La legitimidad es hacia dónde hoy va mi trabajo sobre la universidad. Distingo tres crisis en la universidad pública contemporánea: la crisis de hegemonía, la de legitimidad y la institucional. La crisis de hege- monía tiene que ver con que la universidad era la única institución en la producción de conocimiento de excelencia, y hoy la confrontación es entre producir conocimientos ejemplares, sofisticados, y al mismo tiempo tener que democratizarse con el acceso de más  gente a la ense- ñanza pública como un derecho. Esta confrontación no ha permitido que  la universidad cumpla sus  objetivos, lo que  ha  resultado en una crisis de legitimidad. Y hay una crisis institucional: la idea  de que, por un lado,  la universidad se creó en la autonomía y ahora se busca, cada vez más, que  sea  conducida y administrada como una empresa, con criterios de eficacia que  son  típicos del mundo empresarial. Eso  está degradando las relaciones entre estudiantes y profesores, y está tam- bién  proletarizando a toda la comunidad universitaria con la creación de un  mercado global de servicios universitarios. Por eso creo que  el mundo va caminando sobre lo que,  me parece, es la solución: pienso que la crisis de hegemonía es irreversible, no hay que resolverla; lo que hay  que  resolver es la crisis de legitimidad y la crisis institucional,  y debemos empezar cuanto antes. La crisis de legitimidad tiene que ver con la creación de una universidad de proximidad, de un bien  público que  realmente sea  accesible, con  calidad, y que  esté relacionado con los problemas de la sociedad donde esté ubicada. La torre de marfil pasó; cuando las universidades empezaron fue necesario un cierto ais- lamiento, porque con  las estructuras del poder religioso –en Europa sobre todo– era muy  importante decir que  el conocimiento que  esta- ban  produciendo era neutro, no  tenía nada que  ver con  la sociedad, era una manera de defender a la universidad de las autoridades reli- giosas, de  las  inquisiciones. Pero hoy  las  condiciones son  absoluta- mente distintas; al contrario, necesitamos de un compromiso político de la universidad con la sociedad que la involucra. Y por eso en la cri- sis de legitimidad señalo cinco áreas fundamentales: 1) el acceso (mu- chos  países tienen que  hacer acciones afirmativas, como sistemas de cupos); 2) una nueva forma de extensión universitaria, que en muchos países se está concentrando en todas las formas rentables de servicios universitarios a la  comunidad; es  una forma en  que  la  universidad pública gana recursos extras, pero a mi juicio es una perversión de lo que  debería ser la auténtica extensión, que  es solidaria con  las comu- nidades; 3) la investigación-acción: ustedes tienen una gran tradición en América Latina, el hombre que  mejor teorizó la investigación so- cial  (un  gran amigo y un  gran sociólogo), Orlando Fals  Borda, casi no pasó a las generaciones más  jóvenes y era muy  importante en los años sesenta y setenta. A mi juicio no pasó porque era muy  fuerte esta idea  del  positivismo científico, que  de alguna manera las  dictaduras contribuyeron mucho a imponer en las universidades; y también po- demos decir que  en condiciones de dictadura, el positivismo fue una defensa, casi  como en los tiempos religiosos contra las inquisiciones. Pero los tiempos son  otros, y a veces  los pueblos pierden la memoria de sus fuerzas, de las cosas novedosas que hicieron en el pasado y que podrían asumir de nuevo; 4) otra es la ecología de saberes, que  es la inversión de la extensión: es traer otros conocimientos hacia adentro de la universidad; y 5) buscar una nueva relación entre la universidad pública y la escuela pública: hay  en todos los países una degradación de la escuela primaria y secundaria, y uno  no se da cuenta cuánto es- tán relacionadas; la universidad pública no se va a legitimar si no hace una alianza estratégica con  la enseñanza primaria y secundaria. En muchos países, la preparación de profesores de enseñanza primaria y secundaria salió  del control de la universidad, y muchas veces  está en escuelas privadas. Hay experiencias como las boutiques de ciencia (science-shops), una nueva forma de  investigación-acción donde los proyectos no son iniciativas de los universitarios sino  de asociaciones cívicas, de ciudadanos que  no pueden pagar servicios caros y buscan a las universidades para –a través de un trabajo transdisciplinario– re- solver problemas como el SIDA,  empleo, cuestiones ecológicas, etc. Esto incluye alguna novedad interesante, porque en  algunos países, como Dinamarca, los estudiantes pueden hacer su curso o programa de estudios de la universidad en un  science-shop, o sea,  su trabajo es de contribución a esa asociación, con  un  proyecto donde los diferen- tes conocimientos se están uniendo. En mi libro sobre la universidad, analizo una transformación, que  me  parece muy  interesante, del co- nocimiento universitario hacia lo que llamo el conocimiento pluriver- sitario11. Y eso está ocurriendo de muchas formas.

PREGUNTA DEL  PÚBLICO

Soy  de  Ciencias Sociales, y mi  pregunta se  refiere a  las  múltiples facetas de  la opresión que  postulaba y que  tienen que  ver  también con  la idea  de identidad-fortaleza, cuando identidades de raza o de género simultáneamente son  constitutivas, pero en  el desarrollo de un  movimiento social, por  ejemplo la  identidad de  género queda subsumida a los objetivos más  generales del movimiento. ¿Cómo es posible interpretar ese tipo  de identidades-fortaleza?

RESPUESTA DEL  AUTOR

Esta segunda pregunta se refiere, si la entendí bien, a las situaciones donde tenemos proyectos y movimientos con  componentes identi- tarios muy  fuertes; las  identidades asumen la  forma de  un  cierto fundamentalismo y  se  transforman en  identidades-fortalezas.  Yo distingo entre las identidades-fortaleza y las identidades-ameba; las últimas son  las  que  realmente se  mezclan y buscan articular con otras identidades. Las  identidades son   identificaciones en  curso; no  debemos tener una concepción cristalizada de  identidad, y eso es muy  importante en  los  movimientos porque hay  conflictos muy fuertes. Por  ejemplo, las discusiones entre el movimiento feminista y el movimiento obrero son  significativas para saber cómo podemos compatibilizar en la lucha una perspectiva de género en las relacio- nes  sociales de  sexo  con  una lucha por  los  derechos humanos, por empleo o en  una huelga. A veces  está  la idea  de  que  alguna de  las demandas identitarias pueden hacer peligrar las demandas principa- les. Pienso que debe  haber un análisis concreto de lo que es prioritario en una cierta demanda, pero también que las demandas son  más capaces de  crear potencialidades transformadoras si se combinan, si se articulan, si pierden su pureza, su identidad total, y se abren a las luchas. Hoy, por  ejemplo, el movimiento feminista, que está  muy fragmentado, se divide  –y no me  parece una cosa  mala– cuando las mujeres negras no  se identifican con  las  mujeres de  clase  media, y cuando las mujeres indígenas tampoco se identifican con ellas.  Estas últimas buscan transformar una agenda que  al final  pueda integrar las  diferentes perspectivas de  género para incluir un  componente de clase  y un  componente racial o étnico; si no  los tienen, no  van  a lograr articularse en una lucha social.

PREGUNTA DEL  PÚBLICO

Soy  de la Facultad de Ciencias Sociales y quería preguntar acerca del FSM y todo este movimiento de internacionalización de los mo- vimientos sociales. ¿Cómo percibe usted este pasaje de  la idea  de movimiento social a la “oenegeización” de los mismos, y la confor- mación de  una especie de  “altruismo internacional” que  produce resentimiento a nivel  local,  por ejemplo, al ver una burocracia del feminismo, del  movimiento gay,  del  movimiento de  lucha contra el SIDA o del  movimiento indígena? Se habla hasta de una indus- tria de  estas conferencias de  Naciones Unidas. Y el tema de  que esta insurgencia, en definitiva, está financiada por el Estado con las fundaciones internacionales –hasta por el Banco Mundial– o sea, la idea  de que  el activismo y el liderazgo social terminan pasando la responsabilidad hacia sus  financiadores y no hacia sus  bases co- munitarias. Y otra cosa  ligada al FSM:  habían llegado noticias de que  se estaría formando como una dirección del  Foro, y que  mu- chos  movimientos están en  contra de  una cierta burocratización del FSM.  ¿Cómo se está procesando esta especie de institucionali- zación del Foro?

RESPUESTA DEL  AUTOR

Contesto ambas: se  plantea si  el FSM  puede terminar siendo una cosa  burocrática y gerenciada por  el Banco Mundial. Esa  es una crí-


tica  que  se le hace y me  parece extremadamente injusta. Yo y todos los  otros que  nos  sentimos involucrados en  el  FSM  –no  hablo en nombre del  FSM  porque nadie puede hacerlo, nadie lo representa– podemos contestar con  diferentes concepciones. A mi juicio, lo que está  por  detrás de las críticas más  radicales es esa tradición en la iz- quierda bastante dogmática, siempre en busca de la lucha pura; y las luchas no son  puras, son  impuras, tienen elementos de perversión, y hay que  tener una vigilancia epistemológica, teórica y política sobre los  movimientos. Hay  que  distinguir a los  que  rechazan completa- mente la idea  del FSM de los que lo critican constructivamente. Creo que  rechazar la idea  del FSM  viene  de diferentes formas y tradicio- nes  de  la  izquierda. Por  ejemplo, en  algunos de  los  foros tuvimos cosas interesantes: críticas muy  radicales se transformaron en foros alternativos. O sea:  la idea  de Foro va a sobrepasar las  diferencias. En Mumbai, donde se realizó el IV Foro Social Mundial, se formó un foro  alternativo que  estuvo del otro lado  de la carretera, Mumbai re- sistence, que eran fracciones de los partidos comunistas de India que no  aceptaron el rechazo a  la  lucha armada como un  instrumento político de la Carta de Principios del FSM,  y crearon su propio FSM. De hecho, también participé de ese  foro  alternativo y fui  a ver qué pasaba allí.  En  el  Foro Temático de  Cartagena sobre Democracia también hubo un foro  alternativo, de gente que  pensaba que  el FSM se estaba “oenegeizando”: o sea, la idea  de que los movimientos pier- den  autonomía y las  ONGs  prevalecen. Eso  es parte del  problema, que  no es sólo  este  pasaje de movimientos a ONGs,  sino  el papel de las  organizaciones muy  poderosas, internacionales, casi  todas del Norte. En mi libro sobre el FSM hago un análisis de las organizacio- nes  que  forman parte del Consejo Internacional: más  del 50% viene de Europa y de América del  Norte12. Entonces, el FSM  no  es mun- dial.  Hay  que  hacer un  proyecto, y mi  contribución –analizando lo que  hacen las  organizaciones y de  dónde vienen– es  para mostrar que hay necesidad de impulsar una mundialización del mismo FSM, es una crítica constructiva para poder ampliar el FSM. Y por eso hoy la Comisión de Expansión del Consejo Internacional del Foro es fundamental, porque sabemos que  las  organizaciones de  África  están ausentes, y las de Asia también, y cuando vienen de África  lo hacen representantes de organizaciones o movimientos que  están articula- dos con las grandes ONGs del Norte, que tienen sus subsidiarios, sus franquicias en el Sur;  los que  están fuera de las franquicias, no  vie- nen. Aquí también aparece la Sociología de las Ausencias, que  real- mente hay que  producir en el FSM.  La mundialización es uno  de los retos; el otro es la democracia interna: no tengo una visión  de buro- cratización o institucionalización del FSM.  Es un campo de disputa. Hubo un  Secretariado Internacional donde el grupo brasileño tuvo un  poder muy  fuerte, porque fue el que  lo inició. En  este  momento, el Secretariado está  constituido por  brasileños y personas de la In- dia, pero sabemos que por las condiciones mismas –traer a los indios a San  Pablo es muy  difícil–  no  es posible que  las tareas estén total- mente divididas. 

Hay  un  Consejo Internacional, y un  proceso por  el cual  ese CI ha  intentado tener más  poder para conformar el FSM  y que el Secretariado sea más  ejecutivo. Pero  la democracia interna se articula con  la idea  de la mundialización. Tener democracia interna en  un  foro  que  tiene el nombre de  mundial pero no  lo  es,  es  una cuestión que  también debemos incluir. Y después viene  la  tensión entre movimientos y ONGs,  que es un campo de disputa muy  fuerte. Pienso que es una lucha y una disputa productiva que hay que seguir intentando llevar  a cabo, sobre todo para saber si el FSM va a ser un movimiento de movimientos o si se va a institucionalizar como cual- quier otra entidad socialdemócrata; hay  una lucha y está  abierta. Y hay  una tensión entre la Asamblea de los Movimientos Sociales y la organización del FSM,  porque el FSM  no  produce declaraciones fi- nales y la Asamblea, sí. A veces  las declaraciones finales de la Asam- blea  son  consideradas en el mundo como decisiones del FSM,  y eso crea  una tensión interna. Dentro del  FSM  hay  gente con  diferentes visiones: por ejemplo pienso que hay una posición dominante, que es la idea  de que  el Foro es un  espacio de reflexión que  no debe  tomar demasiadas decisiones para no  expulsar gente. Yo veo  en  esto  un gran peligro, y lo he discutido con  muchos, porque creo  que  no  de- bemos transformar al FSM  en  un  partido mundial –que  es imposi- ble–  o en  un  movimiento social más  –porque el poder de inclusión del FSM es algo nuevo, su capacidad de agregación es más  rica–  pero no comprendo cómo el FSM no va a tener, por ejemplo, una posición sobre la deuda, la reforma de las Naciones Unidas, la privatización del agua; o sea, sobre las cuestiones donde hay consenso. Dentro del FSM  debería haber posiciones sobre eso,  pero dentro del CI hay  di- ferentes posiciones, es un  campo de lucha. La cuestión de la finan- ciación ha sido muy  discutida; un grupo anarquista –creo  que argen- tino–  expuso un  análisis con  los detalles financieros de todas las or- ganizaciones que  financiaron el FSM  para deslegitimarlo. Creo  que es imposible. El FSM no es un proceso revolucionario autónomo, es un  intento de pensar, de crear una escala de resistencia política a la medida de la globalización de hoy, porque nuestras resistencias, has- ta ahora, eran locales y nacionales. En  1994  los zapatistas empeza- ron  con  la  idea  de  que  era  necesario tener una resistencia global, después tenemos Seattle, y luego  aparece el FSM.  Entonces, la idea de globalizarlo, ¿cómo se hace?: trayendo gente. Pero  no  hay  plata que  pueda traer a la gente; el problema no  es tanto la financiación como sus  condiciones, y aquí no  todo es claro ni transparente. Por ejemplo, en India hay  organizaciones con  una vasta tradición de re- sistencia a las fundaciones occidentales, y con  muy  buenas razones. La Fundación Ford fue  en  India el gran agente de esterilización de mujeres y de la “revolución verde”.  ¿Cómo la gente del FSM en India puede estar satisfecha si las fundaciones occidentales vienen con  di- nero para este  proceso? Se  comprende, y se  respetó eso,  pero en otros países ha  sido  posible que  la financiación no cree  condiciones de  control sobre lo que  se vaya  a hacer. Las  ONGs  más  poderosas pueden tener una presencia mayor. Por  ejemplo, en este  último foro se intentó una nueva metodología para que todas las actividades fue- ran  autogestionadas: sabemos que  las  organizaciones más  fuertes trajeron las estrellas y más  gente hospedada en los mejores hoteles. No vamos a terminar con  esto  de inmediato. Hebe de Bonafini –que es una amiga muy  querida– ha  dicho y escrito: hay  dos  foros, el de las estrellas y el de los soldados… Realmente esa tensión existe. Pien- so  que  hasta ahora la  financiación no  lo  ha  destruido, pero es  lo mismo que  sucede con  los partidos: tuvimos una gran influencia del PT en  el FSM,  y pienso que  el PT no  pudo manipular al FSM,  que creció mucho más. En  India tuvimos tres  partidos comunistas, dos partidos socialistas y los  movimientos ghandianos por  detrás del FSM.  Hubo negociaciones muy  duras, pero finalmente se llegó a un arreglo y Mumbai fue uno  de los foros más  exitosos que tuvimos. En este  momento se está  discutiendo en el CI cómo vamos a hacer para que organizaciones de África y de Asia puedan ir al FSM sin pertene- cer  a las  ONGs  más  poderosas de  Europa y EE.UU., para que  más gente que  no  está  conectada pueda hacerlo. Y tenemos ahora esta idea  de descentralizar el FSM  en 2006,  que  también es un  poco  eso: habrá uno  en Venezuela, otro en África  y otro en Asia. Siempre son condiciones políticas: tampoco en  Venezuela queremos que  sea  un FSM  del  presidente  Chávez, sino  uno  temático hemisférico, tiene que ser acogido en Caracas pero con autonomía. Todas estas cuestio- nes son,  a mi juicio, cosas que  se están discutiendo. Se hizo  un estu- dio sobre la composición social de los participantes del FSM de 2003 y yo analicé los resultados: 73% tienen un  curso universitario com- pleto   o  incompleto. ¿Dónde están los  oprimidos? Es  un  proceso, tampoco logramos traer a  la  gente que  vive  en  las  villas  de  Porto Alegre.  Ahora  el tema es saber si porque la idea  no  es pura y tiene problemas debemos abandonarla. Ese es el error que la izquierda ha cometido durante  mucho tiempo. En  este  momento no  podemos desperdiciar experiencias, hay que luchar, por eso mi invitación a los grupos más  radicales es  que  entren y se  organicen y permitan un diálogo. En Cartagena fui a La Boquilla, un barrio popular, para tra- bajar con  la  gente que  estaba haciendo un  foro  social alternativo, porque decían que  estaban desplazando a los afrodescendientes del Caribe colombiano para atraer al turismo a esas  playas, y yo les dije: “miren, estoy  contento de estar acá,  pero si ustedes organizaran esto allá donde hay 3.000  personas sería mucho más  fácil llamar la aten- ción  de la prensa internacional sobre la lucha de La Boquilla”. Claro que hay tensiones –en Colombia, naturalmente, en cuanto a conexio- nes  o no con  la guerrilla. Todo  es complejo, nada es puro, y por  eso hay que  luchar con  esas  contradicciones.

PREGUNTA DEL  PÚBLICO

A mí me parece que sería bueno avanzar sobre qué atractivos tiene el pensamiento monocultural, la metonimia, el pensamiento lineal, el conocimiento científico, porque recuerdo aquella idea  de Rousseau 
de que  los hombres nacen buenos y las instituciones los hacen ma- los, y aquí pareciera que las ideologías o la hegemonía hacen malo a un hombre que  nace bueno.

RESPUESTA DEL  AUTOR

Sobre el  atractivo del  monoculturalismo, pienso que  tiene razón. Cuando nosotros intentamos hacerle una crítica es en base  a la idea ecológica de  que  la  tradición occidental puede ser  rescatada en  lo que  tiene de  positivo: concepciones de  Estado, de  espacio público, de  ciudadanía, de  secularización. Son  elementos al  mismo tiempo indispensables e inadecuados si tienes como marco una lucha global que,  además, debe  estar anclada en la realidad cultural de cada país y cada comunidad. Pero  la idea ecológica es que no se presente como monocultural, porque el monoculturalismo es siempre una idea  de fuerza. Realmente, el mundo es diverso, y por  eso  cuando una idea monocultural tiene atractivo es  porque tiene por  detrás una fuer- za.  Cuando el  cristianismo llegó  a  este  continente tenía un  atrac- tivo,  pero vino  con  cañones, esa  es  la  fuerza de  la  idea  de  fuerza. Hoy,  cuando Condolezza Rice  dice  que  va a imponer la democracia en  todos los países, puedes crear una situación colonial en  un  país como Irak  para imponer la democracia. Sería interesante para los doctorandos actuales hacer una distinción entre los misioneros del siglo  XVII y los  misioneros del  Banco Mundial de  la democracia  y los  derechos humanos: los  del  siglo  XVI y XVII  tendrían ventajas porque, por  lo menos, aprendían las  lenguas, estudiaban el lugar y las costumbres –para controlar, claro– pero los de hoy imponen sus leyes y se van.

PREGUNTA DEL  PÚBLICO

Soy de la Facultad de Ciencias Sociales también, y me quedé pensan- do en lo que planteabas de los movimientos que se dicen reformistas o revolucionarios, y cómo desde América Latina hay  diferentes for- mas  de  alternativas políticas y movimientos sociales: el zapatismo desde la  autonomía y sin  aspirar al  poder; otros con  otra relación con el Estado, además de diferentes opciones políticas, como el caso de  Venezuela, Uruguay, etc.  Unos  se dicen reformistas, otros revo- lucionarios, y los zapatistas se dicen rebeldes, por  ejemplo. ¿Cómo conviven estas distintas formas de poder alternativo?

RESPUESTA DEL  AUTOR

Tenemos acciones que  surgen como revolucionarias y después pa- recen reformistas, como para muchos son  los  zapatistas; acciones reformistas que  después parecen revolucionarias como el caso  de Chávez; y acciones reformistas que  ni siquiera parecen reformistas, como el caso  de Lula... Y vamos a ver qué  va a pasar con  Uruguay, que es un país  con una tradición bellísima en una situación muy  di- fícil, con  un  proceso maravilloso de movimientos sociales que  tiene una de las conquistas más  importantes al garantizar que  el agua no sea  privatizada a través de  un  referéndum y una nueva ley consti- tucional. Hay  aquí una creatividad enorme, y el movimiento indí- gena  tiene una importancia que  no es respetada suficientemente en las teorías de la izquierda. Trabajo mucho en América Latina desde hace muchos años y me  impacta cómo los  movimientos comunis- tas, socialistas, están tan distantes de las luchas de los movimientos indígenas. Mis  colegas socialistas de  Ecuador me  decían que  “los indígenas son racistas al revés y debemos defendernos de eso”; claro que  hay  que  tener en  cuenta al Movimiento Pachakutik con  todas las  divisiones internas del  movimiento indígena y la globalización del  “que  se vayan todos” argentino. Pienso que  es un  campo en  el que  hay que  trabajar, también en este país:  una de las cosas que  me interesa más  es cómo se hace articulación política, la distancia en- tre la vitalidad del  movimiento social y un  sistema político que  no cambia. En Argentina, uno  podría imaginar que después de la crisis de  2001  habría un  cambio total del  sistema político; lo que  estoy observando es que,  al contrario de lo que pasó en Italia con las mani pulite de la corrupción, aquí no hay realmente articulación. Hay una creatividad enorme del movimiento social –que probablemente está en  reflujo, no  sé– y una gran dificultad en  la articulación política, porque los  partidos no  cambian, y sin  eso  podemos estar creando dos  inercias paralelas que  serían muy  dañinas para un  proceso de democracia de alta intensidad. O sea:  una inercia de los movimientos que no logran multiplicarse y acumular energía transformadora, y una inercia de  los  partidos que  siguen en  el poder más  o menos oligárquico, más  o menos dominante, que  siempre han tenido. Es una cuestión compleja.

PREGUNTA DEL  PÚBLICO

Soy de la Facultad de Ciencias Sociales. La cuestión de la diferencia nos  plantea el problema de las lógicas a las cuales recurrir para in- terpretarla y para enfrentar los desafíos o las novedades del mundo actual. ¿En  qué  lógica está  pensando? ¿Una  lógica dialéctica, o una más  ligada a  lo hermenéutico, a  lo paradojal al  estilo deconstruc- cionista, o una nueva lógica que  sería necesario incluir para estos tiempos nuevos?

RESPUESTA DEL  AUTOR

Pienso que  hoy  una de  las  cosas más  interesantes epistemológica- mente es ver el impacto de las  teorías de la complejidad: las  teorías del caos  y la lógica informal. Eso está cambiando todos los conceptos anteriores de la lógica dialéctica, hermenéutica, analítica. Está crean- do otra manera que,  a mi  juicio, tiene una potencialidad enorme de entender un  poco  mejor el mundo en términos políticos y epistemo- lógicos. Por ejemplo, la cuestión del constructivismo de que se habló, era uno  de  los  debates de  la razón indolente. Nosotros en  Occiden- te tenemos debates furiosos, enormes, que  en el contexto del mundo no significan casi  nada, son  indolentes, por ejemplo entre realismo y constructivismo. En  las dos  posiciones hay  matices enormes, porque en  todos los  movimientos sociales nada puede ser totalmente cons- tructivista: cuando la policía viene y te golpea, ¿cuál es la construcción social de la policía? Hay un dolor físico  en el cuerpo, lo real te resiste, y entonces no  puedes tener una actitud constructivista total frente a las acciones represivas, tienes que  tener lo que  llamamos hoy un  rea- lismo pragmático. Hay  representación real en los términos en que  la realidad nos resiste, pero no tenemos una manera inmediata de cono- cer la realidad, y por eso  somos siempre constructivistas. Lo que  no es posible es ser deconstructivista: esta es una lucha mía  muy  grande con  las tradiciones filosóficas de la deconstrucción, porque, hasta un cierto límite, es un  producto típico de la teoría crítica occidental. El problema es que no puedes deconstruir hasta el punto de deconstruir la capacidad de  resistencia. Entonces, toda la deconstrucción de  al- guien, de grupos, de movimientos o de teorías que quieran reconstruir la emancipación social tiene que  tener un  elemento constructivista y realista, un elemento de desconstrución y un elemento de reconstruc- ción;  Derrida demostró muy  bien  en  los  últimos libros sobre Marx cómo la deconstrucción lo dejaba sin resistencia, y lo mismo pasó con Foucault. Pienso que  nosotros tenemos que  salir de  esos  debates si queremos realmente enfrentar la cuestión del sufrimiento humano o de la resistencia a las causas del sufrimiento humano.

PREGUNTA DEL  PÚBLICO

Cuando usted habló de pensar la Sociología del Sur y manejarse con otra dinámica que no fuera la de la oposición, a mí se me ocurrió pensar en el estructuralismo, que  justamente plantea la diferencia en relación con la oposición. ¿El planteo suyo lo tiene en cuenta o se diferencia?

RESPUESTA DEL  AUTOR

Con respecto a la cuestión del estructuralismo no estoy  diciendo que no  sea  una discusión importante. Probablemente es indolente, por- que  para mí  hoy  lo más  activo es la distinción y el trabajo de cómo crear subjetividades rebeldes contra la banalización del horror, que crea  subjetividades conformistas y resignación. Pero  claro, yo mis- mo  distingo seis  espacios estructurales, entonces está  la  presencia del  estructuralismo. Es  un  debate que  podemos tener: si el estruc- turalismo trabajó bien  los dos  principios de la igualdad y el respeto a las  diferencias. A mi  juicio no:  el estructuralismo trabajó bien  el principio de la igualdad, pero no  trabajó bien  el principio del reco- nocimiento de  la  diferencia. Este  es  un  debate teórico importante que  hay  que  discutir en el contexto de estos  otros debates a los que los estoy  invitando.


Capítulo III


Para una democracia de alta intensidad

LAS PERSPECTIVAS epistemológica,  teórica  y política están muy conectadas en  estos  retos que  identificamos para la reconstrucción de una utopía crítica, para pasar de una teoría crítica monocultural a otra multicultural, para distinguir entre objetividad y neutralidad, para pasar de  la  problemática estructura-acción a la  problemática acción conformista-acción rebelde, para analizar la cuestión del pos- colonialismo, y también la de los dos  sistemas de pertenencia jerar- quizada que  existen en el capitalismo. De estas problemáticas resul- taban unos retos importantes para la teoría: una concepción amplia del  poder y de  la opresión; los  seis  espacios-tiempo estructurales  y sus  formas de poder; la equivalencia entre el principio de igualdad y el principio de  diferencia, donde hallamos dos  sistemas, el de  la desigualdad y el de la exclusión, así como la mezcla que  existe  entre los dos.  Nos hemos referido a las formas de acción, y a continuación vamos a concentrarnos en la cuestión de la acción institucional y la acción directa. Por  otro lado  nos  referimos también a la emergencia del Foro Social Mundial y la necesidad de un nuevo internacionalis- mo descentralizado, pluricultural.

Estas son  las  exigencias teóricas de  las  que  venimos, y de- bemos ver  cuáles son  las  consecuencias políticas y cuáles son  los instrumentos con  que  contamos. El  mensaje ha  sido  siempre que necesitamos de  un  conocimiento muy  sofisticado y exigente, por- que  tenemos que  conocer muy  bien  la tradición y al mismo tiempo contestarla, enfrentarla e innovar a partir de esa  tradición. Roberto Fernández Retamar, un  gran crítico literario cubano, acostumbra decir que  nosotros tenemos una doble tarea, sobre todo a partir de la situación poscolonial: por  un lado,  la de conocer muy  bien  el cen- tro  hegemónico, y por  otro, la de conocer muy  bien  la alternativa al centro hegemónico. O sea: debemos generar un  doble conocimiento que  es exigente para todos nosotros, y sobre todo para los  jóvenes científicos sociales de hoy.
¿Qué  instrumentos  tenemos? En  realidad, contamos sólo con  instrumentos hegemónicos para intentar enfrentar todo eso, porque los  conceptos para enfrentar lo nuevo, la discontinuidad, la  ruptura, la  revolución, hoy  no  los  tenemos. Los  instrumentos hegemónicos que  tenemos son  las semánticas legítimas de la con- vivencia política y social: la legalidad, la democracia, los derechos humanos. Esto es  realmente lo  que  tenemos hoy  para enfrentar todos esos  retos.
Es  un  problema complicado, porque si  son  instrumentos hegemónicos, por definición no  van  a resolver nuestras inquietu- des,  nuestras aspiraciones, y no  van  a conseguir lo que  queremos lograr, que  es  una sociedad más   justa, reinventar la  emancipa- ción  social. Entonces  tenemos que  hacer un  doble trabajo. Por un  lado,  intentar ver si los instrumentos hegemónicos pueden ser utilizados de  una manera contra-hegemónica: si  podemos desa- rrollar un  concepto contra-hegemónico de legalidad, de derechos humanos y de democracia. Y por otro lado,  ver si en las culturas  y en las formas políticas que  fueron marginadas y oprimidas por la modernidad occidental –muchas de ellas  en  el mismo Occidente, porque la modernidad occidental está hecha de muchas moderni- dades, una de  las  cuales dominó a todas las  otras– podemos en- contrar embriones, semillas de cosas nuevas. Un doble trabajo de arqueología: en esas  ruinas de destrucción, y en los instrumentos hegemónicos que  tenemos.


En  este  sentido, voy a concentrarme en la cuestión de la de- mocracia, pero luego  en  el debate podemos trabajar más  sobre los derechos humanos. Vamos a ver cuál  era la situación de la democra- cia en los años sesenta. En  ese momento, la teoría de la democracia tenía algunas características, sobre todo vista  desde una perspectiva crítica. En primer lugar, había varios modelos de democracia: la de- mocracia representativa liberal, la democracia popular, la democra- cia participativa, la democracia de los países que  se desarrollaban a partir del colonialismo. Había, por  lo tanto, una variedad grande de modelos democráticos.
En  segundo lugar, la  discusión central de  la  teoría crítica
–de la teoría de la democracia en general, Robert Dahl,  Barrington Moore– era la cuestión de las condiciones de la democracia: el gran problema de discusión en  ese  entonces era por qué  la democracia sólo  era posible en  un  pequeño rincón del  mundo, en  un  pequeño número de países. La respuesta era porque allí existían condiciones para ello: sociales, políticas, económicas. Se hablaba, por ejemplo, de una reforma agraria como condición para crear una población ciudadana para la democracia o de la necesidad de fortalecer a las capas medias como una forma de estabilizar la democracia, y como tales cosas no existían en la mayoría de los países, no se podía dis- cutir la democracia.
Por otro lado,  había una tensión creativa entre democracia y capitalismo, porque la democracia era un  proceso que  a través de la metáfora del contrato social luchaba por una inclusión más amplia. El  contrato social ha  sido  siempre selectivo, ha  excluido a mucha gente y muchos temas, pero desde el siglo  XIX la lucha política es de  alguna manera por la inclusión en  el contrato. Los obreros, las  mujeres, los  inmigrantes, las  minorías, a  veces  las mayorías étnicas, todos estaban en  una lucha por la inclusión, la que  presentaba una característica: involucraba alguna redistribu- ción  social, que  se daba en la forma de derechos económicos y so- ciales. Por eso el contrato social es la posibilidad de hacer alguna redistribución. Pero al capitalismo no le gusta la redistribución,  y se produce una tensión.
La tensión creativa entre regulación y emancipación, que  es epistemológica, es teórica y también política. Y el contrato social regula la tensión entre regulación social y emancipación, entre orden y progreso. En este contrato hay dos grandes principios: el de igualdad y el de libertad, y la distinción entre las fuerzas políticas que aceptan el juego  democrático –porque está  todo el camino de los anarquistas y del socialismo revolucionario que  no  aceptan este  juego–  es entre los  demoliberales, que  privilegian el principio de  la  libertad, y los demosocialistas, que  intentan perseguir los dos principios al mismo tiempo (por  eso  los  demosocialistas son  más  favorables a mayores concesiones a las  clases obreras, a la construcción del  derecho so- cial, etcétera).
La cuarta característica de este  modelo, que  está  centrado en el Estado, es pensar que  este  es la solución y la sociedad es el pro- blema. La  sociedad es problemática porque hay  crimen, hay  pros- titución, hay  escasez de  vivienda, hay  toda una desestructuración que  la  revolución industrial creó  y el Estado debe  solucionar. Y a este  Estado se lo quiere democráticamente fuerte para producir una sociedad civil fuerte. O sea: hay una simetría entre una sociedad civil fuerte y un  Estado democráticamente fuerte, no  hay  contradicción. Este  es  un  modelo que  se  asienta sobre muchos presupuestos –el libro que  presentamos en  la  Feria del  Libro13  habla de  ellos–  pero lo que  debemos entender es qué  pasó con  esta  posición del  Estado como solución. Hay dos procesos muy  claros.
Uno es la socialización de la economía, que va a ser algo nove- doso  en el centro y también en los países semiperiféricos de América Latina y de Asia. India es un  ejemplo muy  importante en este  caso, en tanto muestra que  la economía no es solamente capital, factores de producción y mercado. La economía es también gente, trabajado- res, familias, necesidades, aspiraciones, deseos, pasiones, que deben ser regulados de alguna manera, y eso es el proceso de socialización de la economía. El segundo proceso es la politización del Estado. Si para los conservadores el Estado tenía simplemente el rol de estable- cer y mantener el orden público y defender la soberanía nacional, en las concepciones demoliberales y demosocialistas esto  ya no  es así, y la politización del Estado va a consistir en la producción de cuatro bienes públicos fundamentales. El primero es la identidad nacional: los  himnos, la educación, las  historias nacionales, el modo en  que aprendemos a ser argentinos, brasileños, portugueses. El segundo es el bienestar individual y colectivo, la idea  del bienestar social que  es parte del contrato. El tercero es la seguridad individual y colectiva. Y el cuarto es la soberanía nacional.

Este  modelo entró en una crisis enorme en los últimos vein- te  años, y analizaremos muy  brevemente lo  sucedido. Lo  primero es que  de  todos los  modelos de  democracia que  había permaneció sólo  uno:  la democracia liberal, representativa. Las otras formas de democracia desaparecieron, no  se  habla más  de  ellas.  Así pues la primera idea  que les quiero comunicar es que así como tenemos bio- diversidad y vamos perdiéndola, pienso que  en  los  últimos veinte años también perdimos “demo-diversidad”: perdimos la diversidad de formas democráticas alternativas, donde el juego, la competencia entre ellas  de alguna manera daba fuerza a la teoría democrática.
En segundo lugar, la tensión entre capitalismo y democracia desapareció, porque la democracia empezó a ser un régimen que en vez de producir redistribución social la destruye. Es el modelo neo- liberal de  democracia impuesto por el  Consenso de  Washington. Una  democracia sin  redistribución social no  tiene ningún proble- ma  con  el capitalismo; al contrario, es el otro lado  del capitalismo, es la forma más  legítima de un  Estado débil. Esta es la razón por la cual  el Banco Mundial y el FMI proponen e imponen esta forma de democracia. Entonces, con  la falta de redistribución social, esta discrepancia entre experiencias y expectativas va a colapsar. De he- cho,  nuestra definición de sociedad en las ciencias sociales, la más sencilla y más  completa al mismo tiempo, dice  que  es un  conjunto de expectativas estabilizadas: sociedad es recibir el salario a fin de mes,  es el ómnibus que  llega  a una hora determinada, es la expec- tativa estabilizada.
Lo que  hoy está ocurriendo es que  para mucha gente no hay expectativas estabilizadas, y por eso  he  dicho que  estamos en  la crisis del  contrato social. Estamos expulsando gente de  la  socie- dad  civil  al estado de  naturaleza, que  era el estado previo al de  la sociedad civil para Locke,  para Hobbes y para Rousseau. Estamos hablando de  la mayoría de  la población mundial, en  algunos países  más, en  otros menos: puede ser 60%,  30%,  pero eso  es lo que está pasando en el mundo en este momento, con  el mantenimiento de  la democracia política representativa sin  redistribución social. Mi primer diagnóstico radical de nuestra situación presente a nivel mundial es que  vivimos en sociedades políticamente democráticas pero socialmente fascistas. O sea:  está emergiendo una nueva for- ma  de  fascismo que  no  es  un  régimen político, sino  un  régimen social. Es la situación de gente muy  poderosa que tiene un poder de veto sobre los sectores más  débiles de la población.
Cuando digo  crisis del  contrato social, algunos pueden se- ñalar que  esto es  contradictorio: nosotros miramos los  informes del  Banco Mundial, nuestra prensa, y se  está hablando siempre de  contractualismo. Esto no  tiene nada que  ver con  el  contrato social, es  el  contractualismo individual entre partes que  tienen poderes muy  distintos, y que  a mi  juicio crea una forma de  fas- cismo social: el fascismo contractual. En  el libro Reinventar la de- mocracia. Reinventar el Estado distingo cinco formas de fascismo social. Lo importante ahora es ver cómo el hecho de  que  se pasa muy  fácilmente del  sistema de  desigualdad al  sistema de  exclu- sión  está produciendo una situación nueva, esta de tener brutales desigualdades  sociales que  son  invisibles, que  están aceptadas, que  están naturalizadas, aunque la  idea  democrática, el  Estado democrático, se mantiene.
Por eso entramos en un proceso en el que el neoliberalismo no tiene nada que  ver con  el liberalismo del siglo  XIX sino  con  el con- servadurismo de ese siglo,  pero a su vez es nuevo: en el siglo  XIX el conservadurismo quería crear un  marco jurídico para los negocios, para garantizar la propiedad individual, y las obligaciones contrac- tuales, y defender la soberanía nacional. El nuevo conservadurismo ha desechado el concepto de soberanía nacional; el nacionalismo de los conservadores no existe  más. El tercer efecto de esta  crisis es que en veinte años esa  fórmula del Estado como solución y la sociedad como problema se invirtió. Ahora  la sociedad civil es la solución y el Estado es el problema. Y esto  pasó casi  desapercibido para mucha gente: “el Estado es ineficiente”, “el Estado es la causa de todos los problemas”, etcétera.


El otro factor fue que  el Estado, contrariamente a ser el espe- jo de la sociedad civil, es ahora su opuesto: para criar una sociedad civil fuerte tenemos que  tener un  Estado débil. No puede ser que  un Estado democráticamente fuerte conduzca a una sociedad civil fuer- te.  Entonces esto  nos  lleva  a otra característica importante que  se desdobla en dos,  y es lo que  llamo la desnacionalización del Estado por un lado  –o sea, el Estado cada vez más  gestionando las presiones globales– y la desestatización de la regulación social. El Estado deja de  tener el control de  la regulación social, se crean institutos para ello, y el Estado se convierte sólo en un socio, no tiene el monopolio de la regulación social. Por eso vamos a tener el problema de la rela- ción  entre reguladores y des-regulados, y frecuentemente los regula- dos son  rehenes de los reguladores.
Este  primer diagnóstico es  duro, pero me  parece que  tiene que  ver claramente con  la crisis del modelo. Otros aspectos que  no vamos a poder desarrollar en su totalidad son  el fascismo social que no es producido por  el Estado pero tiene la complicidad del Estado, y el nuevo Estado de  Excepción. En  conclusión, de  esta  situación resultan algunas cosas que  son  retos para nosotros si queremos re- inventar una práctica y una teoría política. Primero porque vemos que  en  el primado del  derecho que  se anuncia por  todos lados –la reforma del sistema judicial, la centralidad de los tribunales, etc.– se consagra al derecho pero se “desconsagran” otros derechos: los dere- chos  sociales y políticos.
La segunda es la emergencia de  un  constitucionalismo glo- bal  de las  empresas multinacionales, que  prevalece sobre las  leyes nacionales y las  viola  frecuentemente, pero tiene prioridad sobre ellas como antes la ley constitucional tenía prioridad sobre las leyes ordinarias. Y de todo esto resulta lo que  yo llamo una democracia de baja  intensidad: vivimos en  sociedades de  democracia de  baja intensidad. El  problema pasa por comprender que  la  democracia es parte del problema, y tenemos que  reinventarla si queremos que sea  parte de  la solución. Por ejemplo, lo que  sería un  ideal  demo- crático según Rousseau (siempre hay  que  distinguir la democracia como práctica de  la democracia como ideal), es muy  interesante. Rousseau decía que  solamente es democrática una sociedad donde nadie sea  tan pobre que  tenga que  venderse ni  nadie sea  tan rico que pueda comprar a alguien. En nuestras sociedades hay de hecho mucha gente que tiene que venderse, y mucha gente que tiene dine- ro para comprar a esa  gente.
Estamos muy  lejos  de ese ideal  democrático, y por eso  hay que  ver si  podemos crear una contra-hegemonía. Pero no  es  fá- cil en  este momento, nuestro propósito y mi  tesis central en  este seminario es  que  tenemos que  reinventar la demo-diversidad. La perdimos, pero quizás eso  no  es  tan irreversible como la  biodi- versidad; probablemente es posible reinventar y reconstruir algu- nas  de estas formas de demo-diversidad. Y la principal que  voy a proponer es la relación entre democracia representativa y demo- cracia participativa. Las  razones por las  cuales tenemos que  ver esta solución contra-hegemónica parten de  un  análisis riguroso en cada país  de la democracia de baja  intensidad, que  se presenta de varias maneras pero tiene en general –y por eso  vamos a tener que  construir alternativas a partir de eso– algunas características que  es importante rever.
La primera es que  este  modelo se funda en dos  mercados. El mercado económico, donde se intercambian valores con  precio, y el mercado político, donde se  intercambian valores sin  precio: ideas políticas, ideologías. Hoy  estamos viendo que  estos  dos  mercados se confunden cada vez más, estamos entrando en un  proceso donde solamente tiene valor  lo que  tiene precio, y por  lo tanto el mercado económico y el mercado político se confunden. Con eso se naturaliza la corrupción, que  es fundamental para mantener esta  democracia de baja  intensidad, porque naturaliza la distancia de los ciudadanos a la política: “todos son  corruptos”, “los políticos son  todos iguales”, etc.,  lo cual  es funcional al sistema para mantener a los ciudadanos apartados. Por  ello la naturalización de la corrupción es un  aspecto fundamental de este  proceso.
Este  modelo tiene dos  piernas: la democracia representativa es, por  un  lado,  autorización y, por  otro, rendición de  cuentas. En la  teoría democrática original estas dos  ideas son  fundamentales: autorización, porque por  el voto  yo  autorizo a  alguien que  decide por mí, pero por otro lado  él tiene que rendirme cuentas. Lo que está pasando con  este  modelo es  que  sigue  habiendo una autorización pero no  hay  rendición de  cuentas: en  el juego  democrático actual, cuanto más  se habla de transparencia, menos transparencia hay. En- tonces, dado que  la rendición de cuentas no tiene lugar, la autoriza- ción  entra en  crisis a través de dos  patologías muy  fuertes: la de la representación –los  representados no  se sienten representados por sus  representantes– y la  de  la  participación –abstencionismo muy frecuente: “no voy a participar porque mi voto  no cuenta” o porque “sucede siempre lo mismo”.
Estas son,  a mi juicio, las condiciones dentro de las cuales te- nemos que encontrar alguna alternativa. La situación de la cual  par- timos es, con  estas características generales, realmente muy  difícil: una ciudadanía bloqueada, en la medida en que a mucha gente –que es la característica del sistema democrático representativo– no se le garantizan las condiciones de participación; o sea,  que  se basa en la idea  de participación pero no garantiza sus  condiciones materiales. Por  ejemplo, tres  condiciones son  fundamentales para poder parti- cipar: tienes que  tener tu supervivencia garantizada, porque si estás muriendo de hambre no vas a participar; tienes que tener un mínimo de  libertad para que  no  haya una amenaza cuando vas  a  votar;  y finalmente tienes que  tener acceso a la información. Me parece que con esta  ciudadanía bloqueada se está  trivializando la participación; participamos cada vez más  en lo que  es menos importante, cada vez más  somos llamados a tener una opinión sobre cosas que  son  cada vez más  triviales para la reproducción del poder.
Y esto es  algo  que  también me  parece importante: hay  un nuevo proceso de “asimilacionismo” que se ejerció en relación a los indígenas y ahora se expande a toda la sociedad, y que  consiste en participar sin  poder discutir las reglas de participación. Entonces, a partir de aquí tenemos que  desarrollar otro modelo democrático que  logre de hecho vencer esta situación. En  la democracia repre- sentativa nosotros elegimos a los  que  toman decisiones políticas; en  la democracia participativa, los ciudadanos deciden, toman las decisiones. Pero esta polarización debe  ser matizada: primero, la democracia representativa tiene también una parte de  participa- ción.  El voto lo es, pero es una participación compleja, porque con- lleva  la idea  de  renuncia a la participación, y por eso  es limitada. La democracia participativa, por el contrario, también tiene dele- gaciones y formas de  representación: hay  concejales, y delegados.


Todos los  estudios que  tenemos sobre los  presupuestos participa- tivos, por ejemplo, aún a nivel  local,  como en  Porto Alegre, mues- tran claramente que  todas las  formas de democracia participativa tienen también elementos de representación14.
Veamos cuáles son  las  condiciones para poder efectuar esta complementariedad, que  no  es de ninguna manera fácil.  Pienso que ella  conlleva tres problemas: la relación entre Estado y movimientos sociales; entre partidos y movimientos sociales; y de los movimientos sociales entre sí. Son  las  tres vías  donde puede construirse una arti- culación entre democracia representativa y democracia participativa que  quizás constituya la creación de una forma de complementarie- dad. Los caminos de complementariedad entre ambas son  muy  com- plejos: no  estoy diciendo que  sea  fácil  realizarla en  ningún lugar. Si miramos la situación de, por ejemplo, los partidos y los movimientos, enfrentamos en  muchos países una situación totalmente hostil a la complementariedad: los  partidos tienen un  fundamentalismo anti- movimientos sociales, piensan que  tienen el monopolio de la organi- zación política de los intereses y que  los movimientos sociales no son representativos. Cuando estaba haciendo mi trabajo de investigación en  Porto  Alegre, entrevisté  a los  diputados y senadores principales, que  me  decían: “mira, yo he  sido  elegido por 40.000 votos, ¿cuánta gente va a una reunión de asamblea? ¿1.000, 2.000  personas? Enton- ces soy más  representativo, hay  más  personas”. La idea  de represen- tación es muy  compleja, y más  si existe este fundamentalismo, que es muy  claro. En Ecuador, por ejemplo, me di cuenta de la distancia en- tre los partidos de izquierda y los movimientos sociales como el de los indígenas. Hay una hostilidad de principios que hay que sobrepasar.
Existe otro fundamentalismo, inverso a este, el fundamen- talismo anti-partidos políticos de los movimientos sociales, que es la idea  de que  los movimientos sociales tienen que  ser totalmente autónomos porque la alternativa es la cooptación, que  significa la destrucción del  movimiento; tienen la  idea  de  que  no  es  posible la relación entre partidos y movimientos. Pero entonces no es posible  una articulación entre democracia representativa y partici- pativa, porque la  representativa está dominada por los  partidos, y la  participativa está dominada por los  movimientos  sociales y las  asociaciones barriales, de  vecinos, etc. Si  no  hay  una articu- lación política entre las  dos,  no  es posible una articulación entre democracia representativa y participativa. Hay  que  vencer estos dos  fundamentalismos.


Y hay  otro obstáculo: los  partidos privilegian totalmente la acción institucional, dentro del marco legal,  dentro del parlamento, etc.  Los movimientos sociales, por  el contrario, se dividen entre los que utilizan más  la acción institucional y los que usan más  la acción directa, pero los  más  importantes normalmente emplean las  dos. Hay   una tensión entre partidos que  se valen  de la acción institucio- nal  y movimientos que  muchas veces  recurren a la acción directa. Y esta  es a mi juicio una de las razones más  persistentes que dificultan enfrentar esta  complementariedad.
Por otro lado,   también  podemos decir que   los  partidos tienden a  homogeneizar sus  bases sociales, les  gusta cada vez más   hacerlo a  través de  lo  que  llamamos la  pérdida de  ideolo- gía  en  las  emergencias de las  que  son  parte. Los movimientos, al contrario, tienen temas específicos, trabajan sobre la  diferencia cultural, la  diferencia  sexual, la  diferencia territorial, trabajan con  otros conceptos que  son  distintos. Hay  una nueva cultura po- lítica que  tenemos que  inventar que  pasa exactamente por vencer estas dificultades.  ¿Cómo se  hace esto? Mostrando  en  la  prác- tica las  ventajas de  una articulación. Hay  muchas experiencias en el Sur donde la democracia participativa emerge como presu- puesto participativo, como el referéndum o las  consultas popu- lares, como concejos sociales o de  gestión de  políticas públicas –como en  Brasil, donde son  muy  fuertes en  este momento– y se comienza a ver una complementariedad. Aún es limitada, porque las  experiencias que  tenemos de  articulación entre democracia participativa y representativa son  a nivel  local.  Tenemos aquí un problema de escala: cómo desarrollar esta complementariedad a nivel  nacional y global.
Cuando el Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil llegó  al poder, muchos estábamos involucrados en proponer ideas para una democracia participativa, para un  presupuesto participativo a nivel de la unión federal. Y discutimos ideas interesantes, porque no pue- de ser el mismo que  en una ciudad; tiene que  tener otra forma, pero es posible. De hecho, el PT en el gobierno desechó totalmente la po- sibilidad de una democracia participativa a nivel nacional. Entonces tenemos esto:  una democracia participativa en  el nivel  local  logra articular autorización con  rendición de cuentas, crea  realmente una transparencia, limita la corrupción –de hecho eso está  demostrado– y logra redistribución social. Se puede probar que en las ciudades de América Latina y Europa donde hay  un  presupuesto participativo hay redistribución social.
Pero el  problema  es  este: podemos  tener  ciudades  más justas, pero las  sociedades a  nivel  general siguen siendo cada vez más  injustas, porque el nivel  local  no  logra una articulación nacional. Los  partidos podrían desarrollarla, pero no  lo  hacen. Este es  uno   de  los  límites más   persistentes que  tenemos, pero empiezan a ser claras algunas cosas muy  importantes en esta ar- ticulación: la  democracia participativa logra ampliar la  agenda política. Hay  muchos problemas en  los  parlamentos de  América Latina y Europa en  que  estos surgen directamente de  las  luchas populares, de los movimientos sociales. En  mi  país, por ejemplo, se  está desarrollando actualmente el  referéndum contra la  pe- nalización del  aborto, resultado directo del  movimiento popular que  fuerza a los  partidos de  izquierda a enfrentar esta cuestión en el Parlamento.
La participación de los partidos es realmente importante si estos tienen credibilidad en  sus  países. El problema es muy  claro: la  articulación democracia participativa/democracia representati- va exige  la credibilidad de los partidos. Y los partidos pueden sus- tentar una agenda política mejor que  los  movimientos. El proble- ma  de  los  movimientos sociales es que  en  determinado momento tienen una actividad enorme, están todos los  días  en  la  prensa,  y al mes  siguiente ya no  están, están en  reflujo, la gente ya no  va a las reuniones o a las asambleas. Esta idea  de sustentabilidad de la movilización es un  problema muy  serio en muchos países, porque para que  se  logre una continuidad, una participación, tiene que haber articulación política. Si no la hay,  tenemos estas dos inercias de las que  hablábamos antes: por un  lado,  la inercia y el reflujo de los  movimientos sociales que  no  logran multiplicarse y densificar la lucha; y por otro, los partidos que  se mantienen como antes y no cambian en nada sus  políticas.
A mi juicio este es el reto que enfrentamos hoy para sobrepa- sar estos problemas, y cuando se resuelve se logran muchas cosas. Por ejemplo, trabajando con experiencias concretas, se nota que los partidos, al tener vocación de  poder, suelen trabajar bien  la cues- tión de los desequilibrios dentro del espacio público, porque com- piten por el poder: no quieren transformarlo, quieren tomarlo. Los movimientos sociales, por el  contrario, saben que  muchas veces las  formas de opresión vienen del Estado pero también de actores económicos y sociales muy  fuertes, por lo que  la distinción entre la opresión pública y la opresión privada no es demasiado importan- te. Los  sindicatos, por ejemplo, tienen una experiencia notable de lucha contra actores privados: los patrones y las empresas. Enton- ces, hay también en este proceso una capacidad enorme de ampliar la  lucha contra la  opresión. Y en  los  países donde la  democracia participativa se  enraíza en  las  experiencias que  tenemos, permite de hecho que  se desarrolle en este momento una lucha más  amplia contra diferentes formas de opresión.
Hay  factores que  favorecen la  emergencia de  la  lucha,  y por ende está apareciendo en  muchos países. El  primero es  que los partidos políticos están perdiendo el control de la agenda po- lítica: nunca incumplieron tanto sus  promesas electorales cuando llegaron al  poder como en  estos momentos. Uno  de  los  estudios más  interesantes es mirar los programas de los partidos y después su práctica política. Ha  sido  siempre así,  pero ahora todavía más, porque hay una presión de la globalización neoliberal que  no pue- de  entrar en  la  agenda política de  un  partido. Ninguno de  ellos puede decir “cuando llegue  al  poder voy  a  seguir totalmente las instrucciones del BM y del FMI”,  porque si dice  esto no va a tener votos, ya que  la gente sabe  las consecuencias de eso. Tiene  que  de- cir que  va a dar más  empleo, educación, salud, etc., pero cuando llega  al poder no hace nada de eso. Este incumplimiento hace que la deslegitimación de los partidos sea  cada vez más  grande en un número cada vez mayor de países.


Esa  pérdida del  control de  la  agenda política solamente se puede recuperar a través de los movimientos populares. No me  pa- rece que  pueda ser de otra forma que  a través de una presión desde abajo. Esto viene  de  los  movimientos, y tiene otra característica: debe  ser legal  e ilegal.  No  puede ser una lucha institucional sola- mente, tiene que  ser una lucha institucional y una lucha directa. Además, en  algunos contextos tiene que  ser cada vez más  directa, porque con  la criminalización de  la protesta se está reduciendo la posibilidad de una lucha institucional, y si esta se reduce tenemos que  abrir espacios para la posibilidad de una lucha directa, ilegal  y pacífica. Lo que  estoy tratando de sugerir es que  tenemos que  crear una dialéctica entre legalidad e ilegalidad, que  de hecho es la prác- tica de las  clases dominantes desde siempre: usan la legalidad y la ilegalidad cuando les conviene.
Por  eso  no  puede haber un  fetichismo legal.  Yo que  trabajo mucho la  cuestión del  sistema judicial –como sociólogo del  dere- cho–  en varios países de América Latina y África  tengo una concien- cia  muy  clara de que  esta  tensión es necesaria. De hecho, todos los momentos fundantes de  la  democracia han sido  ilegales: huelgas, protestas y hasta funerales. Por  ejemplo, en  África  del  Sur,  uno  de los movimientos fundadores de la nueva democracia fueron los fune- rales de los negros asesinados. Ilegalizados por  el apartheid, fueron un acto  fundador de pertenencia: “ya que no podemos pertenecer en vida  pertenecemos juntos en la muerte”. Esto es una cosa  que  viene de muy  lejos.  ¿Ustedes saben cuáles fueron las primeras mutualida- des  de  los  trabajadores que  se crearon en  el siglo  XIX en  Europa? Eran para comprar un  ataúd cuando moría el trabajador, para los funerales; o sea, el trabajador no tenía dignidad en vida,  pero quería tener dignidad en  la  muerte. Y todavía hoy  en  algunos países hay mutualidades de funerales. Esta fue la creatividad de las luchas por la supervivencia de gente que  estaba excluida totalmente del contra- to social, y por  eso  esta  mezcla de legalidad e ilegalidad es para mí muy  necesaria y muy  fuerte.
Claro que  la  relación entre Estado y movimientos, y entre partidos y movimientos, depende de  algo  que  llamo las  condicio- nes  de  oportunidad política. No  podemos generalizar estas condi- ciones: hay  condiciones políticas donde las  clases que  están en  el poder son  muy  represivas, muy  monolíticas; hay  otras donde son más  abiertas, menos monolíticas, y hay  mucha competencia entre ellas.  Cuanta más  competencia entre elites, más  grietas se  abren para que  por ellas  entren el movimiento popular y la democracia participativa. Y aquí lo que  me  impacta más  es que  los movimien- tos por separado no  ven  las  posibilidades que  tienen a su  alcance: no aprovechan las oportunidades.
Esto es lo que debemos analizar sobre la relación movimien- tos-movimientos. Si los movimientos se van  a mantener separados –feministas de  un  lado,  obreros, indígenas y ecologistas en  otros, derechos humanos aquí, asambleas barriales allá– sin articulación, no iremos muy  lejos.  Hay  demasiadas teorías de separación y muy pocas teorías de  unión, por una tradición nefasta, a mi  juicio, en la  política de  izquierda: que  politizar una cuestión es  polarizar una diferencia. Para nuestra tradición, politizar significa polarizar. Dentro de los movimientos, de las clases populares, hay que  buscar otra cultura política, que  tiene que  basarse en lo que  llamo plurali- dades despolarizadas.
Hay  una discrepancia total entre la práctica y la teoría de la izquierda y de los movimientos en América Latina: para una teoría ciega,  la  práctica es  invisible, y para una práctica ciega,  la  teoría es  irrelevante. Eso  es  lo  que  ocurre hoy,  y hay  que  superarlo. Si ustedes miran las  condiciones de  los  movimientos verán que  par- ten de  esta polarización y también de  otra cosa:  nunca como hoy en el pensamiento de izquierda hubo una discrepancia tan grande entre las posibilidades de corto plazo y las incertidumbres de largo plazo. Antes hablábamos de socialismo o barbarie; ahora pasamos a hablar de que  otro mundo es posible. La apertura es totalmente distinta, el largo plazo es  muy  inclusivo pero muy  vago  también. Hay  que  concentrar esta condición que  es  problemática y permi- te todavía una despolarización. Al analizar los  textos de  toda la reflexión de  la izquierda desde el siglo  XIX se ve muy  claramente que  las polarizaciones incidían sobre todo en el largo plazo. Hubo algunas en el corto plazo. Por ejemplo, en la Primera Guerra Mun- dial,  los  obreros se  dividieron entre los  que  estaban a favor de  la guerra y los que  estaban en contra, pero las grandes divisiones son de largo plazo.


Creo que  hoy  hay  condiciones para vencer algunas cuestiones que  parecen muy  tenaces. De alguna manera lo que  voy a proponer de  las  pluralidades despolarizadas parece ir en  contra de  un  nuevo extremismo que  existe dentro del  pensamiento crítico. Hay  tres ex- tremismos que,  a mi juicio, son  muy  nefastos. Uno  es sobre el sujeto histórico: el extremismo entre los que  siguen creyendo que  el sujeto histórico es la clase  obrera y los que  creen que  es la multitud. Es un extremismo mucho más  grande que  hace treinta años, cuando se dis- cutía qué era la clase  obrera, si la pequeña burguesía era parte de ella, cuál  era el papel de los campesinos y quiénes eran los aliados. Ahora es entre el extremo de la clase  obrera y el de la multitud. Marcos dice: “personas comunes, y por lo tanto rebeldes”. Michael Hardt dice  en Imperio –y lo dijo en el FSM 2005– “todos somos comunistas”.
Este extremismo, a  mi  juicio, ridículo, está intentando  con- fundir las  cosas porque es  totalmente irrelevante. Antes, las  faccio- nes dentro de los partidos comunistas, socialistas, eran divisiones que tenían consecuencias políticas: uno  podía ser echado de  un  partido o podía morir. O sea:  el extremismo, las  posiciones distintas, tenían consecuencias. Hoy  no  tienen consecuencias, es un  extremismo tan grande como inconsecuente, falto de relevancia. Lo mismo sucede con las formas de organización: o tenemos las tradicionales de partidos y sindicatos, o todo es espontáneo, no  puede haber una organización porque si la hay  no  hay  democracia directa, y si no  hay  democracia directa no  hay  movimiento popular puro. Este extremismo es total- mente irrelevante pero crea muchos debates que no son productivos.
También hay otro extremismo que es pensar que, por un lado, es necesario tomar el poder, y por  otra parte gente como Holloway, por ejemplo, que dice: “no, no tenemos nada que ver con el poder, no hay que tomar el poder, hay que ignorarlo”. Sigue  siendo muy  difícil encontrar un  camino intermedio, y somos varios los  que  estamos buscando otra vía,  en  la que  la cuestión no  es tomar o no  el poder sino  transformarlo, y sobre todo a partir de un principio que  es fun- damental: en todas las luchas los conflictos están determinados por las clases o grupos dominantes. Cuando les hablo del uso  contra-he- gemónico de un  instrumento hegemónico, parto de los términos del conflicto, porque no  está  en  la agenda política una transformación global. Es decir, estamos en un  momento, en un  período de transición,  que  es demasiado tardío para ser  pos-revolucionario y dema- siado prematuro para ser pre-revolucionario.
Esta es una situación que  conlleva toda esta  tensión y opor- tunidad creativa que  tenemos para poder construir una alternativa democrática. Por  eso  pienso que  en estas condiciones tenemos que partir de  los  conflictos. ¿Cómo se mide hoy  el éxito  de  una lucha? Por su capacidad de cambiar los términos del conflicto. Por ejemplo, los indígenas han visto  cómo su éxito  va de pequeñas luchas cultu- rales hacia la defensa de la autodeterminación, de la autonomía. Las luchas se articulan cambiando los términos. Esta pluralidad despo- larizada que  les  propongo tendrá muchas consecuencias, y pienso que  el FSM  es un  embrión de realidades donde podemos empezar a ver algunas de estas despolarizaciones, pluralidades que  son  despo- larizadas. Y aquí concluyo mi exposición: si empecé epistemológica- mente con  la Ecología de los Saberes, termino con  las pluralidades despolarizadas. Es decir, el lado  político de una epistemología de los saberes es la incompletitud de propuestas políticas y la necesidad de unirlas sin una teoría general.
El concepto de pluralidades despolarizadas tiene una serie  de condiciones de las  que  no  voy a hablar aquí, pero tiene sobre todo esta  necesidad de  una inteligibilidad, una articulación de  acciones colectivas cada vez mayor. Esto está  emergiendo en  muchos movi- mientos: en  el  movimiento feminista, en  el  movimiento indígena, etc.  Hay  cosas que  son  totalmente novedosas. Por  ejemplo, en  mi país,  el movimiento sindical apoya al  movimiento gay  y este  tiene mucha presencia en  las  manifestaciones; veinte años atrás los  sin- dicatos nunca hubieran participado de una marcha de orgullo gay, eran totalmente anti-gay y hacían una articulación con la Iglesia Ca- tólica más  conservadora. Hoy estas articulaciones son posibles. Para que  puedan ser  posibles sin  una teoría general que  diga  cuál  es lo más  importante, es necesario el procedimiento de la traducción.
Se trata de crear inteligibilidad a través de la argumentación, porque a pesar de todas las dificultades que enunciamos –un camino que  no es brillante, que  no tiene recetas listas, que  es reversible– es una de las tradiciones filosóficas más  interesantes. Qué  pasa con  la argumentación: yo  estoy  a  punto de  ser  convencido por  un  argu- mento pero tú  me  dices  una cosa  que  me  ofende y me  salgo  de allí.


Cuando no  tienes un  conocimiento demostrativo, tienes un  conoci- miento argumentativo. Toda  la posibilidad de  comprensión es rica pero es reversible, porque hay que conducirla de una manera que no te expulse del proceso argumentativo.
Y no  es fácil,  porque hay  un  problema de lengua, hay  un  pro- blema de poder de argumentación, hay  una historia por detrás de los movimientos. Por ejemplo, en mi práctica de llevar a sindicalistas a ha- blar con las feministas, muchas veces los sindicatos piensan: “nosotros somos el verdadero movimiento social y toleramos un poco la presencia de ustedes”. ¿Y cómo pasar de la tolerancia al respeto mutuo, recípro- co? Es un  proceso político, nada se consigue de hoy para mañana. De hecho, la paciencia de la utopía es infinita.


DEBATE

PREGUNTAS Y COMENTARIOS15

Quería hacer un comentario sobre esta experiencia de complemen- tariedad entre la democracia representativa y participativa, que vos decías se da  más  en  lo local,  y me  cierra mucho en  la experiencia que  hemos tenido con  la campaña continental contra el ALCA en América  Latina. Nace  en  el  FSM,  se  desarrolla ante la  amenaza del  ALCA pero, a  diferencia del  Foro, la  campaña continental te permite la  participación de  partidos políticos y tiene un  poco  las reglas de  las  asambleas sociales. A partir de  allí  sucedieron mu- chas cosas, porque las  dinámicas son  de flujo  y reflujo. En  el caso argentino, nos  permitió una consulta popular de  dos  millones de votos, en Brasil también; pero en Bolivia, a partir del reforzamiento por la búsqueda del Tratado de Libre Comercio Andino aparece el eje político que  tumba al gobierno y produce toda la última parte que  condujo al gobierno de Mesa.  La semana pasada, en  Quito, el movimiento indígena, que  es uno  de los que  ha desarrollado más  la lucha contra el TLC, nos  sorprendió porque se retiró de  las  nego- ciaciones por el tratado que se estaban dando en el área andina. Me parece que  es una lucha ya más  que  local  y que  puede ser pensada en los mismos términos.


Voy a tratar de  construir la pregunta porque tengo muchas dudas. Hoy  quizás fue  el Boaventura más  moderno y menos novedoso que escuché; hoy quizás por  las cuestiones que  planteó hubo un  desper- dicio  de la experiencia. Eric  Wolf y Eric  Hobsbawm, cuando hacen su análisis sobre el campesinado, plantean que  eran como anarquis- tas  por  naturaleza, pero es interesante pensar que  a lo mejor se los puede ver como anarquistas por  su  experimentación de la relación con  el  Estado. En  Argentina –ahora hablo como participante  de asambleas, como ciudadano que  experimentó estos  años– nuestra relación con  la democracia representativa es bastante complicada. Cuando nos  politizamos como personas comunes (diría Marcos) te- nemos ciertas tendencias, porque lo hemos aprendido en la relación con el Estado. Algunos trabajos de investigación sobre la protesta en Argentina plantean que,  en diez años neoliberales, el Estado no tuvo en más  del 95% de las protestas, ningún tipo  de respuesta salvo la re- presión. Eso  deja  marcas. Pensar que  una determinada experiencia no  tiene nada que  ver  con  su  postura y su  apuesta en  relación con la democracia representativa sería en todo caso  desconocer la cons- trucción de los movimientos sociales. En  ese  sentido, me  parecería demasiado normativo pensar cómo debe  ser la articulación entre de- mocracia representativa y participativa, y no me  animo a decirles a los  movimientos sociales por  qué  no  son  capaces de  articular esos dos niveles en pos de un proyecto emancipatorio. En todo caso, sería interesante pensar lo que está  en tensión por  debajo de esta  relación entre las  dos  democracias, que  en realidad parten de lógicas de or- ganización territorial distintas. Esto en  su  análisis no  lo  he  leído, cómo juega la producción del  territorio, porque el Estado tiene su producción territorial pero los movimientos tienen otras. Pensemos en los movimientos indígenas, en los movimientos campesinos, en la actualidad de  los  movimientos urbanos que  tratan de  reconfigurar los  espacios. Y la  política no  vive en  el aire,  vive en  determinados territorios que  se producen por  los sujetos. En  este  sentido, parece bastante débil  o poco  novedosa esta  propuesta de apostar a una arti- culación entre democracia representativa y participativa, en función también de los actores que  hoy a nivel global, nacional y local  pujan por  distintas construcciones del territorio. Pensemos en las multina- cionales, en los estados débiles, en los distintos movimientos locales o regionales, etcétera.

Si  partimos de  un  supuesto entre orden y conflicto, entre política institucional y lo político, en la cual  se institucionaliza el conflicto a través de un  nuevo orden, con  lo que  se puede hablar de expansión de la democracia, ¿en qué medida esta  articulación que usted propo- ne entre democracia representativa y participativa no supondría una nueva regulación?

Yo querría que  pudiéramos profundizar en dos  temas: el Estado de Excepción, y el otro, que  nos  atraviesa mucho a ciertos teóricos que padecemos algunos fundamentalismos, sobre la  posibilidad de  de- mocratización de la relación de explotación, que  es complicado.

Eso  que  has  planteado de la democracia representativa y la articula- ción  con la participativa es un debate viejo que recupera la discusión que  trae Pareto sobre el voto  imperativo y el voto  representativo.  O sea que la democracia representativa siempre tiene la tendencia a no respetar el mandato imperativo, casi es la esencia de esa democracia, representar globalmente, y no  el mandato imperativo, que  hablaría de una rendición de cuentas de dicho mandato. Me parece que  eso que  vos planteabas de la rendición de cuentas en la democracia re- presentativa es casi  una contradicción en sus términos.

RESPUESTAS DEL  AUTOR

A la primera pregunta quería decirle que  de hecho es verdad –y de alguna manera empiezo a  contestar la  segunda–, hay  realmente que  analizar cada vez más  las  formas de  participación y de  arti-


culación popular que  se  están organizando en  el nivel  global. El problema para mí  es  la  sustentabilidad de  esto. Es  posible, por ejemplo que  las feministas del continente se articulen hoy  con  las asiáticas –sobre todo en  India– para algunas protestas y accio- nes  políticas locales. Y aquí hemos visto que  lo único que  puede articular lo local  con  lo global, o sea  la emergencia de formas de participación en el nivel  global, es que  haya un  anclaje, una razón local  para que  el movimiento sea  global. En  el caso  del  ALCA se ve muy  claramente. Logramos demostrar que localmente este pro- yecto global tenía consecuencias. Se logró demostrar, por ejemplo, cuáles serían las consecuencias del NAFTA para la agricultura en México. No siempre es fácil  hacer esto. El 15 de febrero de 2003, cuando fue la demostración contra la guerra de Irak, por primera vez  las  feministas de  Estados  Unidos lograron  llevar a  cabo la más  importante movilización contra la guerra. Esto es novedoso, antes eran otros movimientos los  que  la  convocaban: ahora las feministas lo hicieron porque articularon una agenda local  con  la global, ya que  Bush estaba en contra de la lucha por los derechos reproductivos de la mujer, contra la legalización del  aborto y de- más, y las feministas lograron articular una lucha nacional con  la lucha global. Esto no  siempre es  posible, y hay  que  buscarlo en cada país. Cuanto más  global es  la  lucha, más  dificultad existe. Por ejemplo, un  movimiento interesante es el de  pueblos indíge- nas  contra las represas. Ayer hablaba  con  la compañera mapuche y le estaba dando información sobre el gran movimiento de pobla- ciones desplazadas por represas que  se está articulando en varios países: en  Brasil es  fuerte, en  India es  fuerte, y podríamos aquí también organizarlo, así  como articularlo con  la lucha contra la privatización del  agua, donde se  puede hacer una articulación muy  clara entre lo local,  nacional y global. En  los casos de África y América Latina también está la cuestión de la deuda.
Sigo  con  la  segunda pregunta, muy  interesante. Acepto   su análisis. No sé si estoy  más  moderno pero a lo mejor menos novedo- so, porque no  quiero producir un  conocimiento de vanguardia que cree  novedad por  novedad. Quiero avanzar con  aquello que  es po- sible  en  un  cierto momento, trato de  radicalizar las  posibilidades del  momento. Y quizás no  dije  todo: me  centré en  este  tema de  la democracia representativa y participativa con  todos los  problemas que  hay.  Pero  tiene razón en  que  esto  no  es novedoso, es bastante antiguo. El problema es este:  nuestras soluciones en este  momento no  son  heroicas. Si ustedes hablan con  los movimientos populares, verán que no hablan de socialismo. Algunos dirigentes lo hacen, pero la gente se está  muriendo de hambre, quiere que  no  se desperdicie ya no  la experiencia sino  tampoco la basura. Esta es la realidad en este tiempo. Entonces, un pensamiento heroico en estas condiciones es irresponsable –es lo que  pienso de Negri, o de Holloway– porque impide la posibilidad de  un  cambio. Yo quiero ser  mediocre, para radicalizar todo lo que  existe  y que  puede desarrollarse. Una  cues- tión  con  la que  he trabajado bastante es que  nada de la articulación entre democracia representativa y participativa es posible si no hay una globalización contra-hegemónica, si no hay una lucha en el nivel global que  haga que  la sociedad esté  cada vez más  incómoda en  la reproducción del capitalismo. Porque si lo dejamos, produce más  y más  capitalismo, y cada vez más  riesgos. Hay  que  crear incomodi- dad, hay  que  cambiar los  términos del  conflicto. Por  eso  hablé del marco local  y de lo nacional; no hablé de la dimensión global, sin la cual  esto  no  tiene sentido, pero está  presente en  todo mi  trabajo la necesidad de la globalización contra-hegemónica.
Hay  otra cuestión que  no mencioné, las posibilidades de par- ticipación, las posibilidades que  hoy  hay  de cosas nuevas, pero que tiene una presencia importante en todo el trabajo con los movimien- tos  indígenas. Existen dos  libros míos colectivos: uno  es un  trabajo que hicimos en Colombia donde trabajamos la cuestión de la justicia y la democracia a partir de la experiencia indígena, con  varios capí- tulos sobre cómo se creó  la justicia propia de los indígenas y cómo se articula con  la justicia nacional16. O sea:  la idea  de que  la izquierda hoy es pluricultural. Y por  eso decía ¿cómo traduzco dignidad y res- peto  de los indígenas en lucha de clases para el sindicato? Hay  que traducir. Algunas feministas en Brasil hoy no usan nunca el concepto de  emancipación. Hablaban de  liberación. En  Brasil, durante mucho  tiempo, los sindicatos hablaban de emancipación social y a las mujeres que  estaban en el movimiento sindical, siempre que  traían la cuestión de  sexo,  de  género, les decían: “mira, primero vamos a lograr la emancipación social y después vamos a resolver tu proble- ma,  el problema principal es el de la explotación y los otros vienen después”. Ellas  se mantuvieron hostiles a la idea  de  emancipación social porque era  un  mecanismo de opresión para ellas,  de “descre- dibilización” de su lucha. Entonces, ¿voy a eliminar el concepto? No, voy a articular, voy a traducir. El  trabajo del  movimiento popular no  es tan  heroico como se piensa. Muchas veces  el 90%  es rutina, hablar de cosas, escribir papeles, muchas veces  no  sabes el sentido de las  cosas. Por  eso  es muy  importante la propuesta de la Univer- sidad Popular de  los  Movimientos Sociales que  estoy  planteando, para que  los  líderes activistas tengan la  posibilidad de  reconstruir teóricamente su  actividad a fin  de darle otro ámbito teórico, analí- tico,  novedoso, y por  otro lado,  que  los  cientistas sociales, artistas y filósofos también se renueven en el contacto con  esa  realidad. Me parece que  hay  mucha experiencia social que  deberíamos rescatar, y quizás hay  aquí una riqueza en los movimientos muy  novedosa,  y a lo mejor te hace decir que  no tiene mucho sentido en la Argentina buscar una articulación entre democracia representativa y participa- tiva.  Estoy listo  para aceptar que  tú  me  digas cuál  es la alternativa, porque hacer la revolución, la lucha armada, no creo  que sea posible en este  momento.

A la pregunta que  menciona a Pareto, le quiero decir que  la democracia representativa por naturaleza tiene problemas quizás incontrolables con  la rendición de cuentas, incluso por la utiliza- ción  de  las  elecciones. Porque de  hecho, ¿qué  son  las  elecciones libres? Si  vemos lo  que  se  hace en  la  práctica, tenemos muchas dudas. Cuando un presidente como Clinton, de los más  populares, fue  elegido sólo  por el 25%  de  la población de  EE.UU., ¿cuál fue su  representatividad? Eso  es  verdad, pero mi  problema en  este momento es lo que  tenemos. He  vivido  parte de  mi  existencia en la dictadura, y ustedes también, y sabemos que  la diferencia no es formal. Esta reunión no  hubiera sido  posible en  mi  país  en  1973, en  el auditorium hubiera habido varios policías que  iban a infor- mar sobre mi charla. En 1973 yo estaba enseñando los fundadores


de la sociología –Weber, Durkhein y Marx– y escribía el nombre de Marx en  portugués (Marques) porque los  policías no  entendían. Estas son  cosas que  para la  nueva generación no  tienen mucho sentido, pero la  misma diferencia entre democracia representa- tiva y dictadura no  es formal, es muy  real. Por eso  la democracia representativa es falsa:  porque es poca. ¿Vamos a dejar esa lucha? Cuando hablo en Angola  o en Mozambique los contextos son  dis- tintos. Pero en  este momento, cuando los movimientos de libera- ción  son  corruptos y hay  que  crear alternativas tienes una de dos: o creas alternativas, dentro del movimiento de liberación –que  es un  partido ahora– o creas otros partidos. Ustedes tienen ese  pro- blema aquí, estar dentro o fuera del  justicialismo. Hay  que  crear una tensión. ¿Hasta qué punto? Hay países donde este discurso no tiene sentido alguno: no  hay  movimientos populares y tampoco una democracia representativa mínimamente creíble. Probable- mente, en  algunas condiciones, la  democracia representativa es revolucionaria. La mera idea  de que  haya otros partidos te puede llevar a  la  prisión. Entonces, entre la  “descredibilización” total de  los  partidos en  muchos países y la  posibilidad de  reinventar, hay  que  intentar crear un  discurso hegemónico a  partir de  una contra-hegemonía, crear una hegemonía alternativa que  es: “esta democracia no  nos  sirve”. Por eso  hablo de  una democracia de baja  intensidad que  convive con  el fascismo social. Tenemos dos opciones: una alternativa a la  democracia, o una democracia al- ternativa. En  este momento no  veo una alternativa a la democra- cia de alta intensidad que  propongo. Por ejemplo, otro aspecto del que  no  hablé es  cómo se  hace una democratización radical. Los seis  espacios estructurales  son  formas de  poder que  tienen que tener una democratización. No se democratiza la familia como se democratiza la  fábrica o la  comunidad.  ¿Cómo democratizamos la democracia? Este es el reto. Podríamos pensar en algo  alterna- tivo, si yo aceptara como dice  el colega que  realmente nunca hay rendición de  cuentas en  la  democracia representativa. No  voy  a decir que  nunca la hubo, ni que  en algún país  es más  factible que en otros; no puedo generalizar; tengo que  hacer análisis concretos de  situaciones concretas. Lo que  digo  es que  ahora se hace cada vez  más   difícil   en  la  democracia representativa la  rendición de cuentas, y no  veo otra alternativa que  el enfrentamiento a través de  mecanismos de  democracia  participativa  usando  legalidad e ilegalidad, acción directa y acción institucional. Esto no  es nove- doso, pero es lo que  tenemos, y es mucho; en muchos países no es posible hacerlo. Para mí  el modelo es  el MST  de  Brasil. Soy  tan novedoso como ellos.  No puedo avanzar más  que  la práctica más avanzada. Aquí,  en  Argentina, veo que  estás por fuera del  Estado o estás cooptado por el Estado. Yo vengo  de  otra experiencia en la que  estás simultáneamente fuera y dentro del  Estado: invades tierras, haces protestas ilegales, ocupas ministerios, y al  mismo tiempo algunos de tus dirigentes están en el gobierno y vas a tener una conversación con  el gobierno en  la  que  el MST  ha  decidido que  no va a criticar a Lula  en la elección 2006  si se duplica el pre- supuesto para la reforma agraria, y firmaron papeles. Esto es po- sible  en Brasil ahora, pero no era posible con  Fernando Henrique Cardoso: no se puede generalizar. Hablé aquí de una construcción teórica suficientemente abierta a las  diferentes realidades de  los países para que nadie quede disculpado de no pensar sobre su rea- lidad. Este es un  pensamiento que  te obliga a pensar tu realidad, por oposición: esto no me  sirve, y si no me  sirve tengo que  buscar una alternativa. Es  lo  que  ha  pasado en  mi  país, que  tuvo una revolución en 1974: todos estos que están en el gobierno conserva- dor eran maoístas en ese tiempo. ¿Por qué  se pasó de una extrema izquierda a una derecha? Porque fue realmente un extremismo in- consecuente. Tienes que  fundamentar tus avances con  los avances de la práctica. Tiene  sentido hoy un intelectual comprometido con los  movimientos, que  es  una posición que  estamos  inventando  y que  no  es heroica, porque no  es ni el intelectual orgánico de Gra- msci  ni el pensamiento de vanguardia que  teníamos.
A la pregunta sobre si esta  articulación se puede transformar en una nueva regulación, contesto: sin  duda. En  el libro sobre rein- ventar la democracia, por  ejemplo, hablo de una cosa  que es absolu- tamente chocante para algunos: considerar que  el Estado es el más reciente movimiento social. Creo  que  el error más  dramático de  la izquierda es  decir que  el  Estado es  irrelevante, que  es  totalmente corrupto y que  no  tenemos que  preocuparnos más  por  él.  Pienso que  hay  que  luchar dentro y fuera del Estado, no hay  otra alternativa. Lo nuevo es esto:  en la regulación, el Estado es un  socio;  lo que llamamos hoy  “gobernanza” es  la  trampa más  reciente de  toda la ideología neoliberal. Tengo algunos textos de crítica radical a esto, porque evacúa todos los conflictos sociales en nombre de una forma de regulación que posee varias alternativas. Una de ellas es que el Es- tado no debe  compartir la regulación, ya que  hay institutos públicos u organizaciones privadas que  ejercen la regulación social17. Es una visión  extrema: por  ejemplo, la regulación de las escuelas en Texas. Hay  gente que  viene  de la izquierda crítica en Norteamérica (como Charles Sabel) que  piensa que  esto  es la solución. A mi juicio es una trampa, porque ¿qué  es lo más  persistente? Es la idea  de que un ciu- dadano individualmente o incluso organizado tiene como máximo la capacidad de distinguir un  problema, pero nunca la capacidad de proponer una solución, porque la solución viene  de los profesiona- les, de la política y del conocimiento científico. La profesionalización de la política más  el conocimiento técnico-científico está  echando a la gente de esta  ciudadanía bloqueada. Ahí sí hay  realmente un  pro- ceso  de nueva regulación.
En  cuanto al Estado de Excepción, el fascismo social está eliminando los  derechos sociales y económicos, es  el resultado del  derrumbe de  los  derechos sociales, y en  este momento hay también un  ataque a los  derechos civiles  y políticos. Ya no  son solamente los sociales y económicos, son  todos. Y en  este nuevo Estado de  Excepción, tal como hay  política democrática y fas- cismo social, no hay  suspensión de las libertades, la constitución está en  vigor, pero hay  un  nuevo Estado de  emergencia que  se asienta en  la idea  de que  su  legitimidad se basa hoy  en  la gober- nabilidad, o  sea,  en  la  posibilidad de  gobernar sociedades que son  cada vez más  ingobernables. Se está creando la idea  de  que el gobierno se  tiene que  defender de  actores hostiles que  están por fuera y por dentro del sistema, y pueden ser ciudadanos u or- ganizaciones –lo que  se llama el enemigo interno. Aparece un  de- recho penal del  enemigo (ya  teorizado en  Alemania)  totalmente distinto del derecho penal de los ciudadanos. Toda  la legislación anti-terrorista es  parte de  este proceso de  actuar contra el ene- migo  interno. La otra dimensión son  los  nuevos servicios secre- tos en  los  diferentes países y el control de  los  datos personales. Hoy  no  puedes enviar un  correo electrónico y pensar que  no  va a ser observado por un  control global, que  busca palabras clave en tus e-mails, y si alguna de ellas  se articula con  otra, tu e-mail va a demorar un  poco  más  de tiempo, porque va a ser verificado primero de  manera electrónica y luego  de  manera manual. Esta es otra forma de lucha contra la privacidad que  ostenta el Estado de  Excepción nuevo. El  tercer aspecto es  el  crecimiento de  las policías privadas, los  barrios cerrados. La división de  las  ciuda- des  entre “zonas civilizadas” y “zonas salvajes” es una forma de fascismo social. 


El mismo Estado y la misma policía te mata en las  “zonas salvajes” y ayuda a tu niño a atravesar la calle  en  las “zonas civilizadas”; facilitan y reprimen con  la misma formación y el  mismo Estado. Esta es,  para mí,  otra forma de  Estado de Excepción, porque hay  articulaciones contra los derechos huma- nos  entre policías privados y policía pública. En  España hay  100 mil  policías privados y 40 mil  públicos y las articulaciones entre ellos  y la policía privada están creciendo cada vez más, no  esta- mos  lejos  de  que  todos los  ciudadanos en  las  zonas civilizadas de las  ciudades tengan su  guardaespaldas, su  policía privada. Si vamos a  seguir con  esta economía y sociedad de  mercado, con desigualdades brutales, vamos a  tener de  hecho esta represión, pues las  acciones hostiles pueden venir de  adentro del  Estado. En  muchos países hay  jueces progresistas, abogados populares, gente que  está intentando luchar contra la corrupción y que  son echados de  sus  trabajos. En  este continente, cambiar la  Corte Suprema es  una costumbre. En  Italia, después de  la  lucha con- tra la  corrupción por parte de  los  jueces, hubo un  ataque total a  la  rama judicial, en  el que  Berlusconi intentó promulgar una ley  que  impide a  los  jueces hacer  “interpretaciones  creativas” de  la ley. ¿Qué  quiere decir con  esto? Que  no  pueden utilizar el derecho para luchar por una justicia social, por la ciudadanía, la democracia. Estas son  algunas de las  dimensiones que  veo en  la emergencia del  Estado de  Excepción que  tampoco está teorizado,  y que  no  existe solamente en  el nivel  nacional, existe a nivel global. Las leyes anti-terroristas son  hoy parte de las condiciona- lidades del BM y del FMI:  tienes que  privatizar la economía, ha- cer pasar leyes de patentes y ahora leyes anti-terroristas, y es por eso  que  Paul  Wolfowitz fue  designado presidente del  BM.  Aquí hay  una articulación entre lo  global y  lo  local.   ¿Cómo luchas contra eso?  Tienes que  conducir una lucha nacional y una lucha global. En  las  diferencias que  hubo en  los  movimientos acerca de  cómo analizar el BM,  hubo una división dentro del  FSM  en- tre los  que  pensaban que  el BM  podría ser democratizado en  el sistema de las Naciones Unidas y otros que  decían que  nunca iba a  serlo y que  debíamos luchar por su  eliminación. Hoy  sólo  la segunda opción tiene sentido.

PREGUNTAS DEL  PÚBLICO

Quería que  profundizara un  poco  en  un  tema que  nombró pero no desarrolló: los derechos humanos, sobre todo en  su  matriz exclusi- vamente occidental e individual, y también en  esta  idea  de  que  los perpetradores de  los  derechos humanos son  vistos  sólo  a  nivel  de estados nacionales.

Al haber pocas certezas hay  muchos interrogantes, muchas pre- guntas, y la  articulación de  que  hablaba entre los  movimientos sociales y los partidos políticos para mí  sería como volver a una certeza que  puede estar agotada para muchas experiencias den- tro de  Argentina y de  América Latina, por lo  menos como co- rriente de  pensamiento. Hoy  en  Argentina  hay  un  montón de articulaciones entre los  movimientos sociales y los  partidos po- líticos, hasta pareciera ser más  hegemónica en el campo popular esta articulación, por un  lado,  ligada al oficialismo o el Estado, por otro, ligada a partidos de  izquierda, pero también sigue  es- tando –aunque hoy  parece más  invisibilizado– el proceso que  se fue  forjando durante la década del noventa en  diferentes grupos que  nacieron en  los  barrios, en  movimientos campesinos, que retomaron luchas anteriores pero de otra manera. Lo que  hoy  es el movimiento campesino de Córdoba, la Unión de Trabajadores


Sin  Tierra de Mendoza, el MOCASE  de Santiago del Estero, o en derechos humanos la renovación de  HIJOS que  surge hace diez años como un  grupos de  jóvenes que  se empieza a organizar de manera diferente, por fuera de las  lógicas de los partidos políti- cos.  Las  nuevas formas de organización un  poco  más  horizonta- les o más  democráticas, y todo ese  proceso que  floreció después del  19 y 20 de  diciembre. Sigue habiendo articulaciones que  no pasan por los partidos políticos, por ejemplo los campesinos con algunos movimientos de desocupados, pequeños emergentes que no  son  hegemónicos pero están sucediendo, o las  asambleas ba- rriales, que  hoy  están en  reflujo total. En  el interior hubo diver- sas  articulaciones que  todavía no  se conocen pero que  existen y hay que  rescatar. A mí, los partidos políticos me suenan como un hijo  dilecto de  la  modernidad por su  propia lógica, que  no  per- mite una articulación con  el movimiento social porque siempre lo quiere subsumir. Pensando en  el tema del  poder y la práctica política que  cambia cuando se llega  al poder, hemos visto la ex- periencia de Ecuador, la CONAIE  y el Pachakutik, que  hoy  están divididos y desarticulados; Luis  Macas, el nuevo presidente de la CONAIE,  dijo  en su discurso de asunción: “tenemos que  volver a nuestras fuentes, a construir las comunidades desde la base, des- de  la autonomía”. Hoy  no  están participando en  Ecuador como antes del movimiento popular, y habían sido  los generadores. Por otro lado,  no planteo que  no existe el Estado o que  es irrelevante; existe y tiene políticas a  favor o en  contra de  los  movimientos. Los zapatistas se plantearon en su momento foros de la reforma del  Estado, discuten con  él,  pero también van  generando estos procesos de  construcción de  autonomía,  como Los  Caracoles, la  justicia propia, la  educación propia, por afuera. Quizás pue- do  pensar en  las  experiencias de  poder local  desde lo electoral, movimientos  sociales  que   ganan  municipios  y  los  gestionan, pero me  resulta muy  difícil  pensar en  esta articulación de modo emancipatorio a nivel  nacional, cuando se habla de que  hay  que tomar el poder para desde allí  poder cambiar. Y con  respecto a esos  espacios de dominación que  usted nombraba, si esperamos a que  cambie el Estado no  se va a llegar nunca a cambiarlos.


Mi pregunta tiene que  ver con  el impacto político del FSM,  y quería saber qué  piensa de  cómo participar en  la  renovación de  nuestra relación con lo político, por un lado,  y excluir a los partidos políticos por  otro. ¿Esto no  representa una amenaza para la “descredibiliza- ción” de esa articulación entre la esfera política y la de los movimien- tos sociales?

Le  quería preguntar sobre la  utilización de  instrumentos hegemó- nicos con  fines  contra-hegemónicos, y el caso  de  los  zapatistas en México, el caso  de Chávez en Venezuela y el PT en Brasil.

Yo quería preguntar en torno a esta  articulación entre movimientos sociales y partidos políticos y también otros sectores que  tienen ca- pacidad de incidencia o poder de decisión en lo que  es la conversión de  una política, acerca de  cuáles son  los  instrumentos o las  expe- riencias que se conocen además del FSM,  de espacios que se puedan haber construido de  articulación alternativa a los  cuales podamos remitirnos como para pensar experiencias propias. Entiendo desde lo que está  planteando que existe  la posibilidad de articular políticas con  potencial emancipatorio, como a mi criterio puede ser  hoy  una política de  reforma agraria que  podríamos pensar de  una manera diferente, y no  sólo  hacer la interpelación hacia el campo popular. Me parece que  también tendríamos que  empezar a pensar una ac- ción  fuerte hacia el  partido político como estructura, o  sea  cómo funcionan y cuál es el rol que podrían llegar a prestar al proyecto que nosotros nos  estamos planteando.

Hago la última pregunta: dos cuestiones. La primera es sobre la dife- rencia que  tenía el movimiento sindical en su demanda hacia secto- res privados y la demanda al Estado, que aparecían como muy claras y diferentes y que  hoy no aparecen de esa forma en los movimientos sociales. Me pregunto si esto  no tiene que  ver con  esa preocupación que  aparece acerca de rescatar al Estado de la colonización que  ha sufrido por  parte de los intereses privados, y si eso tiene vuelta atrás. La  otra cuestión es  sobre el Estado como único generador de  de- rechos sociales; yo me  preguntaba si allí  no  había nuevamente esa falacia de  tomar una parte por  el todo, porque en  América Latina hay  un  montón de  experiencias de  formas societales no  estatales, regionales, que  han generado derechos y justicia desde el siglo  XIX, como las repúblicas independientes negras en Brasil, los movimien- tos indígenas, etc.  Si ahí  no hay  una forma de pensar lo que  hace el Estado nacional como universal.

RESPUESTAS DEL  AUTOR

Las cuestiones ahora son  cada vez más  complicadas. El asunto es cómo se puede hacer un  uso  contra-hegemónico de los derechos humanos. Yo  creo que  los  DH  fueron parte de  la  Guerra Fría, son  monoculturales porque su  concepción de la naturaleza y del individuo es una concepción occidental. No hay,  de hecho, dere- chos  humanos universales, en el sentido de que  sean sentidos por todas las  diferentes culturas del  mundo como sus  derechos. La Declaración Universal fue  producida por un  grupo muy  pequeño de países y su universalidad es falsa  en el sentido sociológico, po- lítico y cultural. Lo que  me  impacta más  en el FSM,  por ejemplo, es  que  muchos movimientos que  luchan contra la  globalización neoliberal no  formulan sus  luchas en  términos de  DH.  Cuando hablábamos en India de esto, muchos movimientos de allí nos  de- cían:  “mira, los DH son  una trampa más  occidental”. El de los DH es un  lenguaje entre otros sobre la dignidad humana, y no  lo voy a  desechar, pero tengo que  hacer una ecología de  concepciones de dignidad, y de concepciones a nivel  cultural. Existe la concep- ción  de  Umma, que  es  comunidad en  el Corán, en  el Islam; y la concepción del  Dharma en  el hinduísmo, que  es una concepción de  organización e  integración cósmica, y que  tiene mucho que ver con  las concepciones indígenas de la naturaleza y del hombre en el cosmos, como la pachamama. Hay  un  trabajo de traducción intercultural que  tienes que  hacer entre los DH y otras concepcio- nes  de dignidad humana. Los DH son  individuales y hay  que  dar una lucha por los  DH  colectivos. Los  pueblos indígenas hace 30 años que  luchan por una declaración de las  Naciones Unidas so- bre sus  derechos colectivos y no  lo lograron hasta ahora, porque de  acuerdo con  la ONU  hubo una autodeterminación de  los  paí- ses coloniales en los procesos de independencia: como ya no  hay colonialismo político, ya  no  es  necesaria la  autodeterminación. Los  indígenas contestan  diciendo: “nuestra  autodeterminación no  conlleva la idea  de  independencia, nosotros no  queremos ser independientes, queremos nuestra autodeterminación y nuestro territorio”. Y no  lo logran porque los  Estados se  oponen; ese  es otro trabajo contra-hegemónico que  hay  que  hacer. El  otro tra- bajo  es que  las  prácticas hegemónicas de los DH denuncian mu- chas violaciones para ocultar otras más  grandes: les  di  el ejem- plo de los soldados americanos torturadores en la prisión de Abu Grahib vistos en todas las televisiones para ocultar la más  grande violación de  los  DH  que  fue  la  invasión de  Irak. Denuncias una violación para ocultar otra mucho más  grande, más  masiva. Por último, no  hay  deliberación democrática sin  negociación de  las reglas de  la  deliberación. Los  países periféricos y semi-periféri- cos  no  participaron en  el diseño de  los  DH.  Por ejemplo, el de- recho al desarrollo propuesto por los africanos ha  sido  ignorado durante años. Los DH en su inmensa selectividad nunca discuten los planes del Norte, de los países desarrollados del centro, sobre el desarrollo, que  es realmente una gran tecnología para impedir el desarrollo. El problema de los DH no  es el Sur, es el Norte, es una violación sin  nombre de  los  DH.  Los  procesos de  privatiza- ción  del agua son  una violación masiva de los DH, pero si hablas de  esto en  la  Federación Internacional de  los  DH  te dicen que eres un  radical, que  eso  no  es  una violación de  los  DH.  O  sea: hay mucho sufrimiento humano que no cuenta como violación de los DH, hay  mucho sufrimiento humano injusto que  se considera un  legítimo costo social. Este es el uso  hegemónico de los DH,  y hay  muchos movimientos que  ya  no  usan más  estos conceptos. Otros están intentando hacer lo  que  propongo, una reconstruc- ción  multicultural contra-hegemónica de  los  DH.  Y además, los DH  son  muy  occidentales, porque hay  cosas que  en  otra cultura no se dan. Por ejemplo, esta simetría falsa  entre derechos y debe- res: siempre hablamos de  derechos humanos, nunca de  deberes humanos. Sólo  les  concede derechos a  quienes puedes exigirle deberes. Por eso la naturaleza no tiene derechos, porque tampoco tiene deberes, y las futuras generaciones no  tienen derechos por- que  tampoco tienen deberes. Esto en  el hinduísmo es imposible, este dualismo no  existe. Pero el hinduísmo tiene problemas tam- bién  con  la  dignidad humana, como el hecho de  que  no  mira la cuestión individual, la  autonomía individual que  es  también un aspecto fundamental de  los  DH:  nunca he  visto a  una sociedad sufrir, los  sufrimientos son  siempre en  los  cuerpos e individuos. Todas las concepciones sobre la dignidad humana son  incomple- tas, hay  que  hacer un  trabajo multicultural.

Sobre la  cuestión de  los  cambios en  las  articulaciones, de  nuevo la experiencia argentina –y ese  es el problema hoy  en  la teoría so- cial– muestra que  no debemos generalizar nunca, incluso esta  Epis- temología del  Sur  que  estamos intentando desarrollar puede tener la trampa de querer generalizar demasiado. No se puede hacer eso, porque hubo situaciones en  que  partidos interesantes emergieron de movimientos sociales –el PT de Brasil por  ejemplo–, otras donde movimientos sociales produjeron nuevos partidos –Pachakutik en Ecuador–, pero aquí en Argentina la crisis social no ha producido un nuevo partido articulado con los movimientos. Lo que ustedes tienen que  analizar es: ¿por  qué  no  ocurrió aquí? Hay  que  hacer el diag- nóstico e intentar una lucha, porque los  partidos tienen que  tener credibilidad, deben ampliar la agenda política. Si no,  es muy  difícil esta  articulación. Y claro, no tuve tiempo de analizar una cosa que tú propones y es fundamental: la articulación movimiento-movimien- to. La obligación de un científico social comprometido con los movi- mientos es credibilizar las articulaciones e intentar que  ellas  se sus- tenten, se amplíen, se densifiquen, y para eso es necesario mantener la lucha política de la pluralidad, pero despolarizada en el sentido de no decir: “ya no quiero hablar más  contigo porque tú eres  mi enemi- go”. El capitalismo vive de la posibilidad de que  las clases populares confundan los  enemigos y piensen que  lo que  está  más  cerca es lo más  importante como enemigo; de  hecho, casi  nunca lo es.  Estoy totalmente de acuerdo en que  los partidos políticos pertenecen a la lógica moderna, por  cierto, pero esta  es la característica de nuestro tiempo: demasiado tardía para ser  pos-revolucionaria y demasiado prematura para ser  pre-revolucionaria. Yo no  digo  que  una idea  de revolución no va a poder darse, y además pienso que se va a dar  más pronto que  tarde cuando veo países donde cada vez más  el Estado


se destruye por  dentro: se habla de una división de Ecuador en dos, se  habla en  Bolivia  de  una división en  dos;  el Estado está  en  una situación muy  frágil. Le he preguntado a Evo Morales qué va a decir cuando quieran dividir a Bolivia, y le he preguntado a Nina Pacari – una líder  indígena del Pachakutik– cómo va a decidir si hay un inten- to de dividir a Ecuador, y te digo:  los indígenas quieren la identidad nacional. Es contradictorio, porque esos  países no son  viables como están, pero saben que una división va a ser todavía peor, aún con las divisiones internas que  tienen. Pachakutik es débil  porque Luis  Ma- cas –que es un gran dirigente político, autor de la Universidad de los Pueblos Indígenas– tiene hoy problemas con la actual dirección de la CONAIE18, pero a su vez esta  no se articula bien  con  la COFENAIE, porque así como hay  un  conflicto entre Guayaquil y Quito en la so- ciedad burguesa, hay  también un  conflicto entre los indígenas de la selva  y los  indígenas andinos. La  COICA –la Confederación de  Or- ganizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica– por  ejemplo tiene una relación muy  tensa con  la CONAIE,  y entonces en el FSM  el es- pacio indígena fue organizado por  la COICA, la CONAIE estuvo muy débil, y el movimiento indígena brasileño también. Es  la realidad, los movimientos están divididos, hay que luchar por la unión aunque no sea fácil.  Y tienes razón cuando hablas de que hay una distinción más  allá  de la que  existe  entre acción directa y acción institucional: es la cuestión de  la doble institucionalidad. Si ustedes leen  los  dos textos maravillosos de Lenin y Trotsky sobre el poder dual en la re- volución rusa, verán dos análisis diferentes, en el período 1905-1917: una doble institucionalidad entre soviets y el gobierno. Y es también el caso  de los zapatistas con  Los Caracoles y las Juntas de Buen Go- bierno: es una institucionalidad, un  municipio de hecho, pero total- mente por  fuera del Estado; en cambio, en Oxaca, tienen municipios indígenas que son reconocidos por el Estado y son nombrados según los usos  y costumbres indígenas. Un tema fundamental en la demo- cracia de  alta  intensidad es la cuestión de  la interculturalidad. Por ejemplo, ver si las autoridades tradicionales de África  –es un  debate en  el que  participo hoy  en  Mozambique– pueden ser  consideradas elementos de  una democracia alternativa, porque se  trata de  una modernidad alternativa que  tiene como característica la resistencia de  los  países africanos a la globalización neoliberal. El  tradicional es  hoy  en  día  el  moderno africano que  no  puede ser  globalizado. Las asambleas tradicionales africanas, las autoridades indígenas, no pueden ser globalizadas, tienen su territorio y un concepto fuerte de él. Hay una creatividad en esta  doble institucionalidad que va apare- ciendo, y ella  puede ser  democrática pero puede constituir también la secesión de un país.  Muchos países están al borde de dividirse. En África  eso  es muy  frecuente: Nigeria, un  país  tan  rico  en petróleo  y pobre en todo lo demás, está  en esa situación.


La tercera pregunta es sobre el impacto político del FSM.  Lo inte- resante allí  es ver que  en  algunos países y en  algunas circunstan- cias  es posible una articulación novedosa entre partidos y movi- mientos. Probablemente, en Argentina no,  pero por ejemplo en el Foro de  Mumbai hubo partidos que  tuvieron un  papel importan- tísimo en  la organización de  los  movimientos sociales, y cuando se pensó en  ese  Foro, la idea  era que  había un  peligro porque en India todo es distinto. Nosotros queríamos movimientos sociales autónomos, totalmente independientes, y en India probablemente estuvieran dominados por partidos que  tienen frentes de  masas. Los  partidos allá  tuvieron un  rol importantísimo en  la  articula- ción:  ¿te imaginas traer del movimiento local  de dalits (la casta de los intocables) 33 mil  personas al FSM  en  Mumbai sin  una orga- nización por detrás? Claro que  hubo partidos políticos por detrás: comunistas, socialistas, gandhianos, que  son  adeptos a  una lu- cha  política legal  o ilegal  pero pacífica. Y los movimientos que  no quieren rechazar la lucha armada se quedaron en otro Foro Social alternativo llamado Mumbai Resistence al otro lado  de la carrete- ra. Creo que  el FSM  ahora puede ayudar a las  articulaciones; el gran problema del  Foro de Caracas es que  mucha gente está pre- ocupada de  que  no  haya autonomía si Chávez quisiera controlar el  FSM.  Pienso que  es  un  problema que  debe  ser resuelto, pero estaba más  preocupado en Marruecos –que  es una dictadura– por saber si el rey iba  a dejar que  hubiera un  FSM  autónomo allí,  y mi  prevención fue  cierta: el rey de Marruecos ha  dicho no  –sobre todo en  enero– para que  no  haya una confrontación con  el Foro Económico Mundial de  Davos.  Queremos crear una autonomía, pero es  muy  difícil. En  Europa también hay  partidos donde por ejemplo se logra una articulación con  movimientos sociales muy interesante. Curiosamente, el partido comunista italiano que  de- cidió  mantenerse fiel  al  comunismo y se  llama Refundación Co- munista, hace el trabajo más  creativo con  los movimientos socia- les en Italia hoy: cuando se realizó el último congreso del partido, el último día no fueron los dirigentes partidarios los que  hablaron sino  los  dirigentes de  movimientos sociales. Otros partidos  que se  dicen más  cerca de  los  movimientos van  más  lejos  aún. Aquí hay  un  campo que  no  se termina, y esto de alguna manera se ar- ticula con  lo  que  decía de  los  zapatistas: hay  cosas que  son  en su  origen revolucionarias pero tienen una dimensión reformista fuerte, y son  aún más  complejas, porque son  reformistas cuando quieren –los  acuerdos de  San  Andrés– y, cuando quieren, tienen institucionalidad  doble –como en  Los  Caracoles y las  Juntas de Buen Gobierno. Un movimiento fuerte tiene esta flexibilidad hoy, que  para mí  es lo más  interesante: no  hay  dogmatismo. Hay  que luchar según se presenten las oportunidades y tener los ojos  bien abiertos para saber dónde están, porque si no a las oportunidades las van a ver pasar. Lo que  hoy es posible mañana ya no lo es. Car- pe diem,  aprovecha la oportunidad.

En  lo que  respecta a la  articulación de  movimientos sociales, se pueden realizar, y debemos saber cuáles son aquellas donde puede ocurrir una transformación política en  una situación más  que  en otra. La reforma agraria es un  debate interesantísimo en América Latina porque los  sociólogos de  izquierda se  han dividido: algu- nos  dicen que ya no es necesaria, que hubo cambios (con  nombres que  fueron muy  influyentes en  este tema como Zander Navarro), y otros dicen lo  contrario. El  problema es  articular luchas, por ejemplo en  este momento en  Brasil es importante la articulación de  cosas elementales: les  propongo a  los  estudiantes que  hagan tesis sobre agua y sobre tierra, los  grandes conflictos que  van  a emerger, es  una bomba de  tiempo en  muchos países, como Co- lombia y Brasil. Tres movimientos luchan por la tierra pero están totalmente separados: movimientos campesinos como los Sin Tie- rra, movimientos indígenas, y el  movimiento de  los  afrocolom- bianos o afrobrasileños de  los  quilombos. Y aquí la  colega tiene razón: hay  territorialidades autónomas donde se han creado real- mente posibilidades nuevas de  protección  social, hay  derechos civiles  y  políticos autónomos.  Hay  otros ejemplos interesantes, como las  Comunidades de  Paz  en  Colombia, cuando en  el medio de la violencia varios pueblos –el más  famoso es San  José  de Apar- tadó, en Antioquia– hacen una cosa  novedosa (a lo mejor ustedes tuvieron algo  así en 2001;  nosotros, en Portugal, tuvimos algo  pa- recido durante la revolución de  los  claveles en  1974)  que  son  las constituciones locales: la gente se junta y organiza una constitu- ción  local  de paz,  donde los comerciantes, las personas mismas se rehúsan a tener una relación cualquiera con  actores armados, el ejército, la guerrilla y los paramilitares; las mujeres, por ejemplo, tienen prohibido tener sexo  con  ellos,  hay  una huelga total a  la fuerza armada. Así se  crearon las  Comunidades de  Paz,  que  son muchas en  Colombia y que  tienen, además, una alianza global. Aquí  tienes una alternativa institucional. Lo  que  estoy diciendo es que  estas alternativas necesitan para su  sustentabilidad de  un Estado que  no sea totalmente represivo. Algunas Comunidades  de Paz  se han destruido porque el ejército entró y dijo  que  no podían seguir. Hay  que  ver si también allí el derecho es demasiado repre- sivo.  Por otro lado  esto no  se sustenta sin  una globalización con- tra-hegemónica, sin la solidaridad internacional; los dirigentes de San  José  de Apartadó fueron a Europa, visitaron parlamentarios, viajaron a EE.UU. y los  invitaron a visitar la  ciudad, y entonces vinieron senadores y diputados de  EE.UU. y Europa a visitar las Comunidades de  Paz,  lo que  tuvo un  impacto enorme, y durante mucho tiempo evitó las masacres. Pienso que  es posible crear esta institucionalidad doble. Mi lucha contra el desperdicio de la expe- riencia es  exactamente eso:  luchar cuando hay  condiciones den- tro del  Estado; trabajar y luchar siempre fuera del  Estado; poder crear situaciones de poder dual o institucionalidad doble siempre, porque en  este momento la  privatización del  Estado es  no  digo irreversible –los  sociólogos somos muy  buenos para “prever” el pasado, nunca el futuro– pero sí importante. Puede ser que  haya una lucha democrática, que  el Estado termine con  una implosión total: no  sabemos lo que  va a pasar, pero hoy  no  hay  Estado sino estados distintos en  diferentes países con  realidades totalmente distintas. No  puedo comparar fácilmente el Estado de  Argentina con  el Estado de Mozambique o incluso con  el de Colombia, son cosas distintas, y hay  que  mirar las  posibilidades de alternativas. Lo  importante es  ver que  esta ampliación del  presente –para no desperdiciar experiencias– te permite ser más  inclusivo en las po- sibilidades de  lucha, y cuanto más  inclusivo eres más  posibilida- des  tienes de aprovechar las alternativas. Muchas gracias.

REFERENCIAS

1 Santos, Boaventura de Sousa (org.)  2002  Democratizar a democracia. Os camin- hos da democracia participativa (Rio de Janeiro: Civilização brasileira).
2 Santos, Boaventura de  Sousa (org.)  2002  Produzir para  viver.  Os caminhos da produção não capitalista (Rio de Janeiro: Civilização brasileira).
3 Santos, Boaventura de Sousa (org.)  2003  Reconhecer para libertar.  Os caminhos do cosmopolitismo multicultural (Rio de Janeiro: Civilização brasileira).
4 Santos, Boaventura de Sousa (org.) 2004  Semear outras soluções. Os caminhos da biodiversidade a dos conhecimentos rivais (Rio de Janeiro: Civilização brasileira).
5 Santos, Boaventura de  Sousa (org.)  2004  Trabalhar  o mundo. Os caminhos do novo  internacionalismo operário (Rio de Janeiro: Civilização brasileira).
6 Santos, Boaventura de Sousa 2003  Crítica  a la razón  indolente. Contra  el desper- dicio de la experiencia (Bilbao: Desclee de Brouwer).
7 Proviene de la cultura musulmana y significa unirse a una nueva comunidad, la umma o comunidad de creencias. También significa la aceptación de un conjunto de rangos de derechos y deberes que  supera la solidaridad tribal o étnica.
8 Dharma significa “protección”. Por medio de  la  práctica, las  enseñanzas del Buda nos  protegen de sufrimientos y problemas. En  esta filosofía, todos los pro- blemas que  experimentamos durante nuestra vida  diaria se originan en la igno- rancia, y el método para eliminar la  ignorancia es  la  práctica del  dharma. Ver <www.aboutdharma.com>.
9 Ver <www.ces.uc.pt>.
10  Chakrabarty,  Dipesh 2000  Provincializing Europe:  Postcolonial Thought and
Historical Difference  (Princeton: Princeton University Press).
11 A Universidade no Século XXI: para uma reforma  democrática e emancipatória da universidade (São  Paulo: Cortez, 2004).
12 Foro Social  Mundial: Manual de Uso (Barcelona: Icaria, 2005).
13 Reinventar la democracia. Reinventar el Estado (Buenos Aires: CLACSO, 2005).
14 Ver mi libro Democracia y participación. El ejemplo  del presupuesto participativo en Porto Alegre (Madrid: El Viejo Topo, 2003).
15 En  este  tercer día  fue  muy  difícil  coordinar las  preguntas con  las  respuestas por  el gran número de intervenciones del público, que  condujeron al Prof.  Santos a contestar algunas en forma particular y otras en conjunto. En  primer lugar pre- sentamos aquí las  intervenciones respondidas, y luego  las  que  se  comentan de manera general.
16 Santos, Boaventura de Sousa y Villegas, Mauricio G. (comps.) 2001 El caleidos- copio de las justicias en Colombia (Bogotá: Siglo  del Hombre).
17 Ver Santos, Boaventura de Sousa y Rodriguez-Garavito, César  (comps.) 2005
Law and Globalization from  Below  (Cambridge: Cambridge University Press).
18 Luis  Macas ha sido  recientemente elegido presidente de la CONAIE.



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